Por la mañana, o más bien al mediodía, cuando apenas podía abrir los ojos y mi cabeza retumbaba como si alguien estuviera golpeando platos, Vladislav ya estaba despierto. Estaba mirando algo en su teléfono.
- Agua, - dije, sonando bastante terrible. Mi voz sonaba a la vez ronca, como un altavoz viejo, y susurrante, pareciendo una serpiente.
- Toma, - me pasó de inmediato una botella de agua mineral, que abrí rápido y empecé a vaciar ávidamente. Ese líquido era un salvavidas para mi cuerpo, que estaba deshidratado por el alcohol.
Vlad me miraba sorprendido mientras bebía, y cuando no quedó nada en la botella, dijo con una sonrisa en los labios:
- No dejas de sorprenderme. En las últimas diez horas he ido aprendiendo cosas nuevas sobre ti...
- ¿A qué te refieres? - pregunté asustada, apartando la botella, y sentí que mi alma se caía a los pies. ¿Qué quería decir mi chico?
- Bueno, bebiste un litro de agua de un tirón, y esta mañana hiciste unas cosas en la cama que me dejaron boquiabierto. Nunca habías sido tan activa y no hacías...
En eso él se echó a reír y volvió a pegarse al teléfono, mientras yo soltaba un suspiro de alivio y empezaba a pensar en mi comportamiento durante el amor.
No escondí que por la mañana me había comportado de forma muy activa, y todo esto lo causó Maxim. Él estaba todo el tiempo delante de mis ojos...
- Pero no me opongo a repetirlo - dijo el de ojos grises. - En absoluto. Incluso apoyo algo así.
Me quedé perdida. Mi cerebro buscaba una respuesta que rápidamente se escapó de mí:
- Yo también, pero más tarde... Ahora me duele la cabeza, el estómago y tengo una sed horrible...
- Bueno, sí, veo. No luces precisamente bien. Pareces una resaca.
Después de esa conversación, me levanté de la cama y fui a la cocina, donde también bebí toda el agua del filtro y me senté en una silla. Mi cabeza, zumbando, se dejó caer sobre la mesa. No tenía fuerzas en absoluto.
Así estuve sentada unos diez minutos, hasta que mi estómago se retorció bruscamente, y la sensación en mi garganta me decía que me esperaba el mismo destino que a Miroslava.
Corrí al baño, donde estuve media hora abrazándome al inodoro frío, oliendo el bloque de inodoro que olía a frescura marina.
En ese momento me sentía tan mal que no podía pensar en nada más que en que nunca jamás en la vida volvería a beber así, y mucho menos a mezclar alcohol.
- ¿Zoya, cómo estás? - preguntó Vladislav, que estaba de pie junto a la puerta cerrada.
- Quiero vomitar mis entrañas - le respondí, secándome los labios pálidos que temblaban con la mano.
- ¿Tenemos algo para la intoxicación? - sonó la siguiente pregunta.
- No - dije.
- Entonces, ¿quizás voy a la farmacia y compro algo?
- Sí...
- ¿Qué exactamente? Porque no sé...
- Ahora saldré y te lo dictaré - respondí y sentí cómo otra porción de ensalada mal digerida con mayonesa se acercaba a mi garganta. La vomité.
Cuando salí del baño, mi novio ya estaba poniéndose las zapatillas blancas. Se veía normal. Ni siquiera diría que ese chico había estado bebiendo toda la noche.
- Estás verde, - me miró asustado.
- Lo importante es no convertirme en rana, - murmuré.
- Chiquita, no digas tonterías, - movió la cabeza mi novio y sacó su smartphone del bolsillo. - Dicta lo que hay que comprar.
Después de escuchar la lista, Vladislav se fue, y yo me fui a la habitación, donde caí en la cama como un saco de papas. Me sentía tan mal que no puedo explicarlo. Esperaba que mi novio regresara rápido con la medicina, pero mejor hubiera sido que trajera sus pies con flores en las manos y el anillo en los dientes.
En ese momento, ya había esperado más de cuatro años, pero no podía llegar. Simplemente es extraño que llevemos tanto tiempo viviendo juntos y aún no seamos una pareja oficial.
Aquí mis amigas tienen todo mal.
Marinka se casó tres meses después de conocerse, Irina un año después de su encuentro, y yo ya llevo cinco años sentada esperando un viento favorable que finalmente sacuda a mi chico y le sugiera que debe llevar a la chica que le cocina todos los días al altar.
Fruncí el ceño y sentí que en este momento iba a estallar de nuevo, pero aguanté ese impulso bastante desagradable.
Después de eso, otra vez comenzaron a torturarme los pensamientos que decían que mi relación con Vlad no iba a terminar bien. Él estaba estirando el asunto, y yo solo quería una familia normal. Me aburría llegar a casa y escuchar de mi padre siempre lo mismo:
- ¿Cuándo te van a invitar a casarte? ¿No será que es gay? Ya van cinco años y ustedes siguen como perros en el heno...
Y así pasaba cada vez. Después de esas palabras, empezaba a darle la vara a Vladislav, pero él comenzaba a decir que no había que apurarse, que la vida es larga y cosas así...
Bla, bla, bla...
Si soy sincera, esa respuesta no me convencía en absoluto. ¿Por qué alargarlo? ¿Acaso no quería atar su destino a la persona que amaba? ¿O será que después de tantos años el amor se había convertido en amistad y en costumbre? ¿O tal vez estaba esperando algo mejor?
Esos pensamientos me llenaban de tristeza. No me gustaban los períodos en los que esas emociones empezaban a devorar mis entrañas y me hacían sentir que no le importaba. Sin embargo, eso pasaba, y todo volvía a la normalidad.
Pero, ¿podré vivir tranquila después de la noche de ayer? ¿Se pasará esa sensación loca que me invadió hace un par de horas? ¿Y qué fue eso, en realidad?
Pero seguir dándole vueltas a esto me lo impidió Vladislav, que ya había vuelto con una bolsa de medicamentos. Me sorprendió incluso que se las arreglara tan rápido.