Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 7 — EL PODER QUE DESPERTÓ CON TU SONRISA

Aitana despertó antes que la luz.

O, mejor dicho, despertó porque la luz la estaba buscando.

El resplandor azul vibraba bajo su piel como si su cuerpo hubiera dejado de ser un simple cuerpo para convertirse en un recipiente de algo más profundo. Algo vivo. Algo que no dormía.

Aún no abría los ojos y ya podía sentirlo:

la magia la estaba escuchando.

No como lo hacía con los magos entrenados, tampoco como una presencia lejana que se dejaba invocar.

Era diferente.

Era como si el mundo entero hubiese desplazado un milímetro su eje para inclinarse hacia ella.

Respiró hondo.

El aire tenía sabor a electricidad.

El sonido era más nítido.

Los latidos de la ciudad parecían acompasados con los suyos.

Y el vínculo—esa marca azul que ahora llevaba en la piel como si siempre hubiera estado allí—latía suavemente, como un segundo corazón.

Entonces lo sintió.

Eren.

No físicamente, no cerca, pero sí conectado.

Como una pulsación, una fragancia, un calor que le rozaba el alma.

Su presencia era un hilo cálido que vibraba a través de la marca, y con cada vibración Aitana sentía que su pecho se expandía, que algo en ella dejaba de ser sombra para volverse una especie de amanecer.

—No deberías sentirlo tan fuerte todavía —susurró una voz desde la puerta.

Aitana giró la cabeza.

En el umbral estaba Mareth, la sanadora mayor del clan de Lucientes, una mujer mayor con la piel marcada por líneas de magia que parecían constelaciones.

—¿Cuánto tiempo…? —murmuró Aitana—. ¿Cuánto dormí?

—Una noche entera. Y aún así, no estás descansada. —Mareth entró despacio, como si midiera cada paso—. Tu magia está creciendo demasiado rápido.

Aitana se sentó en la cama.

Los rayos del alba aún no habían cruzado la ventana, pero el cuarto estaba iluminado igual: era ella.

—Ayer… —recordó—. El Vigilante. La ola. Eren… todo…

Mareth levantó una mano.

—No te esfuerces por recordar. Esa clase de energía no se olvida. Se siente durante días.

Aitana bajó la mirada hacia la runa azul.

Brillaba más que antes.

No como un fuego, sino como un océano en calma que escondía una profundidad desconocida.

—¿Qué significa esto? —preguntó—. ¿Por qué se hizo tan fuerte? Antes solo sentía una cosquilla… pero ahora…

—Ahora sentís a tu compañero —dijo Mareth sin rodeos.

Aitana sintió que el aire se le quedaba atrapado en la garganta.

—¿Compañero?

—Vínculos así no se forman por accidente. Ocurre una vez cada cien años, a veces una vez en mil. Son lazos escritos en un lugar anterior a la magia misma. Y una vez que el sello se completa, los dos magos involucrados… cambian.

Aitana apretó las sábanas entre sus dedos.

—Pero yo no soy maga —susurró.

Mareth sonrió, pero fue una sonrisa triste.

—Lo eras. Solo que tu magia dormía. Y Eren… Eren la despertó.

El corazón de Aitana dio un salto.

Ella lo sabía.

Lo sabía desde que él la miró aquella primera noche como si la hubiese perdido en otra vida.

Había algo en él que la reconocía.

Y algo en ella que estaba cansado de fingir que no lo sentía.

—Eren está estable —siguió Mareth, leyéndole el pensamiento—. Pero su energía está… alterada. Tu magia le está respondiendo incluso desde la distancia.

Aitana tragó saliva.

—¿Está herido?

Mareth dudó.

Y ese segundo de silencio bastó.

Aitana se puso de pie, la runa ardiendo como si quisiera arrancar la puerta de sus bisagras.

—Quiero verlo.

—No deberías —dijo Mareth, con voz firme—. No todavía. Si se encuentran… las energías van a multiplicarse. Y la ciudad está inquieta. No soportará otro choque tan pronto.

Aitana avanzó un paso.

La habitación tembló apenas.

Mareth la miró con una mezcla de fascinación y miedo.

—Tu poder… —susurró—. No se suponía que creciera tanto en un solo día.

Aitana apretó los dientes.

—No me importa lo que se supone. Quiero verlo. Necesito verlo.

—Y él necesita que esperes —dijo Mareth con una calma que no calzaba con el temblor del piso—. Si se tocan ahora, aunque sea por un instante, el vínculo podría sellarse más allá de lo que cualquiera pueda controlar.

Aitana cerró los ojos.

No quería eso.

No quería dañarlo.

No quería que la magia los aplastara.

Pero ese hilo cálido en la piel seguía vibrando.

Eren estaba despierto.

Y la estaba llamando.

No con palabras.

Con presencia.

—Mareth —dijo Aitana, abriendo los ojos con una decisión nueva—. Decime la verdad.

—¿Cuál? —preguntó la sanadora.

—¿Estoy sintiendo todo esto… porque él está cerca? ¿O porque él… me piensa?

Mareth la observó.

Profundamente.

Con una suavidad que Aitana no esperaba.

—Ambas cosas, Aitana —respondió por fin—. Él te piensa. Y ese pensamiento… te despierta.

Había algo en esa frase que se sintió como un sol rompiendo la noche.

Aitana tuvo que sostenerse de la pared.

Su pecho ardía.

Las runas vibraban.

La magia se expandía, hermosa y peligrosa.

Y en medio de todo ese caos interno…

sonrió.

Una sonrisa pequeña.

Involuntaria.

Honesta.

La habitación se iluminó de pronto en un estallido suave, como un amanecer súbito.

Mareth se llevó una mano al pecho.

—Por la Diosa… —susurró—. Tu sonrisa… activó magia ambiental. Aitana, esto no es normal. Esto es…

—¿Peligroso? —preguntó ella.

—No —dijo Mareth, negando lentamente—. No peligroso.

Pero sí… inmenso.

Aitana miró sus manos, sintiendo algo nuevo:

la magia dentro de ella quería salir.

Pero no para destruir.

No para atacar.

No para huir.

Quería bailar.

Quería crear.

Quería responder a algo que vivía fuera de ella.

Quería responder a Eren.

—Mareth —susurró Aitana, aún con el pecho temblando—. Si una simple sonrisa hizo todo esto…



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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