De vez en cuando, mi padre estaba dándole vueltas a la situación, mientras que mi madre recibió una llamada de mi suegra, Lilia Grigorievna. Esta última arremetió contra mi madre con amenazas, diciendo que ella había criado a un hijo tan malo que había dejado a su hija. Pero la verdad le cerró la boca. La mujer que dio vida a Larisa casi pierde la voz al enterarse de las acciones de su querida hija.
- Hijo, ¡tienes que beber! - dijo mi padre, poniendo una botella de vodka sobre la mesa. - Esto te va a servir como medicina.
- Mañana tengo que trabajar - hice una mueca, porque no tenía ningún deseo de meterme alcohol. No va a cambiar nada, porque Zoya no va a ser mía.
- Dos copas están bien - insistió él.
- Bueno, está bien - cedí, porque mi padre ya estaba sirviendo el líquido transparente en un vaso.
En unos momentos, esa bebida alcohólica bajaba lentamente por mi esófago. Ya estaba en el estómago. Sentía un calor agradable, y luego una ligera embriaguez. Como si realmente todo se hiciera más fácil, pero después del tercer trago, mi cabeza volvió a la normalidad. Una voz interna dijo:
- No va a ayudar. Mejor vete a dormir, porque mañana hay que trabajar.
Y así lo hice. Ni siquiera las palabras de mi padre me detuvieron. Me fui. Me acosté en la cama y miré al techo.
Qué mal me sentía...
Quería desaparecer.
Mañana es la boda de Zoya, y después tendrá hijos, nietos...
¿Y qué pasará conmigo? Me invade la duda de que encuentre a una chica a la que realmente quiera. Esa rizada se quedará para siempre en mi corazón...
Para siempre...
Agarré mi teléfono de golpe. Ni siquiera sabía qué me impulsaba en ese momento, pero abrí la conversación con Zoya y escribí:
- ¡Hola a ti y a Vlad! ¡Les deseo una bonita vida de casados!
¡No!
¡Eso es una tontería!
¡Me he vuelto loco!
¿Por qué escribir lo que no quieres? Así que lo borré rápidamente y cerré las redes sociales. Es mejor que me acueste ahora en vez de andar navegando por Internet.
El sueño me llevó rápidamente a su reino. Por suerte, ni siquiera soñé nada. Solo reinaba la oscuridad ante mis ojos, la cual se disipó a las seis de la mañana.
Empecé mi día con una ducha y luego me vestí rápido pensando en correr al trabajo, pero mi mamá me detuvo:
- No sé cómo es en tu casa, pero si vives aquí, tienes que desayunar sí o sí.
- Está bien, - volví a entrar a la casa, sabía que no tenía sentido discutir con mi mamá.
La papilla de arroz con leche no me bajaba. Pero no tenía opciones. No quería ofender a la persona más querida para mí.
- Hijo, ¿cómo estás? - me preguntó, mirándome.
- Bien, - murmué yo.
- ¿Quizás te quedas en casa?
- No, tengo que trabajar.
- Pues cuidao, que me estoy preocupando...
- Mamá, todo está bien, - conseguí sacar una sonrisa.
- Espero que sí...
Me fui al coche tras haberme metido la última cucharada de papilla en la boca.
En el camino me fumé tres cigarrillos y traté de sacar de mi cabeza a Zoya y su boda. Ahora está con un vestido blanco, maquillada... Increíblemente guapa, y a su lado Vladislav...
¡Maldición!
¡Apareció una corza en la carretera!
Frené de golpe. Por suerte, no atropellé a la pobre criatura que me miraba con ojos enormes. Toqué el claxon, pero eso no la asustó. Siguió mirándome, pero luego salió corriendo hacia el bosque. Necesito ser más cuidadoso, porque casi me meto en un lío.
Luego, de los nervios, me fumé otros tres cigarrillos, y cuando el primer cliente se subió en el asiento trasero, olvidé mi mala costumbre.
El trabajo estaba a mil. Hice seis pedidos y después del último decidí tomarme un pequeño descanso.
El cuerpo me estaba pidiendo nicotina. Así que me detuve, abrí la ventana y empecé a fumar lentamente. Hoy era un día completamente diferente. No había ni una nube en el cielo y el sol calentaba el aire de manera bastante agradable. Para ser otoño, estaba muy caliente. Ni siquiera podía creer que ayer el clima hacía sentir frío y humedad.
Cerré los ojos, captaba el calor de los rayos...
De repente, alguien se sentó en el asiento trasero. Tuve que volver a la realidad de golpe, saliendo de mi estado de relajación.
- Ahora tengo un descanso, el taxi no está trabajando, - murmuré y me giré hacia el cliente descarado que se había sentado detrás. En ese momento, casi me da un paro cardíaco. Simplemente no podía creer mis ojos.