El aire en la guarida de Dante se había vuelto denso con la tensión y las verdades no dichas. La revelación del pasado de Nyx, la traición de Sterling y la inminente amenaza de la profecía habían dejado a Scarlett con una mezcla de rabia y una determinación helada. La alianza con Dante, aunque frágil, era una necesidad. Pero era Kael quien proponía el siguiente paso, un camino que Scarlett no terminaba de comprender.
—Hay un aquelarre —dijo Kael, su voz baja, mientras la luz de las antorchas proyectaba sombras danzantes en su rostro—. Un lugar donde la magia fluye de una manera diferente. Un lugar de conocimiento.
—¿Un aquelarre? —preguntó Scarlett, mirando a Nyx.
Nyx, en su forma humana, asintió, su expresión sombría. —El Aquelarre de la Noche Eterna. Son… diferentes. Su magia es más antigua, más ligada a las sombras.
—Y a los pactos —añadió Dante, su voz teñida de desprecio—. Kael tiene sus propias razones para ir allí.
Kael lo miró, sus ojos azules brillando con una luz fría. —Mis razones son mías, lobo. Pero este aquelarre tiene conocimientos que necesitamos. Conocen las profecías. Y quizás, una forma de entender esta.
Scarlett sintió la desconfianza de Nyx y Dante hacia Kael. La carta de su madre resonó en su mente: "No confíes en los que brillan sin luna". Kael no brillaba, pero su aura era enigmática, y su pacto con los vampiros seguía siendo una sombra.
—¿Y tú qué ganas con esto, Kael? —preguntó Scarlett, su voz firme.
Kael la miró, y por un instante, Scarlett vio un destello de dolor en sus ojos, rápidamente oculto. —Gano la oportunidad de evitar que algo peor suceda. La profecía es una fuerza incontrolable. Si no la entendemos, nos consumirá a todos.
A pesar de las reservas, la necesidad de respuestas era más fuerte que el miedo. Scarlett asintió. —Vamos.
El viaje al Aquelarre de la Noche Eterna fue diferente a cualquier otro. Dejaron la guarida de Dante antes del amanecer, adentrándose en un bosque que se volvía cada vez más antiguo y primigenio. Kael lideraba el camino, su bastón brillando tenuemente. Nyx, con el grimorio bajo el brazo, permanecía cerca de Scarlett, sus ojos dorados vigilantes. Dante, a regañadientes, los acompañaba, su presencia un recordatorio constante de la frágil tregua.
El paisaje comenzó a cambiar. Los árboles se hicieron más altos, sus troncos más anchos y retorcidos, sus ramas entrelazadas como dedos huesudos. El aire se volvió más frío, y una niebla densa se arrastraba por el suelo, envolviéndolos en un sudario blanco. El silencio era casi absoluto, roto solo por el sonido de sus propios pasos y el goteo constante de la humedad.
—El Aquelarre de la Noche Eterna no es como el Covén de las Sombras —dijo Nyx, su voz baja—. Son más… reservados. Su magia es más antigua, más ligada a los ciclos de la luna y las estrellas. Y sus secretos… son profundos.
Scarlett sintió una punzada de aprensión. El Covén de las Sombras había sido un refugio, un lugar de calidez y sabiduría. Este aquelarre, por la descripción de Nyx, sonaba más ominoso.
A medida que avanzaban, Scarlett notó extrañas formaciones de piedra que surgían del suelo, megalitos cubiertos de musgo y runas olvidadas. Eran antiguos, tan antiguos que parecían haber sido tallados por la mano del tiempo mismo. El aire se volvió más denso, cargado con una energía que le erizaba la piel.
Finalmente, después de horas de caminar, Kael se detuvo ante un círculo de megalitos, tan altos que sus cimas se perdían en la niebla. En el centro del círculo, una entrada oscura se abría en la tierra, como la boca de una cueva.
—Hemos llegado —dijo Kael, su voz resonando en el silencio.
Scarlett miró la entrada, sintiendo una mezcla de fascinación y terror. Era un lugar que emanaba poder, pero también una oscuridad que la inquietaba.
Kael levantó su bastón, y el cristal en la punta brilló con una luz azul intensa. Pronunció unas palabras en el lenguaje antiguo, y las runas de los megalitos se iluminaron con un resplandor azul pálido, pulsando al ritmo de un corazón invisible. La entrada de la cueva se abrió un poco más, revelando una oscuridad aún más profunda en el interior.
—Entrad —ordenó Kael.
Scarlett dudó. Dante gruñó, su mirada fija en Kael.
—No me gusta este lugar, brujo.
—A nadie le gusta, lobo —replicó Kael—. Pero es el único lugar donde podemos encontrar respuestas.
Nyx empujó a Scarlett suavemente hacia adelante. —Confía en mí. Por ahora.
Se adentraron en la oscuridad. El pasaje era estrecho y húmedo, con el sonido de gotas de agua resonando en el silencio. El aire era frío y olía a tierra, a piedra y a algo más, algo metálico y antiguo.
Al final del pasaje, una luz tenue se vislumbraba. A medida que se acercaban, el sonido de un canto bajo y resonante se hizo más fuerte, un coro de voces que se elevaban y caían en una melodía hipnótica.
Scarlett emergió del pasaje y se encontró en una vasta caverna subterránea, iluminada por cientos de velas que flotaban en el aire, sus llamas danzando con una luz suave y etérea. La caverna era inmensa, sus paredes de roca pulida, adornadas con intrincados grabados de estrellas, lunas y símbolos arcanos. En el centro, un altar de piedra negra se alzaba, y a su alrededor, figuras encapuchadas se movían en un ritual silencioso, sus voces unidas en el canto.