Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 8 – Umbrales que Solo el Amor Puede Abrir

El golpe seco de la puerta al cerrarse todavía vibraba en mis oídos. No fue el sonido de una madera movida por el viento.

Fue el sonido de algo que elegía.

De algo que nos había encerrado a propósito.

Aiden no soltaba mi mano. De hecho, parecía aferrarse más fuerte cuanto más profundo retumbaba aquel latido que venía desde el subsuelo. No era un ritmo humano. No era un tambor. Era… antiguo. Denso. Como si una criatura hecha de piedra y memoria bostezara después de siglos dormida.

—Escuchá —susurró Aiden, acercándose un poco más a mí.

—Lo estoy escuchando —exhalé, aunque lo que en realidad sentía no era ruido: era un tirón interno, una vibración que llamaba a mi magia recién despierta como si supiera mi nombre.

Aiden frunció el ceño, concentrado. Sus ojos azules parecían más claros que nunca en la penumbra del archivo.

—No estás escuchando el latido —dijo él—. Estás escuchando tu respuesta a ese latido.

Un escalofrío me recorrió entero.

—¿Qué significa eso?

—Que hay algo ahí abajo que te reconoce.

O peor: algo que está esperando que vos lo reconozcas.

La luz azul del pedestal seguía oscilando suavemente, como el resplandor de una llama a punto de extinguirse pero que se negaba a morir. La sala entera parecía suspensa en un aire espeso, cargado de magia y silencio.

Aiden se acercó al pedestal con pasos cautelosos, como si se moviera en terreno sagrado. Yo permanecí junto a él, sintiendo el temblor del piso bajo mis pies.

—Esto cambió todo —murmuró él, examinando las runas que ahora parecían vivas—. Si el archivo reaccionó a vos… si la Resonancia Dormida percibió tu despertar… entonces no estamos enfrentando un simple vínculo mágico. Estamos enfrentando un umbral.

—¿Umbral? —pregunté.

Aiden giró hacia mí, su respiración acelerada pero su voz firme.

—Un límite. Una frontera. Una puerta que solo se abre desde adentro… y solo para quien fue marcado para abrirla.

El latido volvió a retumbar, más fuerte, haciendo vibrar las estanterías. Algunas esferas resonantes tintinearon como campanas inquietas.

—Y estás diciendo que yo soy… —me detuve— ¿la llave?

Aiden negó lentamente.

—No.

Vos no sos la llave.

Sos el llamado.

La palabra se instaló en el aire como un presagio.

—¿El llamado de qué? —pregunté en un susurro.

Aiden tragó saliva.

No respondió enseguida.

Porque él también tenía miedo de la respuesta.

—Hay fuerzas —dijo finalmente— que no deberían despertar jamás. Fuerzas que necesitan dos energías resonantes para reactivarse. Fuerzas que se alimentan de vínculos… especialmente de los que intentan negarse a sí mismos.

Su mirada se clavó en la mía.

—Y nosotros les estamos dando exactamente lo que necesitan: tensión. Atracción. Miedo.

Y un sentimiento que ninguno de los dos quiere admitir todavía.

Mi pecho se tensó.

—Aiden…

—No —susurró él—. No lo digas todavía. No lo arruines. No le des más poder a algo que está escuchando cada palabra.

Antes de que pudiera responder, el piso volvió a temblar.

Pero esta vez no fue un latido.

Fue un golpe.

Un golpe seco.

Profundo.

Tres veces.

Como si algo inmenso estuviera tocando desde abajo.

El aire se volvió helado.

Las luces de las runas parpadearon.

Las esferas resonantes emitieron un quejido agudo.

Y entonces lo escuchamos con claridad:

Una voz.

No humana.

No clara.

Un murmullo arrastrado que parecía venir desde kilómetros bajo tierra.

—Abran…

—Una pausa larga, pesada—

Solo ustedes pueden…

Aiden me empujó suavemente detrás de él, con un instinto protector que no podía controlar.

—No respondas —ordenó en un susurro tenso—. Esa cosa no sabe quién sos. Solo sabe que podés abrir lo que está sellado. No le des más información.

La voz volvió, más desesperada. Más cercana.

—Hijo… de… resonancia…

—El sonido vibró en mis huesos—

Desciendan…

Aiden retrocedió un paso.

Yo también.

—¿Hijo de resonancia? —murmuré, sintiendo un frío brutal recorrerme.

Aiden me miró, y en sus ojos vi algo que nunca había visto en él:

miedo puro.

—No deberías haber podido escuchar eso —dijo, su voz apenas quebrándose—. Eso solo lo oyen los que están… marcados.

—¿Marcados por qué?

—Por la magia que duerme debajo —susurró él—. Por la misma que destruyó la ciudad que vimos en tus visiones.

El pedestal, como si respondiera a nuestras palabras, brilló con una última pulsación.

Tres símbolos se encendieron sobre la piedra.

Tres símbolos idénticos a los del círculo que había aparecido en el claro.

—Cor… re… spon… dencia… —articuló la voz, como si pronunciara cada sílaba con un esfuerzo inhumano.

Aiden dio un paso atrás.

Yo di un paso adelante sin querer.

Y él me sujetó del brazo.

—No. No vayas —su voz era un ruego desesperado—. No lo escuches. Vos no le perteneces.

—Pero siento que… que algo me llama —admití, sin poder ocultarlo.

Aiden me acercó hacia él con un tirón suave pero firme.

—No. Lo que te llama no es tu magia. Es la de ellos. La de lo que destruyó todo antes.

Y no voy a dejar que te arrastre. No voy a perderte en un umbral del que nadie vuelve.

Mi corazón se detuvo.

Por un instante, Aiden parecía haber olvidado el peligro.

Parecía haber olvidado el mundo.

Parecía que solo recordaba una cosa:

yo.

El temblor volvió, aún más fuerte.

Las runas estallaron con un destello.

Aiden me rodeó con su magia, azul y protectora, como un escudo.

—No importa qué pase —dijo en voz baja—. No importa qué despierte. No importa qué reclame tu nombre.

Yo te voy a sacar de acá. A cualquier precio.

El latido subterráneo se convirtió en un rugido.

El suelo se abrió.

Un círculo perfecto, del mismo azul que nuestra magia, comenzó a expandirse bajo nuestros pies.



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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