Cuando hay trato, pueden ser amigos perro y gato (#7 S.R.)

CAPÍTULO 2

Héctor y Maya caminaban por los pasillos de la sede del partido con una cara de tres metros. Cualquiera que los viera diría que iban rumbo al cadalso para su ejecución y no a la que sería a su nueva oficina, una que compartirían por orden estricta e irrevocable del Senador.

La oficina aún no había sido acondicionada como correspondía y en ella solo había un escritorio. Con fastidio los dos se miraron entre sí y como si se les hubiera iluminado la ampolleta, ambos corrieron raudos para ser el primero en apropiarse de él. El trayecto se les hizo eterno. No fue fácil sortear los escollos que habían de por medio. Los sillones, la mesa, las plantas ……todo se interponía para alcanzar la meta. Lamentablemente para Maya, sus tacones fueron el peor de los obstáculos, que de no habérseles enredado en la alfombra del despacho, haciéndola caer de bruces, quizás hubiera llegado primero y no sería Héctor el que ahora estuviera sentado cómodamente en la silla mirándola con mofa desde las alturas.

- ¿Te caíste, Maya? – La burla se colaba por cada poro del rostro de Héctor.

- “¿Te caíste, Maya?” – Lo remedó con burla y una mueca de desagrado. – Al menos dígnate a pararme, ¿no ves que aún tengo los tacones enredados en la alfombra? ¡Maldita sea! Ni siquiera puedo sacarme los zapatos. Ahora mismo hago que saquen esta alfombra de aquí. – Despotricaba mientras Héctor se acercaba a ayudarla.

Se agachó hasta sus pies mientras ella permanecía acostada de cara al suelo, atrapada entre el sillón y la mesa baja. Cuando Héctor reparó en sus piernas, un leve escalofrío se apoderó de su cuerpo. Había visto cientos de piernas y acariciado la misma cantidad o más, pero no recordaba unas piernas tan largas, torneadas, suaves y hermosas como las que su enemiga acérrima poseía. Desenredar sus tacones fue un verdadero suplicio. No quería tener esa clase de placentera sensación por aquella mujer que no solo le estaba tratando de quitar su ascenso, sino que también su cordura.

A sus ojos, Maya siempre había sido una niñita mimada que se afanaba en complicarle la existencia. Desde el mismo momento en que la conoció vio en ella a la típica hijita de papá que siempre obtuvo lo que quería sin ningún esfuerzo, mientras que a él todo le había costado en la vida.

No sabía quiénes habían sido sus verdaderos padres o si era un huérfano más como los muchos que vivían junto a él en el orfanato. Lo cierto era que tuvo que aprender a luchar por todo aquello que quería. Desde algo tan simple como un plato de comida o el derecho a obtener un colchón decente para dormir por las noches. Era verdad que para conseguir dichas cosas tenía que pasar por encima de otros, pero era comer o ser comido. Y para no ser comido, muchas veces tuvo que ceder a las tretas manipuladoras de su amigo Claudio, un chico muy rebelde y pendenciero. Y aunque no siempre estaba de acuerdo con sus acciones o sus métodos, siempre terminaba haciendo lo que él quería, porque lo quisiera o no, él y Gonzalo eran los únicos que le brindaban el poco afecto al que un niño de orfanato podía aspirar.

Cuando fue adoptado, su vida cambió en muchos aspectos. Sus luchas ya no eran por comida y por comodidades, sino más bien por afectos y anhelos. Debía luchar con sus hermanos mayores por el cariño de sus padres y a la vez por el deseo de llenar las altas expectativas que sus padres habían fijado para él. Ninguno de sus hermanos había seguido las aspiraciones políticas de su padre, así que se vio forzado a ser él quien sí las siguiera. No era que le desagradara la política en sí, de hecho era muy bueno en lo que hacía, pero claramente no era su sueño. De hecho seguían sin saber cuál podría ser este.

 

- Listo. Ya los desenredé. Ahora párate sola, no quiero seguir tocándote por más tiempo. – Héctor fingió un ruidoso escalofrío, como si el leve contacto con Maya le repugnara ……aunque ……en el fondo él sabía que no era así, que el tocarla le había gustado. Más de lo que jamás pensó.

- Pero qué caballero. -Le decía con desdén mientras batallaba por pararse tratando de no perder la dignidad en el intento; y todo por culpa de la estúpida falda Tubo extremadamente ajustada que se le ocurrió vestir esa mañana. – Ojalá pudiera golpearte con tu escudo y meterte la lanza por el cu ……

- Veo que ya se acomodaron. – Les dijo Roberto cuando entró a la oficina. – Mandaré de inmediato a colocar un escritorio adicional para ti, Héctor. – Héctor abrió los ojos como platos y de reojo miró a Maya quien esbozaba una enorme, enorme, enorme sonrisa de triunfo. – Porque supongo que le habrás permitido a Maya ocupar ese. – Indicó el Senador con su dedo al escritorio del conflicto.

- Por supuesto, Roberto. Héctor ha sido de lo más caballeroso que hay. No puso ningún reparo en cederme ese magnífico escritorio. Gracias por tu preocupación. – Le dijo al Senador. – Y a ti …... – Se dirigió entonces a Héctor. – ……por hacer de este inicio de semana algo ¡ma-ra-vi-llo-so!

“Si tan solo pudiera retorcerle el pescuezo”, pensó Héctor.

 

******************

Esa semana habían partido con el pie izquierdo. Fueron unos días muy difíciles para ambos. Acostumbrarse a compartir el liderazgo de un equipo fusionado y víctima de recientes rencillas que no les pertenecían, pero que sin ellos pedirlo los habían dejado de un lado o del otro, no fue fácil. Aún pugnaban por salir las lealtades dentro del, ahora, único equipo. Héctor y Maya tuvieron que dar el ejemplo de convivencia pacífica entre ellos para que sus subordinados lograran hacer lo mismo.



#2241 en Novela romántica
#882 en Otros
#182 en Relatos cortos

En el texto hay: humor, amor, rivalidad

Editado: 17.01.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.