Maya se había tomado el viernes para faltar al trabajo. No tenía ganas de enfrentarse a Héctor después de lo que pasó entre ellos. Es más, no tenía ganas de enfrentarse a él nunca más, pero sabía que eso era imposible. Lo quisiera o no, tendría que verlo el lunes y el martes y cada maldito día de la semana ¡y hasta en la misma oficina! No sabía si sería capaz de compartir el mismo espacio con él. No tenía elección. O afrontaba la situación valientemente, como la mujer que era, o renunciaba al partido y con ello renunciaba también a su futuro político junto al Senador.
Héctor tecleó cientos de veces el número de Maya pero nunca fue capaz de dar curso a la llamada. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía disculparse por haberla herido de esa manera tan cruel? Se sentía impotente y frustrado. Se maldecía a sí mismo por ser un imbécil. Se había enamorado perdidamente de Maya y aun no se resignaba a la idea de perderla, no sin antes luchar por ella. Roberto le había dicho que tendría que hacer algo realmente espectacular para que lo perdonara. Pero ¿qué?
El destino se había apiadado de él y le pondría la oportunidad perfecta para lograrlo.
El lunes llegó a la sede del Partido “Libertad Unida”. Todos estaban afinando los detalles para la grabación que tendría lugar esa semana en casa del Senador. La idea era grabar un video en donde la esposa de Roberto explicara a los ciudadanos que su marido no deja de hablar de los problemas de la comunidad, ni de estadísticas ni de las cosas que él podría hacer a favor de la gente, lo que tiene algo aburrida a su familia y amigos. Al final, la esposa del Senador envía un tierno mensaje a sus electores: “por favor, reelijan a Roberto. …… 😩Por favor🙏”, con un tono de desesperación ante un marido desocupado.
Había que trasladar un equipo de filmación hasta el lugar, había que contratar un servicio de catering mientras se llevara a cabo la grabación, también habría de disponerse de un equipo de maquillaje y también uno de vestuario. Como había muchas cosas por hacer, Héctor fue incapaz de encontrarse con Maya, y las pocas veces en que coincidieron, ella le había evitado como a las chinches.
Para el día de la grabación todas las cosas estaban listas y dispuestas. Los diferentes equipos estaban en sus respectivas posiciones y cada toma se estaba realizando sorprendentemente bien y rápido. El Senador y su esposa habían ensayado sus líneas y el resto de los actores también se estaban ciñendo bien al guion.
Héctor y Maya también estaban presentes asegurándose de supervisar hasta el más mínimo detalle para que todo resultara en un rotundo éxito. Héctor había intentado acercarse a ella pero de alguna forma Maya siempre se las ingeniaba para hacerle el quite, incluso cuando se dio por terminada la filmación y todos se felicitaron por el buen funcionamiento de todo. Fue en ese preciso momento en que el caos se desató.
Un opositor extremista irrumpió en la casa del Senador mezclándose entre la gente que celebraba y sacó un cuchillo con la firme intención de asesinar al Senador. Maya, dándose cuenta de la situación, quedó muda de la impresión y lo único que atinó fue a interponerse en el camino del perpetrador para ser ella la receptora del ataque. En cuestión de segundos sintió como un fuerte brazo la giraba sobre sí haciéndole caer al suelo estrepitosamente. Cuando reaccionó no supo qué pasó; todo había acabado tan rápido como comenzó. El presunto asesino había sido atrapado y maniatado por el equipo de seguridad en espera de la policía, quien seguramente le pondrían graves cargos a su haber, ganándose de seguro unos cuántos años en la cárcel.
Luego amplió su visión del entorno y entonces se dio cuenta de la envergadura de lo que había ocurrido. Héctor yacía en el suelo con el costado de su cuerpo ensangrentado. ¿Qué había pasado? ¿Acaso fue él el que la había salvado del ataque recibiendo sobre sí la estocada?
Con las piernas temblorosas se levantó y corrió hacia él apartando a los que estaban a su lado y tomando su cabeza para tranquilizarlo.
- ¿Qué hiciste, tarado? – Maya estaba desesperada. Tenía miedo de que Héctor muriera.
- Evitar ……que te hirieran. – Le dijo levantando una de sus manos y llevándola a la mejilla de Maya para acariciarla suave y débilmente.
- ¿Por qué lo hiciste, Héctor? No debiste interponerte. Mira lo que pasó.
- Tenía qué. De otro modo habrías sido tú en mi lugar y eso jamás me lo hubiera perdonado. Ya bastante daño te hice con lo que dije aquel día, así que me merecía esto y más. – A Héctor le estaba doliendo horrores la herida. La sangre seguía fluyendo y temía que en cualquier momento perdería la conciencia.
- ¿Hiciste esto ……solo para ganar mi perdón? – Le preguntó Maya en medio de lágrimas.
- No, Maya. No lo hice solo por eso. Sé que no debí juzgarte sin conocer los detalles de tu vida y Roberto me hizo ver lo equivocado que estaba. Pero la razón principal por la que arriesgué mi vida fue porque te amo. Preferiría morir antes de permitir que te sucediera algo malo. Te has convertido en alguien esencial en mi vida. No quiero pasar un día más sin verte, mirarte o hablarte. Te quiero siempre a mi lado. Perdóname por favor, Maya.
- Aunque lo hubieras hecho solo por el perdón, me hubiera bastado. También te amo, Héctor. – Acercó su boca a la de él y lo besó con necesidad.