Durante un latido interminable, no existió nada más que sus ojos.
Los de Élian.
Humanos.
Oscuros.
Vulnerables.
Y sin embargo…
al mirarte, brillaron con algo que ninguna magia podía igualar:
reconocimiento.
—Te… encontré —susurró, aún débil, aún aturdido, pero cierto, como si esa frase fuese su primer acto de voluntad después de regresar del borde de la muerte.
Mairen sintió cómo el mundo entero se le quebraba dentro del pecho.
No por el dolor.
No por la pérdida.
Sino por la certeza de que, contra todo destino, contra todo universo, contra miles de vidas separándolos…
Él la había encontrado igual.
Extendió la mano hacia él.
Pero cuando sus dedos estaban a un centímetro de los suyos, la jaula de luz que Seren había levantado vibró… y desapareció como un suspiro final.
Élian cayó directamente en sus brazos.
Su cuerpo estaba tibio, pero frío en los bordes. Su respiración temblaba, como si buscara un ritmo que no recordaba. No había magia latiendo bajo su piel. Nada respondía. No había luz azul. No había pulsos. No había ecos.
Solo Él.
Solo el hombre.
Solo el que la había amado en cien vidas y la había perdido en todas.
Mairen lo sostuvo fuerte, como si temiera que se deshiciera entre sus dedos.
—Estoy aquí —le susurró, la voz quebrándose en un millón de fragmentos de alivio y tragedia al mismo tiempo—. Estoy aquí, Élian.
Él cerró los ojos un instante, respirando contra su cuello.
—Tu voz… siempre me encuentra —murmuró, casi dormido—. Aunque no recuerde nada. Aunque no sepa quién soy… tu voz siempre… me trae de vuelta.
Ella apretó los labios, conteniendo la oleada de dolor que amenazaba con partirla en dos.
Porque él no sabía.
No sabía lo que había perdido.
No sabía lo que Seren le había arrebatado.
No sabía qué significaba que su magia, su esencia, su alma luminosa… había sido apagada.
Pero el universo sí lo sabía.
Las paredes del gran salón comenzaron a temblar.
Los cristales flotantes vibraron como campanas frenéticas, disparando destellos de azul y plata.
El piso se agrietó, dejando salir ráfagas de aire frío como cuchillas.
Mairen levantó la vista mientras lo protegía con su cuerpo.
El mundo alrededor estaba reaccionando.
No a Seren.
No a Élian.
A ellos dos juntos.
—Mairen… —Élian intentó incorporarse, pero su cuerpo falló, débil—. ¿Qué está pasando?
Ella le pasó una mano por la mejilla, tratando de sonar calma, aunque todo su interior gritaba.
—El universo se está ajustando.
Está… sintiendo el cambio.
Élian cerró los ojos como si las palabras lo marearan.
—¿Qué cambio?
Y cómo decirle.
Cómo explicarle sin romperlo.
Que su magia ya no estaba.
Que la chispa que lo había definido desde otras vidas había sido arrancada de raíz.
Que ahora era humano en un mundo que no perdonaba lo humano.
Mairen no tuvo tiempo de responder.
Una grieta se abrió en el aire mismo, a escasos metros de ellos.
No en el suelo.
No en una pared.
En el aire.
Como si la realidad fuera tela y alguien la rasgara desde adentro.
Los cristales se apagaron.
Todo se volvió oscuro.
Sólo quedó un pulso azul saliendo del pecho de Mairen.
Y entonces lo escuchó.
La sombra dentro de ella.
No como un eco.
Sino como un grito:
“Tenés que correr.”
Mairen apretó a Élian contra su pecho.
—Tenemos que salir de aquí —dijo ella, con voz firme que no coincidía con su terror.
Élian levantó la mirada, confuso.
—¿Te lastimé?
¿Hice algo mal?
Ese pensamiento, esa culpa, ese miedo…
la destruyó.
—No, mi vida —le acarició el cabello, sintiendo cómo el temblor de él coincidía con el de sus propias manos—. Vos no hiciste nada mal.
Te prometo que no voy a dejar que nada te pase.
Élian tembló, apoyando la frente contra su clavícula, buscando refugio.
Ella sintió su respiración temblar.
Sintió su corazón sin magia.
Sintió la humanidad frágil, hermosa y mortal que Seren había dejado atrás.
Y entonces…
La grieta en el aire se abrió por completo, como un segundo portal.
Pero no era un portal creado por magia.
Era un portal creado por desequilibrio.
Y del otro lado no había luz.
Solo sombras vivas, respirando, moviéndose, buscando.
La voz interior volvió a gritar:
“Mairen, SÁCALO DE AQUÍ.”
Ella lo tomó del brazo, lo levantó con cuidado.
El poder azul que llevaba adentro comenzó a vibrar peligrosamente, como una tormenta atrapada bajo la piel.
Porque el mundo sabía que Élian ya no tenía magia.
Sabía que el equilibrio había sido roto.
Sabía que juntos eran… imposibles.
Las sombras del portal se estiraron hacia ellos como brazos.
Élian apenas pudo mantenerse en pie.
—Mairen… ¿qué son esas cosas?
Ella dio un paso atrás, obligando su poder a contenerse aunque la desgarraba por dentro.
—Son lo que viene cuando el destino se rompe.
Una ráfaga de viento oscuro cruzó la sala.
Los cristales explotaron.
El piso tembló como si el salón entero fuera a desplomarse.
Mairen apretó los dientes.
Sabía lo que tenía que hacer.
Sabía lo que sería el comienzo de algo irreversible.
Tomó aire.
Le tomó el rostro a Élian entre sus manos.
Y con el corazón destrozado entre los dedos le dijo:
—Abrí bien los ojos, amor.
Porque lo que vas a ver ahora…
es la verdadera razón por la que el universo no nos deja estar juntos.
Y cuando Mairen desató su magia para protegerlo…
La tormenta azul que salió de su cuerpo fue tan intensa, tan viva, tan descomunal…
que el universo entero pareció gritar.
Y así comenzó la tormenta que los haría eternos.