Elisa
-Da-darío I-igarashi.- pestañee varias veces, pensando que solo era un sueño y que seguía dormida en el avión.
Pero esa idea se borró de mi mente cuando escuché el fuerte sonido de la cajuela cerrándose, mis maletas ya no estaban junto a mi.
-Suba, por favor.- me pidió el Sr. Darío.
Dudé por unos instantes, pero lo hice y la puerta fue cerrada por el chofer de amable sonrisa enseguida.
-¿Qué hace aquí señor Igarashi?
-Esa pregunta debería hacértela a ti más bien.
-Bueno...- comienzo a decir, mientras juego con mis dedos.- Yo vengo a estudiar aquí.
-¿Aquí? ¿En Canberra?- preguntó completamente sorprendido y a la vez indignado, aunque no entendí el por qué de su indignación.- ¿Y qué? ¿Decidiste cambiar el ser estilista personal por Deliveries? ¿O acaso serás Babysitter?
Después de lo que acababa de decirme comenzaban a enfadarme sus palabras y el tono en su voz.
-¿Y usted vino solo a eso?- me crucé de brazos.- Si yo acepté la forma en que me trataba y observaba; y no le dije nada acerca de su comportamiento fue por respeto a Matías, pero usted no tiene ningún derecho a decirme que hacer, ni como manejar mi vida o mi carrera, eso puedo hacerlo perfectamente yo sola, muchas gracias.- lo vi levantar una ceja, lo cual logró que yo suavizara mis facciones y tragara duro.- C-con to-todo respeto señor.
El señor Darío no dijo absoluta mente nada; y me observó por unos segundos más, en los cuales no supe descifrar la forma en la que me observaba y luego se acomodó en su asiento y le habló al chofer, de una forma bastante autoritaria.
-Conduce a la casa de la señora Thelma.
-Como usted ordene Señor Igarashi.- respondió el amable chofer encendiendo el auto y obedeciendo la orden del Señor Darío.
Y mientras el auto estaba en movimiento, decidí que lo mejor sería no decir ni una palabra más, solo esperé que la casa de mi abuela no estuviera demasiado lejos del aeropuerto.
-¿Por qué te fuiste, Elisa?- lo observé con cierto temor.- Y ahora jovencita, con la verdad.
No respondí, ya que no sabía como decirle todo lo que estaba pasando.
-Escucha...- Suspiró de forma abatida.- Se lo difícil que puede llegar a ser salir con una celebridad, es demasiado agobiante; y sé como te sientes...
Lo interrumpí en el momento en que me di cuanta de lo que estaba diciéndome.
-¿Enserio?- lo vi de forma abrupta, ya que no me cabía en la mente que un hombre como él, entendiera lo que yo estaba sintiendo en esos momentos, no pude evitar verlo con rabia.- ¿Usted me entiende? ¿Usted, el hombre que siempre está escondiéndose tras una pantalla? ¿Sabe usted cómo es que yo me siento? ¿Acaso usted fue acosado? ¿A caso lo persiguieron paparazzis, que grababan y tomaban fotografías en todo momento, inclusive en su casa? ¿A caso se metieron a su habitación para robarle sus cosas? ¿Usted fue acosado con comentarios, grotescos, groseros e hirientes? ¿Lo han tratado de ignorante, pobre e interesado? ¡¿Que está con una persona a la que usted ama, por puro dinero?!- Y fue en ese instante en el que sentí como lágrimas de ira e impotencia bajaban por mis mejillas; y que comenzaba a elevar el tono de mi voz.-
Él no pareció inmutarse ni un poco.
No esperaba menos de alguien sin sentimientos como él.- Pensé en ese instante.
Durante unos minutos no se escuchó más que mis sollozos, el Sr. Darío me observó durante un corto lapso de tiempo, hasta que desvió su mirada hacia la ventana.
-Quiero contarte una historia.-Me dijo mientras me extendía un pañuelo que había sacado de su bolsillo; y ese pequeño gesto me sorprendió, pero aún así los acepté.- Quiero que me escuches con total atención y que no me interrumpas.
«Hace unos cuantos años atrás, en una pequeña villa a las afueras de Marsella, allí vivía una familia de pocos recursos, una mujer analfabeta con su pequeño hijo y su segundo esposo, ya que el primero había fallecido de un infarto cuando el pequeño estaba a punto de cumplir los dos años de edad.
La mujer no sabía hacer otra cosa que no fueras las tareas del hogar y el señor trabajaba de obrero en una fábrica maderera, por lo cual no ganaba demasiado; y con ello apenas si podían mantener la casa y debido a esos gastos, hubo momentos en los que no podían permitirse más que una comida al día.
Pero el deseo más grande que tenía aquel niño, era poder ir a la escuela, pero no podía. ¿Las razones? Debía ayudar a su padrastro en aquella fábrica, para así poder llevar un poco más de dinero a casa. pero otra de las cosas que se lo impedían era el costo de los libros, ya que eran muy caros y la escuela quedaba demasiado lejos de su casa.
Pero un día fue diferente, ya que era su cumpleaños, el número nueve; y sus padres le regalaron algo que llenó de alegría al pequeño. Una libreta y un lápiz; y lo mejor de todo aquello era que una mujer había aceptado dar clases en aquellos sitios de escasos recursos y en las zonas alejadas de la ciudad, así que él y otros niños de su pequeño vecindario pudieron tener una educación.
Sin embargo, en todo ese tiempo en el que el pequeño fue asistiendo a sus clases, algo fue cambiando en él, al fin recibía las clases que tanto deseaba, pero al momento de encontrarse en aquel salón de clases, su concentración se iba por completo a los extraños y feos atuendos de su maestra; y un día en el receso su maestra había llevado un raro y roto saco de colores salmón, aqua y verde limón.