Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 4 — La Ciudad Donde los Hechizos Respiran

La noche había caído sobre la ciudad como un manto demasiado consciente de sí mismo. No era oscuridad común; era una penumbra expectante, como si cada sombra estuviera atenta a la decisión que Aiden y yo estábamos por tomar. Después del encuentro con la figura que nos rastreó en la librería, ya no había margen para volver atrás.

Aiden caminaba delante de mí, su paso firme aunque todavía se notara en su respiración el desgaste del enfrentamiento. Yo iba detrás, casi sin parpadear, intentando entender cada detalle nuevo que el mundo parecía querer revelarme a la fuerza.

Cruzamos la plaza principal.

Pero algo estaba distinto.

Las farolas parecían más altas, como si se hubieran estirado buscando tocar el cielo. Las ventanas de los edificios brillaban con tonos azulados en vez del amarillo clásico de siempre. Y, aunque la brisa era suave, las hojas de los árboles se elevaban por momentos como si una corriente invisible las acariciara desde abajo.

Era la misma ciudad… y no lo era.

Aiden se detuvo de golpe y levantó una mano para que yo también me detuviera.

—¿La sentís? —preguntó sin girarse.

Tragué saliva.

No quería admitirlo… pero sí, la sentía.

—No sé qué… pero sí —respondí.

Aiden asintió una sola vez.

—Es la ciudad respondiéndote. A tu despertar.

Me quedé helada.

—¿Respondiéndome? ¿Como si… estuviera viva?

Aiden bajó la mano y finalmente giró hacia mí, con los ojos brillando en un tono apenas más intenso que lo normal.

—Todas las ciudades donde la magia duerme están vivas de alguna forma. Pero Meridia… —hizo una pausa, observándome—. Meridia es diferente.

—¿Meridia? —pregunté—. ¿Este lugar tiene un nombre mágico?

—Todos los lugares lo tienen, aunque la mayoría lo olvida. —Dio un paso hacia mí—. Pero Meridia nunca olvida. No después de lo que pasó.

El aire entre nosotros se llenó de un silencio pesado.

Quise preguntar qué era lo que había pasado… pero no me dio tiempo.

Un susurro, apenas un hilo de sonido, recorrió la plaza como una respiración profunda. Como si algo gigantesco exhalara bajo las baldosas.

Las luces de las farolas pestañearon.

Las sombras se movieron.

Y mis latidos empezaron a doler.

Aiden me tomó del antebrazo.

—Tenemos que llegar antes de que anochezca del todo.

—Pero ya es de noche —protesté.

Él negó con la cabeza.

—No para lo que vamos a ver.

Caminamos hacia una calle que, según recordaba, era una avenida transitada. Pero ahora estaba desierta, y los edificios parecían inclinarse apenas, como si se inclinaran para escucharnos pasar.

Cada paso que daba hacía que mi pecho ardiera más. Como si el latido azul que había visto en mis recuerdos estuviera intentando abrirse paso a través de mis costillas.

—Aiden… —susurré, llevándome la mano al pecho—. Me duele otra vez.

Él se acercó. Mucho más de lo que esperaba.

—No es dolor —respondió en voz baja, casi rozándome con su respiración—. Es reconocimiento.

—¿Reconocimiento de qué?

Sus ojos se posaron en mi rostro con una intensidad que me desarmó.

—De que estás llegando a casa.

El calor subió por mi cuello. Aiden notó mi reacción, y por un momento, una sonrisa suave se dibujó en la comisura de sus labios. Una sonrisa que no tenía nada que ver con magia, fragmentarios o destinos quebrados. Una sonrisa humana.

Y eso la hacía más peligrosa que todo lo demás.

Al llegar al final de la avenida, el aire cambió.

No un cambio leve.

No un cambio normal.

El tipo de cambio que te hace detenerte sin darte cuenta, el que te deja con la sensación de que cruzaste una frontera invisible.

Aiden se detuvo a mi lado.

—Prometeme que no vas a entrar en pánico —dijo.

—Decir eso nunca funciona.

—Por eso lo digo.

Fruncí el ceño, pero antes de que pudiera responder, él dio un paso hacia adelante… y la ciudad respondió.

Las farolas se encendieron de golpe.

Pero no con luz común.

La luz era azul. Azul profundo, azul de tormenta contenida, azul del mismo tono que había visto en aquella torre derrumbándose en mis recuerdos fragmentados.

El piso bajo nuestros pies empezó a trazar líneas luminosas, como raíces que despertaban.

Las ventanas parpadearon.

Las sombras se disolvieron.

Y de pronto, la ciudad… respiró.

Literalmente.

Un pulso invisible recorrió las calles.

Un latido.

No era metáfora.

No era imaginación.

La ciudad latió.

Y yo latí con ella.

—Dios… —murmuré—. ¿Qué es este lugar?

Aiden caminó unos pasos hacia adelante, sin apartar la vista del espectáculo que se desplegaba.

—Bienvenida a la Meridia profunda. —Me miró por encima del hombro—. La parte de la ciudad que existe solo cuando la magia despierta.

Las luces se extendieron por las calles como venas. Los edificios se estiraron hacia arriba como si recordaran antiguos nombres. Los árboles temblaron. La brisa se volvió más cálida.

Y algo más ocurrió.

Una figura luminosa cruzó la calle.

No era humana.

No era sólida.

Era como un fragmento de constelación, caminando entre nosotros sin vernos.

Mi corazón se aceleró.

—¿Qué es eso?

—Un Resplandiente —explicó Aiden—. Espíritus de energía pura. No existían antes… —me observó con una expresión que mezclaba esperanza y temor— … antes de que vos despertaras.

El Resplandiente se detuvo.

Giró la cabeza.

Y por un instante fugaz… pareció mirarme.

Un hormigueo recorrió mi espalda.

—Aiden —susurré—. Creo que me vio.

—Lo sé.

—¿Y eso es… normal?

—Para vos sí —respondió, como si fuera la cosa más lógica del mundo.

Yo no estaba tan convencido.

Seguimos avanzando mientras Meridia se desplegaba ante nosotros como un mundo escondido bajo otro. Cada esquina revelaba algo nuevo: figuras hechas de bruma, luces que flotaban sobre los edificios, símbolos que aparecían y desaparecían en el aire como ecos de un idioma antiguo.



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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