¿De verdad es una coincidencia tan mala? Justo cuando empecé a olvidar esas malditas manos cálidas, miradas y el beso, el destino me pone a Maxim de nuevo en el camino.
¿Por qué?
¿Es una broma?
¿O así es como el universo quiere mostrarme su venganza por mi error?
El rubio volvió su cabeza hacia mí. Sus ojos azules quemaron mi corazón, que se apretó con agrado y comenzó a bombear sangre más rápido al instante. Sentí al instante cómo el calor me golpeó la cara con una agradable bofetada.
¿Y qué se supone que haga ahora? ¿Sentarme a su lado? ¿O huir del autobús para no crearme la tentación otra vez...?
Qué labios tan bonitos tiene, unos pómulos, una nariz... Podría estar mirándolo por la eternidad, pero ¡basta ya!
¡Zoa, reacciona de inmediato!
- ¡Qué encuentro! - dijo Maxim amablemente y con ligereza. Su voz me atravesó en ese momento, y los topacios azules eran hipnóticos. Todavía me sorprendía que pudiera tener un color de ojos tan increíble. En ellos podrías simplemente hundirte, disolverte...
- Zoa, ¿qué pasa? - continuó. - ¿Te sientes mal?
¡Dios mío! ¡Él aún preguntaba qué me pasaba! ¿De verdad mi mirada no le decía nada?
No es de extrañar que digan que los hombres son un poco torpes.
- No, todo está bien, - me senté a su lado y sentí cómo una ligera corriente golpeaba mi piel, cubriéndola de escalofríos.
- Bueno, - alargó. - Un encuentro bastante inesperado. ¿A dónde vas?
Y, además, muy... Impredecible...
Tan aleatoria que me daba miedo.
- Ah, - una sonrisa nerviosa apareció en mi cara. - Voy a casa el fin de semana. Tengo que encontrarme con una amiga. ¿Y tú qué haces por aquí?
En la cara de Maxim apareció una emoción muy extraña. Parecía que ocultaba algo, pero no quería hablar de ello. Eso me puso en alerta.
- Voy a ver a un amigo, - escuché esa respuesta y sentí cómo mi teléfono vibraba en mi bolsillo.
- ¿Estás en el autobús? - me preguntó Vladislav. Con el rabillo del ojo vi que Maxim miraba con interés mi smartphone, tratando de averiguar quién me había escrito, y cuando, supongo, vio el nombre de mi chico, se dio la vuelta bruscamente hacia la ventana y apretó los labios.
¿Era envidia lo que lo estaba ahogando? ¿O mi cabeza estaba imaginando cosas de más...
- Sí, acabo de sentarme, porque había mucho tráfico, - le respondí rápidamente.
- Bien, buen viaje, - me llegó esa respuesta de inmediato.
- Gracias, - escribí, guardé el teléfono en el bolsillo y volví la cabeza hacia Maxim. Él miraba por la ventana.
En ese momento, el autobús comenzó a moverse. Las imágenes fuera del cristal empezaron a cambiar lentamente, y entre nosotros se hizo un silencio. Era tan incómodo que fui la primera en romperlo.
- ¿Y cómo llegaste a casa entonces? ¿Mirósy se mareó un poco en el taxi?
- Por suerte, se mantuvo firme como una roca.
- Eso está bien, - sonreí.
- Le hubiera venido bien beber menos. Mirósy siempre mete en su estómago todo lo que encuentra. No quiero ofenderla, pero si bajara un poco de peso, podría desfilar.
- Tal vez, pero parece que no es su destino. Algunas personas disfrutan comer a lo grande y no se preocupan por su apariencia. En absoluto.
- Pensé que a todos les importaba verse atractivos. Mira, tú, incluso ahora, viajando en un viejo autobús, te ves increíble. La ropa, el pintalabios, el cabello bien peinado...
Me sonrojé. Maxim me estaba haciendo un cumplido por mi aspecto normal. Ese maquillaje lo había hecho por la mañana y ahora no se veía tan bien. Tal vez se estaba burlando...
- Gracias, pero exageras.
- No, - se opuso él. - Digo la pura verdad. Pero creo que si te quitas todo eso, estarás mejor. A veces el maquillaje oculta la verdadera belleza de una persona.
- No sé, la verdad. Sin embargo, se puede decir con certeza que si ahora me lavo la cabeza y no me aliso el cabello, pareceré un caniche.
- ¿Eres rizada por naturaleza? - levantó las cejas el chico, sorprendido. - Ni siquiera lo sabía ni lo sospechaba. Nunca te había visto así.
- Es bueno que no lo sepas, porque es horrible. Como si alguien hubiera tirado espaguetis sobre mi cabeza.
- Creo que exageras. Ese peinado es muy lindo.
- No, - me reí. - En absoluto, no es lindo.
- Bueno, con Larisa pronto cumpliremos nuestro aniversario de bodas. Ven así con el cabello natural. Me gustaría verlo. Mucho.
Me di la vuelta. La amargura me atravesó. El aniversario de bodas. No tenía ganas de celebrar algo así, y menos después de lo que pasó entre nosotros. Va a ser un poco difícil mirar a los ojos de su esposa.
- Voy a pensarlo, - miré mis manos. En mi mano izquierda llevaba un reloj negro que Vladislav me regaló en mi último cumpleaños. Dicen que no se pueden regalar cosas así porque trae mala suerte, pero ya no estamos en la Edad Media como para creer en supersticiones.
Las manecillas mostraban que llevábamos media hora en el camino. Incluso me sorprendí. No podía creer que ya había pasado tanto tiempo. Para mí, solo había pasado un segundo, pero en realidad no era así.
- Espero de verdad que vengas con rizos.
- No puedo prometer nada.
- Eres como una pared, es difícil convencerte de algo. ¿De quién heredaste esa terquedad?
- Mi mamá dice que de mi papá, pero yo creo que si realmente fuera así, Vladislav ya habría desaparecido hace tiempo.
Maxim sonrió y volvió a mirar por la ventana. Íbamos por la carretera entre un montón de coches que volaban a una velocidad increíble.
¿Y a dónde iba toda esa gente con tanta prisa? Yo, por el contrario, quería que los segundos no pasaran tan rápido y que los kilómetros no volaran de esa manera, porque no sabía exactamente dónde iba a bajarse Maxim y volver a dejarme sola.
Llegamos a la primera parada, de un total de cuatro, siendo la última la mía. Me pregunto si Maxim también va a donde voy yo. ¿Se bajará antes?