Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 18 — Cuando el Amor se Convierte en Fuego

Elara no recordaba haber sentido un silencio tan ensordecedor.

Había conocido el silencio de la pérdida, el silencio de la magia agotada, el silencio del miedo y el silencio del destino. Pero este…

Este era distinto.

Era el silencio de un amor vivo… pero desconectado.

El silencio de un corazón que aún latía cerca del suyo, y sin embargo la miraba como si fuera un extraño que se cruzó en un pasillo del mundo.

Lucian estaba frente a ella, respirando, tocando el suelo, observando el aire, reconociendo la vida como un niño que despierta en un lugar desconocido. Pero sus ojos… sus ojos no recordaban la promesa que había hecho bajo la luz quebrada del Santuario Abyssal, ni el roce tembloroso de su boca cuando había vuelto por un instante antes de desaparecer en una explosión de sombras.

—¿Estás herida? —preguntó Lucian, con un tono suave, respetuoso, prudente… demasiado prudente para alguien que una vez la había amado más allá de los límites de lo razonable.

Elara tragó el nudo que le cerraba la garganta.

Su voz salió más firme de lo que esperaba.

—No. Solo… confundida.

El Guardián dio un paso atrás, dejándolos a solas. Sabía que había cosas que incluso para él, uno de los seres más antiguos, no debían ser interrumpidas.

Lucian caminó unos pasos alrededor de ella, como quien intenta reconocer una habitación oscura. Su mirada se detenía en cada detalle: la luz, el polvo, la hierba quemada alrededor, las piedras que flotaban todavía en el aire por la energía residual. Pero nunca se detenía en ella por más de un segundo.

Era como si algo dentro de él sospechara que mirarla demasiado sería peligroso.

O familiar.

Elara lo sintió. Lo reconoció. Y eso dolió aún más.

La magia dentro de Lucian —esa mezcla imposible entre el fuego ancestral, la bendición celestial y el eco del Abismo— estaba reajustándose a una velocidad dolorosamente lenta. Parecía alterada, tibia, confusa. Como una llama recién nacida que no sabe si está destinada a iluminar… o a consumir.

—Dijiste que debería conocerte —murmuró él, deteniéndose por fin—. ¿Quién eras para mí?

La pregunta la desgarró desde adentro.

Elara respiró hondo, sabiendo que había mil maneras de responder… y que ninguna sería suficiente.

—Era alguien a quien elegiste —dijo ella—. No por deber, ni por destino. Me escogiste porque quisiste hacerlo.

Lucian frunció el ceño, como si aquella idea fuera demasiado grande para sostenerla entre sus manos recién reconstruidas.

—¿Te amaba?

Elara cerró los ojos un instante.

El viento le acarició el cabello como un consuelo mínimo.

—Mucho más de lo que imaginabas.

Lucian apretó los puños como si la palabra amor provocara un dolor puntual en su pecho.

—¿Y yo…? ¿Fui feliz?

—Fuiste fuego —susurró ella—. Y yo fui quien aprendió a no temer quemarse.

Sus ojos se ensombrecieron sin volverse oscuros, como si parte de la sombra que había sido expulsada aún murmurara desde muy lejos.

—¿Por qué no recuerdo nada?

El Guardián, que los observaba desde una distancia prudente, respondió:

—Porque tu alma se fragmentó. Lo que regresó es puro… pero está incompleto. El amor, cuando es profundo, deja cicatrices en el alma. Y las cicatrices fueron lo primero que se desprendieron al reconstruirte.

Lucian volvió hacia Elara, como si esas palabras hubieran sido una revelación.

—Entonces… —dijo él, lentamente— si te miro… ¿estoy mirando algo que me hizo feliz?

Elara sintió un temblor recorrerle la espalda.

—Sí.

—¿Y algo que me hizo sufrir?

Ella bajó la mirada.

—Sí.

Lucian suspiró.

Esa respiración era una mezcla imposible entre un humano que intenta entenderse y un ser mágico que intuye que su vida pasada era más grande de lo que puede soportar recordar.

De pronto, algo brillante apareció alrededor de él.

Chispas.

Pequeños fragmentos de fuego puro, livianos, flotando como luciérnagas ardientes.

Lucian las miró sorprendido.

—¿Esto lo hacía antes?

Elara asintió.

—No exactamente así. Antes tu fuego era… más controlado. Más consciente. Pero estas chispas… son nuevas. Son parte de ti, pero también un anuncio.

—¿Un anuncio de qué?

El Guardián respondió con la gravedad de quien anuncia un eclipse.

—De que tu alma no está estable. De que tu fuego… puede convertirse en algo que ni tú ni ella pueden controlar.

Y lo que se convierte en fuego… —miró a Elara— siempre consume algo a su paso.

Lucian miró sus propias manos mientras una chispa ardía sobre su palma como una respiración viva.

—Siento calor… pero no me quema.

—Porque es tuyo —susurró Elara.

—¿Y si toca a alguien más? —preguntó él, con miedo por primera vez.

Elara extendió la mano.

—Probemos.

Lucian retrocedió un paso.

—No.

—Lucian…

—No sé qué soy ahora —dijo él, la voz rota—. No sé si soy peligroso. No sé si la sombra dejó algo dentro de mí. No sé si te haré daño. Antes… antes podía cuidarte, ¿no es así?

—Mucho más de lo que recuerdas.

Las chispas aumentaron de intensidad alrededor de él.

El suelo vibró ligeramente.

La magia estaba respondiendo a su miedo.

El Guardián lo notó.

—Lucian. Respira. La magia responde al desequilibrio emocional. Y ahora… estás ardiendo demasiado rápido.

Lucian cerró los ojos, intentando calmarse.

Pero una chispa golpeó el suelo y lo encendió en una llama pequeña pero feroz.

Elara actuó sin pensar.

Se acercó.

Tomó su rostro entre sus manos.

Un acto que hubiera sido natural días antes.

Ahora era casi suicida.

Él abrió los ojos de golpe.

—¡Elara, no—!

Pero ella no lo soltó.

Su contacto hizo que las chispas se suspendieran en el aire, quietas, como si la magia contuviera la respiración.

Elara susurró:

—Tu fuego… no me destruye. Porque yo soy la parte de ti que aún te recuerda.



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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