El aire en la guarida de Dante se había vuelto pesado con la inminencia del destino. La carta del Cazador, la confirmación de la profecía y la revelación de que su sangre era la llave para sellar o desatar un poder ancestral, habían convertido el miedo de Scarlett en una determinación férrea. Ya no era una huérfana asustada; era Scarlett Noctis, la última heredera, y el altar en el Bosque de los Olvidados la esperaba.
La decisión de partir fue unánime, aunque cargada de una tensión palpable. El sol aún no había asomado por el horizonte cuando Scarlett, Nyx, Kael y Dante se prepararon para el viaje. La guarida de Dante, antes un refugio seguro, ahora se sentía como una jaula, con la amenaza de los Cazadores y los Ocultos acechando en cada sombra.
—El Bosque de los Olvidados no es un lugar para los débiles —dijo Dante, su voz áspera, mientras se ajustaba las correas de su mochila—. Es un lugar donde las almas perdidas se aferran a la tierra. Y donde la magia es tan antigua que respira.
Kael asintió, su rostro sombrío. —Y los Cazadores lo conocen. Es probable que ya estén allí, esperando.
Scarlett sintió un escalofrío. El Bosque de los Olvidados. El lugar de sus pesadillas, donde la voz de su madre le había dicho: "Busca el libro". Ahora, ese mismo bosque la llamaba de nuevo, no para buscar, sino para enfrentar.
—Tenemos que ser rápidos —dijo Nyx, en su forma humana, con el grimorio bajo el brazo—. Y silenciosos.
El viaje comenzó bajo el manto de una noche sin luna. El bosque era una masa impenetrable de sombras, sus árboles retorcidos como esqueletos ancestrales. Kael lideraba el camino, su bastón brillando tenuemente, abriendo un sendero invisible a través de la densa vegetación. Se movía con una familiaridad inquietante, como si el bosque fuera una extensión de su propio cuerpo.
Scarlett lo observaba, la carta del Cazador resonando en su mente: "No confíes en el brujo que te acompaña. Kael tiene sus propios demonios, sus propios pactos. Su lealtad es tan volátil como el viento. Él te entregará si eso le conviene." La duda persistía, una sombra persistente en su mente, pero la necesidad de llegar al altar era más fuerte que su desconfianza.
Nyx, a su lado, era un centinela silencioso. Sus ojos dorados escudriñaban cada sombra, cada sonido, su presencia una roca en medio del torbellino de emociones de Scarlett. El grimorio, en sus manos, parecía vibrar con una energía silenciosa, una promesa de poder y de peligro.
Dante, a regañadientes, los seguía, su figura musculosa una presencia imponente en la oscuridad. Su desconfianza hacia Kael era palpable, pero su odio a los vampiros y su lealtad a Scarlett lo mantenían a su lado. La cicatriz en su rostro, aunque no sangraba, parecía pulsar con una furia contenida.
A medida que se adentraban en el Bosque de los Olvidados, el aire comenzó a cambiar. Se volvió más denso, cargado con una mezcla de olores extraños: musgo, tierra húmeda, y algo más, algo antiguo y casi místico, a descomposición y a vida. El silencio era casi absoluto, roto solo por el sonido de sus propios pasos y el goteo constante de la humedad.
Scarlett sintió la magia en el aire, un zumbido bajo que resonaba con la marca de su muñeca. Ya no era solo una sensación; era una presencia palpable, un susurro constante que la llamaba, una voz que parecía surgir de las entrañas mismas del bosque. Era el lugar de sus sueños, el lugar donde su destino había sido sellado.
Las sombras danzaban en la periferia de su visión. No eran solo los árboles. Eran figuras efímeras, como fantasmas de niebla, que se movían entre los troncos, observándolos. Eran los ecos de las almas perdidas, los que Dante había mencionado. Scarlett recordó la advertencia de Nyx: "No los mires directamente. Son los ecos de lo que el bosque ha consumido. Almas perdidas. No pueden hacerte daño, a menos que les des tu atención."
Pero era difícil ignorarlos. Sentía su tristeza, su anhelo, su desesperación. Eran como susurros en el viento, voces que la llamaban, intentando atraerla a la oscuridad. Scarlett apretó los dientes, intentando concentrarse en el camino, en el objetivo.
—Están aquí —murmuró Kael, su voz baja—. Las almas perdidas. El bosque las siente.
—No les des tu atención —dijo Nyx, su voz grave—. Son trampas.
Scarlett asintió, intentando ignorar los susurros, las figuras que se movían en la oscuridad. Pero una parte de ella, una parte que resonaba con la magia del bosque, sentía una extraña conexión con ellas. Eran como ecos de su propio dolor, de su propia pérdida.
El bosque se hizo más denso a medida que avanzaban. Los árboles se alzaban como catedrales oscuras, sus copas entrelazadas formando un dosel impenetrable que apenas dejaba pasar la luz. Las raíces, gruesas como serpientes, se retorcían en el suelo, creando laberintos naturales. El aire era frío, y la niebla se aferraba a los troncos, creando una atmósfera fantasmal.
Scarlett sentía que el grimorio vibraba en las manos de Nyx, como si el libro también sintiera la presencia del bosque. A veces, las páginas se volteaban solas, revelando ilustraciones de runas y símbolos que Scarlett no comprendía, pero que parecían resonar con la energía del lugar.
—El altar está cerca —dijo Nyx, su voz baja—. El grimorio lo siente.
Kael se detuvo bruscamente, levantando una mano. —Silencio.