No había terminado de poner mi cabeza en la almohada cuando ya llegó la mañana. El sol lanzaba rayos por la ventana. Me entraban en los ojos y me despertaron al instante.
Despegando mi cuerpo del sofá, al principio no entendía dónde estaba, solo después comprendí que estaba en casa de mis padres. Rascándome la nuca, me levanté y me acerqué a la ventana que estaba abierta para ventilar. La abrí por completo para que entrara el fresco aire de la mañana a la habitación. Pero por alguna razón no era así, sino que estaba caliente. Hice una mueca, pero no podía hacer nada al respecto. Es verano, y en esta época del año debería hacer calor. Mejor un buen clima que lluvia, que no necesito, porque si empieza a llover, no tendré qué ponerme para salir.
Dándome la vuelta y mirando la hora, vi que eran las ocho de la mañana. Era demasiado pronto para escribirle a Vladislav, porque seguro seguirá durmiendo hasta las diez. Así que me fui directo a la cocina, donde quería servirme agua de la jarra para quitarme la sed que me atacó de repente y me secó la garganta.
Para mi sorpresa, mis padres estaban sentados en la cocina y hablando tranquilamente. Eso es bueno - una señal de que se han reconciliado y que mi papá hizo como yo había aconsejado. En la mesa había un hermoso ramo de tulipanes blancos, y mi mamá masticaba su chocolate favorito.
- El reino de los sueños ya se está desperezando, - comenzó a hablar papá en su tono habitual. - Ya estaba pensando en ir a sacarte de la cama por el pie.
- Pero ya me levanté, - señalé, sentándome frente a ellos en la mesa.
- ¿Cómo dormiste? - preguntó mamá, que decidió hoy ignorar sus principios y estaba tomando café fuerte.
- Bien, ¿y ustedes de qué estaban hablando? Espero que no sea nada secreto.
- Estábamos hablando con tu papá de que ya es hora de comprar un coche nuevo, porque nuestro Georgi ya está dando sus últimos estertores, - explicó mamá.
La verdad es que todavía no entendía por qué llamaban a ese automóvil Georgi. De hecho, es raro ponerle nombre a un objeto inanimado.
- Bueno, ya está viejo. Es hora de llevarlo al desguace, - dije y capté la mirada enojada de papá. - ¿Qué?
- No hables así de él, - dijo. - Incluso si compramos un coche nuevo ahora, él se quedará con nosotros. Lo usaremos para viajes muy ocasionales.
- ¿A dónde? - se metió mamá, insatisfecha. - ¿Al supermercado más cercano?
- Te dejaré manejarlo, - respondió él. - Irás al trabajo con él.
- No voy a empujarlo, - resopló mamá. - Es un excelente calentamiento por la mañana. No necesitas correr. Empuja a Georgi media hora cada día y estarás en plena forma.
- Cristina, no te quejes y no exageres. Georgi no siempre es caprichoso, y un poco de ejercicio de vez en cuando te hará bien, porque pasas todo el día sentada y solo te limas las uñas, y necesitas moverte más.
- Qué gracioso...
- Bueno, no pongas esa cara, porque te saldrán arrugas de más. Ya hay una aquí - tan grande que se podría llenar con un paquete de crema, y allí se quedaría.
- ¿De verdad? - se lamentó ella y corrió de golpe al baño, donde a los cinco segundos gritó:
- ¡Sinvergüenza! ¡No se puede engañar así!
En respuesta, el padre comenzó a reírse y luego fue hacia ella.
Yo estaba sentada tratando de recordar por qué había venido aquí, y cuando logré acordarme, mamá apareció de nuevo en la cocina, buscando cosas en la nevera. Estaba sacando productos para el desayuno.
Después de que los tres nos devoramos el café y los huevos fritos, papá se fue al garaje a atender a Jorik, y mamá y yo decidimos ir de compras.
No quería salir en este calor, pero alguien empezó a quejarse de que no tenía un vestido nuevo y demás. En fin, mamá me convenció, y ahora estábamos en el centro comercial buscando algo bonito, pero en vez de eso, nos topamos con una persona bastante desagradable - Lina. La madre de otra de mis compañeras de clase, Alexandra, que me irritaba muchísimo.
Linka, así la llamaban todos, era la rara de nuestro pequeño pueblo. Prácticamente todos los habitantes la conocían. Y no es de extrañar, porque siempre le encantaba presumir de su hija. Una cosa es cuando realmente hay motivos para estar orgullosa, y otra muy distinta es cuando todo son palabras vacías.
Tan pronto como Lina se sentaba en la miniván, empezaba a alardear de lo increíblemente inteligente, bonita y simplemente maravillosa que era su hija... Pero en realidad... Oleksandra es más tonta que un saco de piedras. Siempre copiaba las tareas en internet y llegaba a clase totalmente desprevenida. Así que solo sacaba dos.
- ¡Qué encuentro! - dijo ella. - No te veía desde hace tiempo. Has crecido tanto, Zoe...
- Buenas tardes, - murmuré, y mi madre guardó silencio.
- ¿Cómo están las cosas? - preguntó ella.
- Mejor que nunca, - respondió mi madre con voz descontenta. Se notaba que Lina la sacaba de quicio.
- Yo estoy buscando un vestido para mi nieta. Cumple tres años ya. Estoy pensando en regalarle algo así a Zinochka.
- Entonces ve a buscar.
- ¿Y ustedes todavía no tienen descendencia?
En ese momento quería responder, porque veía que mi madre estaba al borde, pero mis ojos atraparon una cabeza blanca conocida, y luego eso...
¡No!
¡Maxim!
- Zoe por ahora está construyendo su carrera y no piensa en niños, - dijo mi madre, agarrándome de la mano y tirándome hacia un lado. - Lo siento, Lina, pero tenemos prisa.
Mis entrañas se helaron. ¿De verdad estaba allí Maxim? Pero cuando volví la cabeza, no había nadie. ¿Era solo mi imaginación? No me gustaba nada de esto.