Así debería haber sido todo. Yo y Maxim somos muy diferentes como para que nuestros destinos se junten. Así que todo está bien.
- ¿Hablaste con alguien? - me preguntó Vladislav, que justo salió de la ducha. Se secaba el cabello con una toalla.
- Sí... Me llamaron del trabajo.
- ¿Pasó algo? Te veo un poco triste. ¿Tienes algún problema?
- No, todo bien. Solo que mañana tengo un montón de cosas que hacer y necesito hacerlas rápido.
- Ah, entiendo. Bueno, no te pongas triste. Eso será mañana, y hoy tenemos tiempo para descansar. Además, hoy es un día especial para nosotros.
- Sí, - asentí y saqué de mi cabeza la conversación con Maxim.
Los días siguientes fueron grises para mí, como el cielo en noviembre. Tenía un estado de ánimo tan triste que era difícil de describir.
Iba a trabajar como si fuera una condena. Nada me traía felicidad. La depresión me ahogaba.
Incluso las noches con Vladislav, que últimamente estaban llenas de romanticismo, no me daban tranquilidad. Estaba nerviosa y no me sentía yo misma. Sin duda, sabía por qué, pero ignoraba esas ideas. Esos pensamientos estaban estrictamente prohibidos.
El jueves, mi ánimo pareció mejorar un poco, o quizás me animaba el hecho de que en tres minutos empezaría la hora del almuerzo. Tenía un hambre increíble... Me sentía famélica.
Cuando salí de la oficina, Ilona me estaba esperando cerca. No habíamos hablado desde el viernes pasado. Aún le tenía rencor. Claro, ya no era tan fuerte, pero aún persistía un buen resentimiento.
- ¿Quizás podríamos ir juntas a almorzar? - preguntó ella con miedo en la voz.
- ¿De verdad te acordaste de mí? - solté un bufido y crucé los brazos descontenta.
- Lo siento, no pensé en lo que estaba diciendo entonces.
- ¿De verdad? ¿Y qué ha cambiado ahora?
En los ojos de la chica comenzaron a brotar grandes lágrimas. En ese momento comprendí que algo realmente malo había sucedido. ¿Se hicieron realidad mis presentimientos sobre Iván? Si es así, es malo. ¡Horrible!
- Uhm, - la chica sonó con la nariz.
En un momento estábamos sentadas en un café, donde hicimos el pedido y esperábamos la sopa. Todo ese tiempo, a pesar de mis advertencias, Ilona seguía llorando. La chica mantenía un obstinado silencio hasta que empecé a sacarle información.
- ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras?
Ella levantó la cabeza. Nuevamente sonó con la nariz, amargamente. Quería decir algo, pero una nueva tanda de lágrimas saladas no la dejó. La chica volvió a romper a llorar.
- No hace falta, no vale la pena tus nervios, - intenté calmarla de alguna manera.
- Tenías razón, - finalmente soltó. - Fui muy tonta y no vi lo obvio. Una gallina ciega.
- ¿Qué específicamente?
- Iván me utilizó...
¿Y qué se supone que debía responder? Ni siquiera hace falta tener mucho sentido común para sospecharlo desde un principio. Todo estaba claro.
- ¿Él te hizo algo malo?
- Jugó y me desechó...
- Ilona, puedes contarme todo...
La chica se cubrió la cara con las manos y luego empezó a hablar en voz baja:
- El fin de semana fuimos a su casa de campo, donde pasamos toda la noche del viernes y el sábado haciendo el amor. Todo iba genial hasta que accidentalmente escuché su conversación con un amigo o alguien más. No estoy segura. Se jactaba de que en el trabajo se había acostado prácticamente con todas las mujeres menores de treinta y cinco años... Y le quedaba solo una chica para alcanzar su propio récord - Zoya.
En ese momento, Ilona volvió a llorar fuerte, pero luego continuó.
- En ese momento no pude resistir y entré en la habitación, empezando a hacer una escena, pero su respuesta me sorprendió. Me dijo: "¿De verdad pensabas que iba a atarme a ti toda la vida? ¡Tonta!". Esas palabras casi me matan. Por supuesto, sabía que eso podía pasar. Sabía que era un chico fiestero, pero cuando me regalaba joyas y miraba en mis ojos, parecía que era sincero, pero era una mentira. Una horrible mentira que me nubló la cabeza, me hizo creer en un amor que...
- ¿Y qué pasó después? - le pregunté.
- Me armé de valor y me fui, y cuando salí de la casa y me subí al taxi, escuché su risa. Me atravesó con tantas emociones negativas que la vida se me volvió gris. ¡Canalla!
Me dio una pena increíble Ilona. Pero, ¿quién tiene la culpa? La advertí, pero una mujer enamorada es tonta.
Algo me recordaba esto...
Sin embargo, para Ilona y para mí, todo sigue adelante. Hay que superar esto y avanzar con seguridad. La vida es a rayas. Aquí hay una línea negra, y allí - blanca.
- ¿Me perdonas? - me preguntó mi amiga. - En ese momento no era yo misma.
- Está bien, te entiendo - le tomé la mano y vi la sonrisa de la chica. - Todos cometemos errores, así que no vale la pena obsesionarse con ellos.