El aire se volvió tan pesado que me costó respirar.
Aiden seguía arrodillado, con la espalda tensa, mientras la marca azul—ese ojo despierto sobre su piel—parpadeaba como si estuviera escaneando cada sombra alrededor. La luz pulsaba, viva, inquieta, como un corazón ajeno latiendo por su cuenta.
—Aiden… —susurré, arrodillándome frente a él.
—Estoy… —tragó saliva, con la mandíbula apretada— tratando de mantenerlo dentro.
La frase me golpeó como un puñal.
“Mantenerlo dentro.”
El eco del Umbral todavía vibraba dentro de mi pecho:
La primera prueba ha comenzado.
La noche lo reclama.
Y ahora… ese algo reclamaba su cuerpo.
Pero no teníamos tiempo.
Un crujido profundo retumbó desde los árboles.
Esa sensación fría, silenciosa, como dedos invisibles recorriéndome la columna, regresó.
La misma que había sentido cuando hablaban del Consejo Oscuro.
No estaban lejos.
Los estábamos atrayendo.
—Nos encontraron —murmuró Aiden, sin levantar la vista.
—¿Cómo lo sabés?
El ojo azul en su brazo parpadeó una vez, fuerte, casi cegador.
Aiden soltó un suspiro tembloroso.
—Porque puedo verlos —dijo en un hilo de voz—. No con mis ojos… con esto.
Lo tomó con la mano contraria, como si pudiera taparlo.
—¿Qué ves? —pregunté, aunque parte de mí no quería la respuesta.
—Sombras… demasiadas. Caminan sin tocar el suelo. Y… —cerró los párpados, respirando hondo— vienen directo hacia vos.
Mi corazón se detuvo por un segundo.
—¿Hacia mí? ¿Por qué?
Él levantó la mirada.
Sus ojos estaban de un azul más intenso que nunca, como si el brillo de la marca se hubiera colado dentro de él.
—Porque sos la portadora del Origen —dijo con una certeza que no era suya—. Y yo soy el Guardián.
—Y eso… nos vuelve prohibidos.
La palabra quedó suspendida entre los dos.
Prohibidos.
Aiden apretó los dientes y apoyó la mano marcada en el suelo.
El temblor que recorrió la tierra fue tan leve que pensé que lo había imaginado.
Pero no.
El bosque respondió.
Las raíces se movieron bajo la superficie.
La tierra cambió de densidad.
El aire se cargó de una electricidad azulada.
—Lo estoy sintiendo todo… —murmuró él, con una mezcla de asombro y dolor—. La magia del mundo. Su… respiración.
Lo tomé del rostro con ambas manos.
—Aiden, mírame. Necesito que sigas acá. Conmigo. No con eso.
El parpadeo del ojo azul se aceleró.
Aiden gimió, bajando la mirada.
—Me está pidiendo que abra la puerta otra vez.
Mi corazón dio un salto.
—¡No! Eso te mataría. O peor.
Aiden sonrió con cansancio.
—Lo sé. Por eso me estoy resistiendo.
Pero su voz ya no era estable.
El azul lo recorría por dentro, como si estuviera reescribiendo sus venas.
Y entonces lo escuché.
Un susurro.
No del bosque.
No del Consejo.
De la marca.
“Abre la medianoche.
O ella se apagará.”
Mi cuerpo entero se congeló.
Aiden levantó la cabeza de golpe, jadeando.
—¡No le hagas caso! Eso no sos vos, Aiden.
—Lo sé —respondió él, apoyando la frente contra la mía—. Pero su magia… es como tener un pensamiento ajeno metido en la cabeza.
La cercanía nos envolvió.
Sus respiraciones mezcladas.
Mi pulso desbocado.
El suyo, irregular.
Y la amenaza viniendo hacia nosotros por el bosque.
—Tenemos que movernos —dije, apenas un susurro.
—No puedo caminar aún —admitió él—. Pero puedo intentar una cosa. Un hechizo prohibido.
Lo miré, alarmada.
—¿Qué hechizo?
Aiden me sostuvo la mirada.
Sus pupilas estaban dilatadas, su expresión firme pese al temblor.
—Uno que vincule nuestras energías… pero no como el Vínculo Primordial. Algo diferente.
Un hechizo antiguo, íntimo, peligroso.
Sentí un estremecimiento que no era miedo.
Era… otra cosa.
—Si lo hacemos —continuó él— voy a poder levantarme y protegerte. Pero también voy a… sentirte todo el tiempo. Tus emociones. Tu miedo. Tus deseos. Todo.
Mi respiración se atascó.
—¿Y vos? —pregunté.
Aiden tragó saliva.
—Yo también quedaría expuesto. Completamente.
Y si algo me pasa… lo vas a sentir como si te pasara a vos.
El bosque crujió otra vez.
Más cerca.
Mucho más cerca.
El tiempo se había acabado.
—Decidí vos —dijo él, sin apartar la mirada—.
¿Querés que lo intente?
La magia azul pulsaba entre nosotros como un corazón esperando mi respuesta.
Yo lo miré a los ojos.
Y dije:
—Sí.
Aiden soltó un suspiro que parecía llevar días retenido.
—Entonces vení —susurró.
Y acercó su mano a mi mejilla, temblando.
Un toque leve, casi reverente.
Cargado de un peligro que no tenía nada que ver con la oscuridad del bosque.
—Esto va a doler —advirtió.
—Todo lo que vale la pena duele un poco —respondí sin pensarlo.
Él sonrió.
Una sonrisa suave, rota, hermosa.
—Te voy a necesitar cerca —dijo—. Muy cerca.
Se inclinó hacia mí.
Mi corazón se detuvo.
Sus labios rozaron los míos apenas un instante.
Un beso que no buscaba posesión ni prisa…
sino conexión.
Y en cuanto nos tocamos, la magia estalló.
Un latido azul salió disparado desde la marca, envolviéndonos a ambos.
El mundo tembló.
El bosque gritó.
La tierra brilló.
Y yo sentí a Aiden dentro de mí, no como invasión…
sino como si de pronto nuestras almas se hubieran tocado por primera vez.
El hechizo prohibido acababa de sellarse.
El estallido azul no se disipó de inmediato.
Se quedó suspendido entre nosotros, como un velo líquido que vibraba con cada respiración.
Sentí a Aiden.
No físicamente.
No en su piel ni en su calor.
Lo sentí dentro de mí, como un pulso superpuesto al mío.