El viernes logré salir del trabajo un poco antes. Alrededor de las dos de la tarde ya estaba en casa, pero eso no me traía alegría, al contrario, me llenaba de tristeza. No tenía ganas de ir a ningún lado.
Me hacía el maquillaje y soñaba con que me subiera la temperatura de repente, algo que me obligara a quedarme en casa y no ver a Larisa ni a Maxim.
¿Y si repito un truco muy antiguo y fiable: comer un pedacito de la mina de un lápiz?
Esa cosa funcionaba siempre. En el colegio lo hacía a menudo cuando no quería ir a las últimas clases.
Simplemente, durante el recreo, me metía a la boca unos trocitos de grafito y ya. A los veinte minutos, mi cuerpo empezaba a arder y la enfermera, dándome pastillas para la fiebre, me dejaba ir a casa.
Sin embargo, ahora repetir eso... Una tontería. No soy una chica del colegio. Y, en general...
Algún día tendré que enfrentar a Maxim, porque somos amigos...
Pero...
Es sorprendentemente difícil escapar de la verdad.
Por más que tratara de engañarme, amaba a ese rubio.
Sin embargo, lo repito, creo que por centésima vez: no es nuestro destino. Nuestras caminos son diferentes. Absolutamente.
Cerca de las cuatro de la tarde, Vladislav volvió a casa. Estaba un poco de mal humor por alguna razón. Su cara estaba tensa, los labios apretados…
- ¿Qué pasó? - le pregunté.
- Hablé con mi mamá.
- ¿Te disculpaste por lo de ayer?
- Zoya, ¿te estás burlando de mí? Ella debería disculparse. ¿No viste lo que mi mamá te trajo?
- Sí, pero te negaste de una manera muy brusca - le dije.
- ¿Desde cuándo proteges tanto a mi mamá? ¿Hay algo que no sé? ¿Ya son grandes amigas?
Vladislav me estaba haciendo una pregunta interesante. En esa situación, yo intentaba mantenerme neutral.
Está claro que nadie se pondría ese vestido, pero se podría haber negado de una forma mucho más suave.
- No estoy defendiendo, solo digo que no tenía por qué ser tan grosero.
- Tal vez - se sentó en el sofá, con los brazos cruzados sobre el pecho.
- Entonces, ¿ya se reconciliaron?
- No, ella se ofendió, y mi padre dijo que soy un idiota que no respeta a su madre.
Me encogí de hombros. Era difícil responder algo. Que Vladislav se las arregle con sus parientes.
- ¿Has averiguado qué pasa con tus informes? - preguntó mi prometido.
No quería tocar ese tema ahora, y además el chico no conocía todos los detalles del asunto.
Nunca le había contado que en nuestro trabajo había un conquistador llamado Iván, que coqueteaba con todos y lo hacía de las maneras más asquerosas. Y conociendo a Vlad, era mejor no mencionarle eso.
- El lunes lo aclararéю
- Bueno, pero no te olvides.
- Sí.
Una hora después, Vlad y yo salíamos del apartamento. Para esta noche me puse un vestido negro recto y, como siempre, alisó mi cabello. Con ese peinado me sentía bastante segura, pero mis piernas eran de plomo.
La idea de que en una hora vería a Maxim me ponía muy nerviosa. Sentía que la temperatura de mi cuerpo había subido a cuarenta por los nervios. Ni siquiera era necesario recurrir a trucos con grafito.
Pero a pesar de eso, intentaba mantener la calma. Sin embargo, la ansiedad salía a relucir. Durante todo el tiempo que estuvimos en el taxi, jugueteaba con el anillo que me había regalado Vladislav. Eso aliviaba un poco el estrés.
- ¿Algo no está bien? - notó mi comportamiento extraño el prometido. - Estás rara.
- Todo bien, - respondí, girando el anillo.
- ¿De verdad?
- Sí.
- Bueno, - asintió con la cabeza.
Mierda.
No tengo que preocuparme. Mi relación con Maxim es cosa del pasado. ¡Zoya! ¡Ya basta de hacerme lío la cabeza con cosas que no sé!
Aaaaa…
¡Ahora voy a gritar!
Finalmente estábamos frente a la puerta del departamento, que nos abrió Larisa. Ella, como siempre, irradiaba alegría y belleza. Estaba feliz de vernos, pero si supiera dónde había estado su marido el sábado pasado y qué había hecho conmigo…
- Ya los estábamos esperando, - dijo ella amablemente. – Pasen rápido.
Larysa se hizo a un lado para dejarnos pasar. Entramos y también expresamos palabras de saludo. Parecía que todo estaba bien. Vladislav abrazó a Larysa, y luego lo hice yo, pero cuando me volví, tenía a Maksim delante de mis ojos. El alma se me fue a los pies, y mi labio inferior temblaba. Tenía miedo de lo que vendría después.
- Hola, - le dijo Vladislav y le estrechó la mano.
- Hola, - respondió él y me miró. Qué mirada tan afilada, pero al mismo tiempo cansada.