Me subí al coche que iba a llevarme a casa. Tenía la cabeza vuelta hacia Maksim, que todavía estaba fumando un cigarro. Sabía muy bien que le estaba haciendo daño, pero tenía que ser así.
Así es nuestro destino.
Las ruedas del taxi comenzaron a rodar. En cuarenta minutos estaré en casa. Ahí me sentiré mejor. Abriré una botella de vino, me serviré en una copa, daré unos sorbos, pero ¡espera!
¡No le dije nada a Vladislav! ¡Se va a preocupar!
¡Otra vez actué sin pensar! ¡La clásica Zoya!
Mi smartphone comenzó a vibrar y las letras en la pantalla indicaban que mi prometido quería oírme.
- ¿Aló? - respondí, tratando de no dejar que se notara mi mal humor.
- Zoya, ¿dónde estás? Maksim dijo que saliste a la calle. No puedo encontrarte por ningún lado.
- Estoy yendo a casa. Me siento muy mal de repente…
- ¿Y por qué no me dijiste?
- No quería interrumpirte de bailar y...
- Zoya, qué te pasa. ¡Eres lo más importante para mí en el mundo!
- Lo siento - murmuré.
- Todo bien - dijo el chico. - ¿Ya dónde estás?
- A medio camino de casa.
- Entonces voy a llamar un taxi y voy a ir contigo. No quiero dejarte en mal estado.
- No te preocupes. Descansa sin mí.
- ¡Zoya! ¡Me sorprendes! ¡No me digas eso!
- Está bien...
En veinte minutos estaba de pie en el umbral del apartamento, y quince minutos después apareció Vladislav. Estaba muy preocupado. Nunca lo había visto en un estado así.
- ¿Cómo estás? - se sentó en la cama donde yo yacía, como una muñeca de plástico. Solo se movieron los ojos: miraron hacia el chico.
- Horrible, - susurré, conteniendo apenas las lágrimas que me brotaban de los ojos.
- ¿Qué es lo que te duele?
¿Qué me duele? Es una pregunta muy complicada. Físicamente estoy bien, pero mentalmente estoy rota.
Probablemente nada en el mundo podría ayudarme ya. Estoy hecha añicos.
- ¿Zoya? - se sentía una gran preocupación en la voz del chico. En ese momento, hasta me daba pena por él. Estaba sentado junto a su prometida, que moría de un amor prohibido.
- Me da náuseas, - mentí.
- ¿Tal vez carbón activado?
- Mejor solo agua.
- Está bien, - se fue a cumplir con mi pedido, y en ese instante dejé caer una amarga lágrima.
Ni siquiera encontraba palabras para describir la situación que ahora pesaba sobre mi cabeza.
- Toma, - me trajo Vlad una taza de agua.
Agarré la taza y empecé a beber el líquido. El agua picaba la lengua con su frescura y se deslizaba agradablemente por el esófago. Quizás sea un autoengaño, pero me sentí mucho mejor. El agua me puso un poco las pilas.
- ¿Cómo estás? - seguía preguntando el chico.
- Tengo sueño...
- Quizás no debiste ir a la celebración hoy. Vi que no te sentías bien y te llevé. ¿Por qué no me dijiste que te sentías mal?
Él realmente se daba cuenta...
Me pregunto, ¿Maxim ahora se siente igual de mal? ¿O ya estaba en los brazos de Larisa?
- Creo que todavía me sentía bien entonces, - le respondí, tomando su mano. - En el club fue cuando me empecé a sentir mal. Puede que sea el clima...
- Pues en casa de Larisa tampoco habrías estado de maravilla. Prácticamente no comiste nada.
- Lo siento, - pronuncié inesperadamente.
- ¿Qué? - exclamó, abriendo los ojos. - Zoya, ¿de qué hablas?
- No lo sé, - respondí, apretando con más fuerza sus dedos.
Vladislav dejó escapar un suspiro triste por la nariz. Mi estado lo atormentaba...
¡Dios! ¡Qué mala chica soy!
Él se estaba desgastando por mi culpa, y yo pensaba en alguien completamente diferente. Eso me hacía sentir avergonzada y molesta conmigo misma.
- Zoya, - dijo el chico, rompiendo el silencio.
- ¿Qué?
- ¿Y si no aplazamos la boda seis meses y la hacemos pronto? Podríamos ir el lunes a presentar la solicitud.
-Me quedé boquiabierta, pero no tardé en responder.
- Está bien, no tengo problema. Pero creo que ese lunes tomaré el día libre, porque también quería verme con Victoria.
- ¿Y te lo darán? Te fuiste temprano del trabajo hoy.
- Diré que estoy enferma.
- Bueno, - me besó en la frente Vladislav, y luego salió de la habitación.
Yo miraba al techo. Esta noticia debería mejorar mi estado de ánimo, porque como me decía mi mamá, una propuesta no significa nada.
Sin embargo, no me traía alegría. Sentía que solo me estaba atando un nudo fuerte en el cuello.