Cuando éramos tú y yo.

Capítulo XX

Brianda estuvo toda la cena mirándolos mientras intercambiaba algunas palabras con la señora Petra.

Ésta última se percató de que desde la cocina Shara asomaba la cabeza de vez en cuando y miraba de forma maliciosa a Brianda, cosa que le desagradó bastante, ella adoraba a su nuera y no iba a permitir que pasara otro “incidente” como cuando Brianda desapareció y a Oliver se le cayó la vida. Se dijo para sí misma que iba a vigilar a la empleada desde ese día, puesto que se había despertado la desconfianza en ella.

Acabada la cena, por primera vez, Oliver y Brianda alistaron a Milagros, la llevaron a la cama y le contaron un cuento juntos.

El primer cuento con sus padres. La pequeña estaba feliz.

Se quedó dormida a los pocos minutos, esa noche era muy especial para ella.

Oliver cerró la puerta y cuando llegó a la puerta de su habitación vio que Brianda estaba buscando su ropa en el armario. Sonrió, ella era increíble, nunca paraba a no ser que estuviera dormida.

-Nunca vas a dejar de sorprenderme, ¿cierto?. –preguntó Oliver sonriendo aún.

-Se supone que usted me conoce señor Anderson, no debería sorprenderle ninguna de mis manías o acciones. –respondió ella, dándole un corto beso en los labios y entrando al baño para ducharse después.

Mientras la esperaba, Oliver escuchó que alguien llamaba a la puerta y fue a abrir. Detrás estaba su madre.

-Oliver, estoy un poco mosqueada –dijo la señora Petra– Shara ha actuado raro estos días y no me ha gustado nada ver como miraba a tu mujer, sólo quería decirte que vayas con cuidado, ni siquiera Brianda confía en ella y ha pasado los últimos ocho años a su lado, no lo olvides.

-Te prometo que voy a estar alerta, mamá. Brianda está en la ducha, no estaría demás ponerla en sobre aviso. –comentó Oliver con una mano en la barbilla, pensativo.

La señora Petra asintió con la cabeza y después besó en la frente a su hijo, le dio las buenas noches y se despidió yéndose a dormir.

Cinco minutos más tarde, Brianda salió del baño, con un camisón corto, de tirantes y de tela de raso rojo.

Oliver la miró con un deseo indescriptible, inclusive sintió que, si no se metía a la ducha ya, iba a hacerle el amor en ese mismo momento y no era buena idea después de haber pasado la tarde y la cena jugando con Milagros, quien le había hecho sudar y él era bastante escrupuloso consigo mismo.

La besó en la frente y se metió en la ducha, rezando porque ella no se hubiera dado cuenta de su erección.

Mientras él cerraba la puerta, Brianda sonrió.

Había descubierto ese día que le encantaba que Oliver la deseara así, con ese hambre de devorarla cada vez que la veía.

Se había puesto ese pijama a propósito, puesto que el deseo y el fuego que había prendido en ella aquella tarde necesitaba que él lo apagase.

Cada vez que pensaba en que había estado apunto horas atrás y recordaba cada beso, cada caricia, cada sensación… El calor se apoderaba de su cuerpo y de su mente de una forma desmedida.

Le esperó pacientemente, hasta que, cuando le escuchó maldecir porque se le había olvidado la ropa interior, se le ocurrió una gran idea.

Se colocó frente a la puerta del baño y, cuando Oliver abrió dispuesto a salir para irse a la cama, ella le cortó el paso y le beso con una pasión y un deseo que había contenido toda la tarde.

Oliver, sorprendido, respondió al beso y la intentó sujetar por la cintura, pero ella se alejó, ante la atenta y desconcertada mirada de él, que llevaba una toalla reatada a la cintura y recordemos que nada más que la toalla.

Brianda dejó caer su camisón al suelo, frente a él, quedando únicamente con un tanga rojo de encaje frente a él.

Oliver gimió al verla y la atrajo hasta él, haciendo que sus cuerpos se pegasen completamente, tratando de hacerle notar su erección a ella.

Ella tiró de él hasta la cama y se le cayó la toalla.

Al verle completamente desnudo casi se le cae la baba. Lo deseaba y eso lo delataban sus ojos.

Oliver se quedó mirándola y ella lamió sus labios instintivamente, lo que le hizo excitarse más.

Se acercó nuevamente a ella y la besó, bajó de nuevo besando por su cuello, sus hombros, su clavícula y cuando llegó a sus pechos, agarró el derecho con una mano y acarició con la yema de sus dedos el pezón mientras se llevaba el otro a su boca, lo recorría con la lengua y lo succionaba suavemente. Ella gemía sin parar.

Llevó su mano hasta la vagina de ella y acarició su clítoris mientras ella le pedía que no parase entre jadeos y gemidos.

Introdujo un dedo y notó como ella se agarraba a su miembro y deslizaba su mano sobre él. Gimió, no lo pudo evitar, era la única mujer que le hacía perder el control en todos los sentidos y ella no lo sabía.

-Oliver… -consiguió decir ella entre gemidos, mientras los dedos de él entraban y salían de su interior.

-¿No puedes aguantar más?, ¿Es eso?. –la conocía perfectamente, su cuerpo era como un libro abierto para él, conocía cada parte de su ser y de sus gustos.

Ella asintió y él, sin pensarlo dos veces, rozó su miembro duro como una piedra contra su clítoris y eso hizo subir sus gemidos de tono.

Oliver sonrió, esa era la reacción que esperaba ver de ella.

Embistió suavemente hasta introducirse completamente en ella y supo que ella lo estaba sintiendo con el mismo placer que él porque gimieron al mismo tiempo.

Ella le iba pidiendo cada vez más y Oliver se lo daba. Acariciaba sus pechos al tiempo que se movía al ritmo que ella pedía, a sabiendas que eso le haría terminar rápidamente.

Brianda le tiró suavemente del pelo mientras el clímax se apoderaba de su cuerpo, sus gemidos la delataban a la vez que su piel erizada y su vagina apretando fuertemente su miembro a la vez que temblaba.

Eso le hizo perder la razón por completo y correrse dentro de ella, con la misma intensidad de los gemidos y mirándola mientras lo hacía.



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En el texto hay: amor, amor tristeza, amor desamor

Editado: 30.06.2020

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