Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 3 – El Encuentro Que No Estaba Escrito

El amanecer llegó como si alguien hubiera deslizado una mano tibia sobre la ciudad para despertarla. Luces en las ventanas, motores encendiéndose, pasos apresurados. Y yo, recostado contra la baranda de mi balcón, preguntándome cómo podía existir tanta normalidad alrededor cuando dentro de mí todo estaba patas arriba.

No dormí casi nada.

No después de sentir aquella vibración—esa especie de latido ajeno que se mezclaba con el mío—cuando Aiden me rozó la mano al final de la noche anterior.

No era normal.

No era humano.

No era… simple.

Y sin embargo, lo único que lograba repetirme era su mirada. Esa mezcla de ternura, peligro y reconocimiento. Como si él hubiera estado buscándome mucho antes de que nuestras vidas se cruzaran.

Como si yo fuera una página que él ya había leído.

Suspiré, pasándome una mano por el cabello mientras el aire matinal me despejaba.

Hoy tenía que verlo.

Había dicho que pasaría por la librería antes de abrir. Que necesitaba mostrarme “algo importante”. Y aunque mis instintos gritaban que caminaba directo hacia un incendio… una parte de mí lo deseaba.

Quería entender lo que había sentido.

O peor:

Quería sentirlo otra vez.

Apenas empujé la puerta de la librería, me envolvió esa fragancia única de siempre: papel antiguo, café, madera encerada. Un olor tranquilo, seguro, familiar…

Excepto por una cosa.

No estaba solo.

Aiden estaba allí.

Apoyado contra uno de los estantes más altos, como si el espacio entero le perteneciera. Como si encajara en esa luz dorada que entraba por las ventanas viejas y lo delineaba de un modo casi irreal.

Lo observé por unos segundos sin que me notara.

Y me encontré estudiando cada detalle como si fuera la primera vez: la piel ligeramente bronceada, el cabello oscuro despeinado de forma descuidadamente perfecta, esa vibra extraña… eléctrica. Pero también sus gestos sutiles, humanos, vulnerables.

Él era un misterio envuelto en calidez.

Una contradicción hecha persona.

Y yo era un idiota por no poder apartar la mirada.

Como si hubiera sentido mi presencia, abrió los ojos. Me encontró al instante, como si supiera exactamente dónde buscarme. Y algo en su expresión—una mezcla entre alivio y urgencia—me golpeó en el estómago.

—Llegaste —dijo, y su voz sonó como un eco cálido que ya conocía.

Tragué saliva, intentando parecer menos afectado de lo que estaba.

—Dijiste que tenías algo para mostrarme.

Aiden asintió lentamente, como si midiera cada uno de mis movimientos, cada respiración.

—Sí. Pero antes… —Se acercó un paso. Luego otro. El aire entre nosotros se tensó, vibrante—. Quería asegurarme de que estabas bien después de lo de anoche.

—¿Después de tocarme? —pregunté, con un intento fallido de ironía.

Mi corazón retumbaba como si quisiera escaparse por mis costillas.

Aiden bajó la mirada por un instante, casi como si sintiera vergüenza.

—No debió pasar así —susurró—. No tan pronto. No sin que yo te lo explicara antes.

—¿Explicarme qué?

La pregunta salió más suave de lo que pretendía.

Él levantó la vista. Y vi algo en sus ojos que no supe descifrar: miedo, responsabilidad, afecto… o algo mucho más profundo.

—Que lo que sentiste… lo que los dos sentimos… no es humano. No es casual. No es un error —dijo, y su voz pareció temblar apenas—. Y que, si estás dispuesto, quiero contarte la verdad.

El silencio se espesó como un hechizo.

Algo dentro de mí dio un vuelco, no solo por sus palabras, sino por la forma en que me las ofrecía: con sinceridad, con vulnerabilidad, con esa necesidad de que yo no huyera.

Yo no quería huir.

Quería acercarme más.

—Te escucho —dije finalmente.

Aiden exhaló, como si hubiese sostenido el aire durante horas. Luego, con un gesto suave, extendió la mano hacia mí. No para tocarme todavía, sino para que lo acompañara hacia el fondo de la librería.

Hacia donde guardo los libros más viejos.

Los más extraños.

Los que casi nadie toca.

Lo seguí.

Había algo en su paso—seguro, silencioso, casi felino—que me hacía pensar que conocía este lugar mejor que yo mismo. Pero eso era imposible… ¿no?

Llegamos al viejo escritorio de madera. Aiden lo observó por un segundo, como si calculase el siguiente movimiento. Y entonces deslizó su mano bajo uno de los cajones inferiores, palpando una zona donde la madera estaba astillada.

Hizo presión.

Un pequeño clic resonó en la penumbra.

Y el panel lateral se abrió como una puerta secreta.

El aire se volvió más frío.

O tal vez fui yo quien se estremeció.

—¿Qué… es esto? —pregunté, incapaz de despegar los ojos del compartimento oculto.

Aiden me miró, no con orgullo, sino con una mezcla de pena y necesidad.

—Tu primer paso hacia la verdad —susurró.

Dentro del compartimento había un libro.

No uno común.

Uno cubierto con una especie de encuadernación firme, gris oscuro, marcada por líneas que parecían moverse bajo la luz.

Como si respiraran.

Mi pecho se apretó. Sin saber por qué, sentí que aquello reconocía mi presencia. Como si una corriente invisible se deslizara desde el libro hasta mí, tocándome por dentro.

—Aiden… —di un paso atrás, aturdido—. ¿Qué es eso?

Él se acercó y apoyó su mano sobre el libro sin abrirlo.

—Es la razón por la que vine a esta ciudad. La razón por la que te encontré. La razón por la que algo dentro de ti respondió cuando te toqué.

Mis latidos se aceleraron.

No por miedo.

Por destino.

—¿Qué estás diciendo?

Aiden me sostuvo la mirada. Y lo hizo con una intensidad tan honda que casi dolió.

—Estoy diciendo que este libro… —deslizó los dedos sobre la tapa, como si acariciara un animal dormido— …te pertenece.

Mi respiración se detuvo.

—¿Cómo que me pertenece? Yo nunca lo vi. Nunca lo toqué. Nunca…



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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