Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 9 — Los Susurros del Destino en la Medianoche

La explosión no tuvo sonido.

No fue luz.

No fue oscuridad.

No fue magia.

Fue un nombre.

Mi nombre esencial, pronunciado por la voz que jamás debió decirlo: Aiden.

Lo vi caer hacia mí mientras el mundo se doblaba sobre sí mismo. Sus labios aún formaban la última sílaba de mi nombre sagrado, el que no debía pertenecer a ningún mortal, el que ni siquiera yo pronunciaba en voz alta.

Y en ese instante supe que algo irreversible había comenzado.

El Umbral rugió, vibrando como si fuera un animal herido. Las paredes de piedra pulsaban con venas rojas. El aire se partía en líneas doradas que no deberían existir fuera del Núcleo Interno.

Aiden cayó de rodillas frente a mí.

Sus manos apretaron el suelo.

Su cuerpo tembló como si una fuerza inmensa estuviera buscando entrar… o salir.

—Aiden… —susurré, arrastrándome hacia él—. ¿Qué hiciste? ¿Qué te hizo?

Él levantó la cabeza.

Sus ojos ya no eran totalmente azules.

Una línea dorada, del mismo tono que mi propia resonancia, atravesaba sus pupilas. Era delgada, casi imperceptible… pero estaba ahí.

Marcándolo.

Sellándolo.

Reclamándolo.

—Repetí tu nombre —dijo, con una voz que no reconocí—. No podía dejar que esa cosa fuera la única que lo pronunciara. Si había un destino que te quería… tenía que saber que te quiero más que él.

Mi corazón se rompió en un millón de piezas y, al mismo tiempo, se inflamó con un calor salvaje.

Aiden alargó una mano hacia mí.

—No me arrepiento —susurró, mientras una chispa dorada subía por su brazo—. Ni lo haría siquiera si me estuviera matando.

—¡Callate! —dije, llorando mientras lo sostenía—. No digas que te está matando, no digas eso…

Él apoyó su frente en la mía, como si necesitara sentir que aún éramos dos y no una única energía mezclándose.

—No estoy muriendo —susurró—. Estoy… cambiando.

Una oleada de energía dorada salió de su pecho.

Yo me aferré a él.

Pero el Umbral no lo permitió.

La energía nos separó con un chasquido brutal.

Yo fui lanzada hacia atrás.

Golpeé la pared de piedra.

El aire se me escapó de los pulmones.

Aiden se quedó solo en el centro del Umbral, rodeado de un torbellino de magia dorada y azul.

Su magia —la azul— se estaba mezclando con la mía —la dorada— como si fueran dos ríos que jamás debieron encontrarse.

Y entonces…

El Umbral habló.

“La llave ha sido elegida.”

Aiden gritó, no de dolor físico, sino de algo más profundo:

una lucha interna, como si estuviera peleando contra sí mismo y contra algo que intentaba tomar posesión de su alma.

—¡No! —rugió, apretando los dientes—. ¡No voy a ser lo que ustedes quieren! ¡No voy a ser su llave! ¡No voy a ser su sacrificio!

El Umbral respondió con otro temblor:

“El destino se cumple cuando el amor abre lo que fue sellado.”

Yo intenté levantarme.

—¡Aiden, escuchame! ¡Vos no sos una llave! ¡Sos un hombre! ¡Sos mi…!”

La palabra se me quedó atrapada en la garganta.

No podía decirla.

No podía pronunciarla.

Porque si lo hacía… tal vez completaría el sello.

Él me miró, jadeando, sudando, temblando, mientras su magia seguía expandiéndose.

—Decilo —murmuró él—. Decí lo que soy para vos.

—No puedo —dije con la voz rota.

—Sí podés —insistió, dando un paso hacia mí, luchando contra la energía que lo jalaba hacia el centro—. Si lo decís… capaz me anclás. Capaz me devolvés. Capaz…

Su voz se quebró.

—Capaz me salvás.

Mis piernas temblaban.

Mis manos ardían.

Mi magia vibraba, respondiendo a la suya como si fueran llamas hechas para entrelazarse.

Pero había un riesgo.

Mi pecho se apretó.

Porque si yo decía lo que él quería escuchar…

si yo nombraba lo que él era para mí…

El Umbral podía tomarlo como un pacto.

Y entonces Aiden sí se convertiría en lo que ellos querían.

Pero si no lo decía…

podía perderlo igual.

Estaba atrapada entre dos formas distintas de perderlo.

Aiden dio otro paso hacia mí.

La luz dorada lo rodeó como un halo.

—Por favor —susurró él—. No me dejes solo en esto. Si soy el elegido… no quiero serlo sin vos.

Extendió su mano.

Yo la sostuve.

Y en ese instante, el Umbral nos unió.

Un latido compartido.

Un fuego.

Una resonancia.

Una línea invisible que nos ató de manera que no podía romperse.

Yo cerré los ojos.

Y dije, con el corazón latiéndome en los labios:

—Aiden… vos sos…

Mi voz tembló.

La energía vibró alrededor.

El Umbral esperó.

Aiden también.

—…vos sos lo que nunca pensé que podía tener. Vos sos lo que mi magia reconoció antes que yo misma.

Aiden tragó saliva.

—¿Y qué soy…?

Yo abrí los ojos.

Y lo dije.

No la palabra prohibida.

No la que completaría el sello.

Pero sí la verdad que él necesitaba.

—Sos mi destino que no quiero perder.

Aiden soltó un suspiro tembloroso.

El Umbral rugió.

La magia giró.

Y por un instante, todo se congeló:

Aiden entre la luz dorada.

Yo entre la vibración.

Y el destino entre ambos, esperando la medianoche para reclamar lo que había sido marcado.
El tiempo volvió a moverse de golpe.

La luz dorada que rodeaba a Aiden se contrajo, como si estuviera respirando, y luego explotó hacia afuera en filamentos que se enredaron alrededor de su cuerpo. No le hacían daño… pero lo marcaban. Lo reclamaban.

Yo di un paso hacia él, pero sentí algo extraño bajo mis pies.

El suelo vibraba con mi propio pulso.

Como si la magia que Aiden había invocado al decir mi nombre se hubiera quedado adherida a mí… y ahora respondiera directamente a cada latido de mi corazón.

Aiden me miró, aún atrapado dentro del círculo de luz.

—Algo cambió —susurró él—. Lo siento. En mí… y en vos.



#2959 en Novela romántica
#656 en Fantasía
#123 en Magia

En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.