El refugio de Dante era tan salvaje y primario como el propio hombre lobo. No era una cabaña, ni una cueva acogedora, sino una serie de túneles naturales excavados en la base de una montaña solitaria, oculta tras una densa cortina de árboles centenarios y un río subterráneo que murmuraba con una voz ronca. El aire olía a tierra húmeda, a pino y a algo más, algo animal y ancestral que Scarlett no podía identificar, pero que le erizaba los vellos de la nuca.
La luz era escasa, filtrándose apenas por algunas aberturas naturales en la roca, o por las antorchas de grasa que Dante había encendido en puntos estratégicos. El suelo era de tierra batida, y las paredes de roca desnuda. No había muebles, solo montones de pieles en los rincones que servían de lechos. Era un lugar crudo, pero seguro. El rugido constante del río subterráneo ahogaba cualquier sonido del exterior, creando una burbuja de aislamiento.
Dante se movía por su guarida con una familiaridad inquietante, como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Sus ojos verdes, antes salvajes en la batalla, ahora observaban a Scarlett con una cautela calculada. La cicatriz en su rostro seguía sangrando, un hilo oscuro que se deslizaba por su piel, pero parecía no afectarle.
Kael, por su parte, se sentía visiblemente incómodo. Su elegancia natural chocaba con la rusticidad del lugar, y sus ojos azules escudriñaban cada sombra con una desconfianza palpable. Se mantenía a una distancia prudencial de Dante, la tensión entre ambos una cuerda tensa a punto de romperse.
—Este es mi hogar —dijo Dante, su voz profunda y áspera, resonando en los túneles—. No es un palacio, pero es seguro. Por ahora.
Scarlett asintió, encogiéndose un poco bajo su mirada. Se sentía como una intrusa en un mundo que no era el suyo. Nyx, a su lado, permanecía en silencio, observando a Dante con una expresión indescifrable.
—Necesitamos hablar —dijo Kael, rompiendo el silencio—. Sobre Sterling. Y sobre los Cazadores.
—Los chupasangres son mi problema. Siempre lo han sido —gruñó Dante.
—Y ahora son el problema de todos —replicó Kael—. La profecía ha despertado. Y la chica… ella es el centro de todo.
La mirada de Dante se posó en Scarlett, una evaluación lenta y profunda.
—La heredera —murmuró—. Así que eres la que ha traído la tormenta.
—Yo no la traje —replicó Scarlett.
—No es algo que se encuentra, bruja —alegó Dante.
—Basta. No es el momento. Necesitamos información —puntualizó Nyx interponiendose entre ellos.
La discusión se prolongó durante horas. Kael y Dante, a pesar de su animosidad, compartieron lo que sabían. Los Cazadores, una orden fanática, habían intensificado su búsqueda de los Noctis durante el último siglo. Creían que la magia era una abominación y buscaban purgarla. Pero ahora, algo había cambiado. Se habían vuelto más organizados, más brutales, y parecían tener el apoyo de ciertas facciones de Ocultos.
—Sterling es un vampiro antiguo —explicó Dante despectivamente—. Un manipulador. Siempre buscando poder. Y él tiene un interés particular en la profecía.
—¿Por qué? —preguntó Scarlett.
—Se cree que la profecía no solo habla del despertar de un gran poder, sino también de la apertura de una puerta —murmuró Kael—. Una puerta a algo… o a alguien. Y Sterling cree que ese "alguien" puede otorgarle el poder que anhela.
Scarlett recordó la carta de su madre: "El altar… la sangre… la deuda… es lo que buscan. No permitas que te usen. No seas el cordero. Sé el lobo."
—Y la deuda —dijo Scarlett—. ¿Qué significa?
—Los vampiros son criaturas de pactos. Y de deudas. Sterling cree que tu linaje le debe algo. Algo que se pagará con tu sangre —gruñó Dante.
La conversación continuó hasta bien entrada la noche. Scarlett escuchó, absorbiendo cada palabra, cada revelación. El mundo oculto era mucho más complejo y peligroso de lo que jamás había imaginado. Facciones, alianzas frágiles, deudas ancestrales, y ella, una huérfana, en el centro de todo.
Mientras los dos brujos y el hombre lobo discutían estrategias, Scarlett se retiró a un rincón, con el grimorio en sus manos. La luz de las antorchas parpadeaba, proyectando sombras danzantes en las paredes de roca. Abrió el libro, sus dedos rozando las páginas antiguas. Sentía una conexión cada vez más profunda con él, como si el libro fuera una extensión de su propia mente.
Intentó practicar algunos de los hechizos básicos que Nyx le había enseñado. Un pequeño orbe de luz azul parpadeó en su palma, luego se desvaneció. Una ráfaga de aire frío salió de sus dedos, haciendo temblar la llama de una antorcha. Eran pequeños avances, pero cada uno era una victoria.
El grimorio, sin embargo, seguía siendo un maestro exigente. Cuando Scarlett intentaba un hechizo de ilusión para ocultar su presencia, el libro le mostraba una imagen de un ejército de sombras, una burla de su pequeña magia. Cuando intentaba un hechizo de fuego, le mostraba un volcán en erupción. Era como si el libro la empujara a alcanzar lo inalcanzable, a comprender el verdadero alcance de su poder.
—No te frustres, pequeña bruja —aclaró Nyx con suavidad, apareciendo a su lado como una sombra en su forma gatuna.