Estaba mirando a mi prometido y no podía encontrar las palabras. También estaba completamente perdida sobre qué hacer. El chico estaba de pie como si no hubiera pasado nada.
- ¿Qué te pasa? - le pregunté con miedo.
- Todo bien.
- ¿Te estás burlando? ¿Viste lo que le pasó a tu ojo?
- Lo vi - dijo él con indiferencia, moviendo la cabeza. - No es nada grave. El cuerpo tiene la capacidad de regenerarse.
- Eso lo sé muy bien, pero ¿no quieres explicarme qué pasó?
- Es una historia muy estúpida. Da hasta vergüenza contar lo que ocurrió.
¡Vergüenza a él! ¡Vladislav no estaba en sus cabales en este momento! ¡Casi le sacan un ojo!
- Cuéntame, estoy escuchando atentamente - le digo, mirándolo fijamente.
- Bueno, está bien - masculló. - Entonces vamos a la habitación, porque quiero sentarme.
- Bien.
Pasamos a la sala de estar. Me dejé caer en el sofá, y Vladislav se sentó enfrente de mí.
- Bueno, - empezó el chico. - Fui a trabajar. Normalmente empezamos nuestra jornada con té o café, pero de alguna manera nos dimos cuenta de que no teníamos azúcar, así que decidí ir a buscar algo rápido. Sin embargo, cuando salía de la tienda, un vagabundo empezó a molestarme…
- ¿Y qué quería? - lo interrumpí.
- Me preguntó si tenía cigarrillos, y luego empezó a pedir fuego. Claro, que no tenía ni lo primero ni lo segundo. Pero el tipo necio no entendía eso. Y luego resultó que terminaron saliendo los puños.
Me horrorizé. No podía creerlo. ¿De verdad algo así podía pasar a plena luz del día?
- ¿Y qué pasó después?
- Bueno, él me dejó un moretón, y yo le rompí la nariz.
- ¿Nadie llamó a la policía? ¿La gente solo pasaba y miraba?
- Sí, - encogió los hombros.
- Qué horror. ¿Y si te hubiera pegado fuerte? Y encima… mañana es nuestra boda... ¿cómo vas a aparecer con ese regalo azul bajo el ojo? Los invitados te van a hacer mil preguntas.
Vladislav no tuvo tiempo de responderme porque justo en ese momento alguien tocó la puerta. Sabía quién podía ser y no me equivoqué.
En el umbral del apartamento estaban Lidia Vasilievna y mis padres. Respecto a la primera, debo decir que se había teñido de rubio, un color que no le quedaba bien, porque en vez de ese rubio platino prometido, tenía un tono amarillento.
Pero qué importancia tenía eso ahora. En la sala de estar había un problema mayor.
- Zoya, ¿qué pasó? - notó mi mamá la tristeza en mi rostro.
- ¡Vladik! - sonaba la voz asustada de Lidia Vasilievna, que ya estaba en la habitación. - ¿Quién te golpeó? ¡Qué es esto! ¡Hay que llamar a una ambulancia! ¡Rápido!
- No hace falta llamar a nadie, - respondió de inmediato. - Todo está bien. Es solo un moretón. Y tú gritas como si me hubieran saltado las tripas.
- Menuda ciruela, - dijo mi padre con ironía. - ¿Quién te hizo esto? ¿Y por qué?
- Un vagabundo, - respondí en lugar de Vlad.
- ¿En serio? - apenas contenía la risa.
- Necesitamos ir al hospital de inmediato, - continuó diciendo Lilia Vasilyevna.
- No hace falta llevarlo al hospital, - comentó mi madre. - Es un simple moretón. Obviamente, mañana se notará más.
- ¡Y mañana hay una boda! ¿Qué vamos a hacer! ¡Qué desastre! ¿De verdad alguien lo maldijo? ¡Pobrecito mi Vladik! - se lamentaba la madre de mi futuro esposo. Su comportamiento irritaba a todos. Parecía una gallina.
- ¡Mamá, basta! - gritó Vlad. - No me estoy muriendo. Mañana me lo cubriré con maquillaje y ya está.
- ¿Para qué cubrirlo? Las cicatrices y los moretones, al contrario, le dan un toque a los hombres, - dijo mi padre y de inmediato recibió una mirada fulminante de su madre que lo asustó.
¿Qué pasó después? Nuestros padres se fueron al restaurante en lugar de nosotros, y nosotros nos quedamos en casa. Vladislav se fue a dormir. Yo, por mi parte, me senté en la cocina. El estado de ánimo me decía que necesitaba beber algo alcohólico, pero en la nevera solo encontré sidra.
Vertí el líquido color pajizo en una taza. Sabía horrible, pero a pesar de eso bebí esta desagradable bebida, que en cinco minutos mejoró significativamente mi estado de ánimo.
Sin embargo, la situación que ocurrió hoy con Vladislav no me dejaba en paz. No podía creer que algún vagabundo hubiera empezado una pelea. Vladislav debería haber actuado con más sentido. Debería haber evitado mover los brazos. Es un chico listo.
- ¿Qué haces? - me llegó un mensaje de Victoria, que me sacó de mis pensamientos oscuros.
- Estoy bebiendo, - le respondí.
- ¿Qué pasó?
- Vlad peleó con un vagabundo. Tiene un moretón bajo el ojo que, con cada hora que pasa, se hace más evidente.
- ¡Qué horror...
- Ajá.