Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 5 – TU NOMBRE ENCENDIÓ MIS SOMBRAS

El amanecer llegó sin pedir permiso, arrastrando sobre Serelis un resplandor nacarado que no era del todo luz ni del todo hechizo. Parecía un murmullo. Un susurro que ascendía desde las torres de mármol vivo hasta las avenidas donde las runas desperdigadas respiraban un pulso tibio, como si la ciudad entera tuviera la intención de despertar con cautela. Aun así, Erian supo que aquel día sería distinto; no por el color del cielo ni por el silencio extraño que acompañaba al viento, sino porque su pecho ardía.

No era dolor.

No era miedo.

Era… presagio.

—No seguís tu ritmo habitual —comentó Kaelis a su lado mientras cruzaban el puente de piedra líquida que unía la Casa de los Vínculos con la biblioteca mayor.

—No sé cuál es mi ritmo habitual desde que llegué acá —respondió Erian, intentando sonar ligero, aunque la verdad era otra: cada vez que pensaba en Lyrae, algo dentro de él se desplazaba, como si las piezas internas de su alma buscaran reacomodarse para dejar espacio a algo más grande.

Kaelis sonrió de lado, esa sonrisa que siempre insinuaba que sabía más de lo que decía.

—Entonces será que alguien te lo está definiendo.

Erian sintió un calor brusco en la nuca, mezcla incómoda entre incomodidad y necesidad de no hablar más del tema. Kaelis, por suerte, no insistió. A diferencia de otros guardianes, sabía cuándo detenerse. Aun así, el pensamiento quedó vibrando en su interior: Lyrae. Ella era el punto donde todo se desviaba, donde lo previsible se volvía incierto.

El recuerdo de la noche anterior regresó con la nitidez de una herida recién trazada. La forma en que la ciudad pareció respirar junto a ella, cómo la piel de Lyrae se encendió al pronunciar su nombre, cómo Erian sintió un poder ajeno—y al mismo tiempo familiar—ascender desde las sombras que llevaba dormidas desde su infancia. Había algo allí, latiendo bajo la piel, y él no sabía si debía temerlo o abrazarlo.

Cuando llegaron a la biblioteca principal, la puerta se abrió sin que nadie la tocara. Era una cortesía reservada a quienes portaban un sello vivo, pero Erian no tenía ninguno. La puerta no debía abrirse para él.

Kaelis se detuvo primero, su expresión fugazmente sorprendida.

—No deberías… —murmuró, pero no terminó la frase.

Porque Erian cruzó el umbral sin pensar.

Porque algo lo estaba llamando.

La biblioteca de Serelis no era un edificio: era una bestia respirante hecha de corredores en espiral, estanterías que reacomodaban su forma según la intención del visitante, y un corazón central donde la luz desprendía un aroma a memoria. Al entrar, Erian sintió cómo el aire cambiaba de textura, como si una mano invisible acariciara los bordes de su conciencia.

—Alguien te quiere mostrar algo —dijo Kaelis, casi en un susurro reverente.

Y Erian lo sabía.

Lo sentía en la piel.

En la sombra.

En el pulso.

Una estantería se abrió como un abanico. Una corriente tibia, casi como un aliento humano, lo invitó a avanzar. Él tragó saliva y dio dos pasos. Luego tres. Hasta que un libro descendió del aire con la suavidad de un pétalo oscuro.

La tapa era de un negro profundo, pero no apagado: brillaba como si debajo hubiera un incendio dormido. En el centro, un símbolo que Erian reconoció al instante… aunque jamás lo había visto antes.

Un círculo incompleto.

Una línea atravesándolo.

Un punto brillante que parecía latir.

—Erian… —Kaelis dio un paso atrás—. Ese libro no debería existir.

Pero el libro abrió sus páginas igual.

Y Erian leyó su nombre escrito allí.

No “Erian”.

No el nombre que todos conocían.

Su verdadero nombre.

El que nadie debía saber.

El que él mismo había olvidado.

Sintió que el suelo temblaba.

Sintió que su corazón dejaba de obedecerle.

Sintió que algo oscuro, antiguo y bellísimo despertaba bajo su piel.

Luego, una voz.

No era una voz humana. Tampoco era una voz divina.

Era la voz que vive en el punto exacto donde la magia y el destino se tocan.

—Tu sombra te encontró al fin.

Erian tropezó hacia atrás.

Kaelis intentó alcanzarlo, pero algo—una corriente invisible—lo separó.

El libro siguió hablando, su voz hecha de fuego y memoria:

—Y su nombre… será la llama capaz de encenderte por completo.

Erian supo sin quererlo, sin poder evitarlo, sin entenderlo, que hablaba de Lyrae.

Y entonces lo comprendió: ella no solo había despertado algo en él… ella era la llave de aquello que lo había buscado durante años invisibles.

El libro se cerró de golpe.

Las estanterías temblaron.

El aire se volvió denso.

Y desde algún lugar de la ciudad, como si Serelis misma hubiera escuchado esa revelación, una campana cristalina empezó a sonar.

No era una alarma.

Era un llamado.

Una advertencia.

Un presagio.

Kaelis lo sujetó por el brazo.

—Erian… no te separes de mí hoy. La ciudad está reaccionando. Algo en vos se activó. Algo que no puedo leer. Algo que… —y tragó duro— …no pertenece del todo a la luz.

Erian sintió cómo su sombra se estiraba bajo sus pies… como si tuviera intención.

Como si estuviera viva.

Como si reconociera un nombre que él aún no se animaba a pronunciar.

La campana siguió sonando.

La ciudad vibró.

Y en algún punto, lejos pero no tanto, Erian supo sin saber cómo que Lyrae también la estaba escuchando.

Y que su magia—la suya, tan propia y tan indómita—acabaría chocando con la de él.

Y cuando lo hiciera…

Nada sería igual.
La campana de cristal no se detuvo.

Su sonido atravesó la ciudad como un filamento de luz tensa, tocando cada esquina de Serelis, despertando runas dormidas, haciendo parpadear los sigilos grabados en las paredes vivientes. Para algunos, era una señal de peligro. Para otros, una profecía antigua. Para unos pocos, un recordatorio de que ciertos nombres pronunciados en el momento equivocado podían abrir puertas que la ciudad prefería mantener cerradas.



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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