Cuando la elección es solo una

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En mi pequeño cuarto, donde he vivido diecisiete años, en realidad nada ha cambiado. Claro, el año pasado mis padres cambiaron el papel de las paredes. Ahora la habitación era de un color lila, y no rosa.

Me senté en el sofá morado y empecé a mirar las paredes, en las que colgaban mis fotos. En esas fotos era tan pequeña que ni me lo podía creer. Y todavía me parece raro que ya no tenga quince años. ¿Dónde están esos años despreocupados? ¿Dónde se fue ese tiempo dorado en el que el mayor problema era un examen de álgebra o química? No lo sabía, pero realmente quería volver a ese período, ya que solo unos años atrás me di cuenta de que ya había crecido.

Es un pensamiento triste, pero no se puede hacer nada. En un abrir y cerrar de ojos cumpliré sesenta años y estaré cuidando a mis nietos inquietos, si es que, claro, tengo suerte.

Me levanté y me acerqué a la mesa, donde durante once años casi todos los días hacía mis tareas. Esa madera barnizada ha visto todas mis emociones, todas las que se puedan imaginar.

Y cuántas veces lloré por eso, cuando no entendía cómo se contaban esos integrales o cómo se aplicaban esas tontas leyes de la física. Pero la medalla de oro que colgaba en la pared decía que lo entendí.

Sin embargo, cuántas lágrimas he derramado y cuánto he escuchado de mis padres. Siempre quisieron que yo fuera la mejor. Así que siempre me esforcé, pero por alguna razón, cada una de mis victorias la tomaban como algo normal. Como si no fuera nada especial. Eso dolía, pero con el tiempo ya no le presté atención y simplemente seguí adelante hacia mi objetivo.

Parte de ellas no se concretó, porque simplemente no defendí mi opinión. Tenía muchas ganas de pintar. Cuántas veces pedí que me mandaran a la escuela de arte, pero mis padres hacían la mueca y decían que no tenía sentido, porque en la vida hay que ocuparse de asuntos serios, y no andar arruinando acuarelas. Triste. Pero a escondidas de todos, yo pintaba. Ahora mismo tenía en mis manos mi viejo álbum desgastado, en el que con un simple lápiz había fijado todo lo que podía.

Ahora lo hojeaba y sonreía. Debajo de algunas incluso estaba la fecha y la firma. Gran artista. No se puede decir más...

Después de dos minutos llegué a la última página, y ahí me miraba tristemente un auto sin terminar, que estaba en un puente. Ese fue el último dibujo que no terminé. Ya tiene más de seis años. Probablemente así se quedará. La vida adulta me robó los sueños y me hizo entender que ya no soy una niña y que hay que gastar el tiempo en asuntos cotidianos de los que no hay escapatoria.

La tarde después del trabajo está ocupada en cocinar, los fines de semana en limpiar el apartamento, y si aparecían cinco minutos extra, quería gastarlos durmiendo. Y eso se repetía todos los días, todas las semanas, todos los meses...

Claro, algunos no tenían una vida así. Mi amiga de infancia y compañera de clase, Yana, solamente disfrutaba de todo. Cuántas veces entraba a las redes sociales, su página gritaba con fotos de diferentes rincones del mundo.

Pero hay que envidiar en silencio. Quizás mi mamá tenía razón al decir que el dinero no es lo más importante en la vida, y que debe imperar el entendimiento. Sin embargo, la situación actual que hay entre ellos no es un buen ejemplo.

La puerta de mi habitación se abrió en silencio. Giré la cabeza y vi a mi padre. Tenía un aspecto de estar un poco tomado, pero no tanto como para no darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

- ¿Puedo? - preguntó amablemente.

- Uhum, - cerré el álbum y lo escondí en el cajón.

- Tu mamá exagera, - se sentó en el sofá. - Vovan y yo solo tomamos un par de traguitos, y ella ya se pone como un pavo.

Decir que solo tomaron un par de traguitos es un eufemismo. Más bien, se habían dado un buen atracón de la botella y se habían emborrachado. Y cuando papá está borracho, siempre busca a alguien para contarle sus historias. El alcohol siempre le soltaba la lengua.

- A veces ella es muy emocional, - dije.

- No seas así, porque tener una madre así es un verdadero dolor de cabeza. No se sabe qué le puede dar por hacer en cualquier momento.

Me encogí de hombros, porque no sabía qué decir en esa situación.

- Pero aun así, amo a tu mamá. Claro, a veces se comporta terriblemente, activa su niña caprichosa, pero eso es mejor que cuando esta mujer se convierte en una víbora real. Entonces hay que esconderse, pero yo tampoco soy un dulce de chocolate. A veces da asco incluso uno mismo.

- Uhm, - lo miré.

- ¿No le estás sacando de quicio a Vlad?

- Pues parece que no.

- Bueno, eso es bueno. Lo principal es no enredar los nervios... Pero, ¿por qué no te ha invitado a casarte aún? ¿De verdad le estás comiendo el coco?

Bueno, ya empezó. Otra vez salió a la superficie su tema favorito. Como si no hubiera nada más interesante que seguir machacando esto ahora.

- Aún no es el momento, - dije.

- Eso es tontería. Yo ataqué a tu mamá en los primeros dos meses para que no se me escapara, porque ella es una de esas... Si me hubiera perdido, lo habría lamentado toda la vida.

Sonreí levemente. Mis padres, en efecto, se casaron muy rápido, pero nunca contaron cómo el destino los unió. Supongo que ahora tenía sentido preguntar.

- ¿Y cómo se conocieron en realidad?

- Fue en una fiesta de amigos. Tu mamá se emborrachó hasta gritar como un cerdo y empezó a vomitar, y como un caballero le sostuve el cabello mientras lo hacía en el baño, y luego la salvé con agua con gas y eneldo, aunque no le sirvió de mucho.

Vaya historia. Ni se me había ocurrido que todo había pasado así. Después de este relato, mi vida no será la misma.

- ¿Y luego qué pasó?

- Bueno, la acompañé a casa, pero no sabía dónde vivía, así que nos fuimos a mi lugar, donde, por suerte, no estaban mis padres. La acosté en el sofá y fui a mi habitación, donde me dormí al instante. Por la mañana, le dio un ataque de pánico porque ni siquiera me recordaba... Así que tuvimos que conocernos otra vez, y después de eso todo se fue enredando entre nosotros...



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 23.11.2024

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