El silencio después de la explosión no fue silencio: fue un latido contenido del mundo entero.
La cúpula destrozada, el aire vibrando como si acabara de nacer, y en medio de ese caos suspendido… Élian y Mairen, todavía respirando el uno frente al otro, con la chispa azul ardiendo entre sus manos unidas.
Pero la luz que habían desatado no desapareció: subió.
Ascendió como si tuviera voluntad, como si supiera hacia dónde ir.
Y cuando llegó al cielo, lo partió.
Una grieta se abrió en las nubes, larga como un suspiro, profunda como un destino que pocos habían osado desafiar.
De ella no salió luz, ni oscuridad, sino juicio.
Un juicio antiguo, más antiguo que la magia misma.
Élian dio un paso atrás, tambaleando, una mano sobre el pecho donde su magia volvía a arder, caótica, inestable, como si respirara demasiado rápido.
—No… Mairen —murmuró—. Esto no es la restauración. Esto es… una llamada.
El viento cambió. No sopló: cayó sobre ellos, pesado, como si la atmósfera se hubiera duplicado.
Mairen apenas sostuvo el equilibrio. La grieta se ensanchó. Y una voz —una voz sin boca, sin forma, sin origen— habló desde allí:
“EL LIGAMEN HA SIDO PROBADO.
PERO NO HA SIDO AÚN DEMOSTRADO.”
La temperatura descendió tan rápido que el aliento de Mairen se cristalizó.
—¿Quién… quién está hablando? —preguntó, sintiendo que la piel se le erizaba como si mil espíritus la rozaran.
Élian no respondió.
Porque Élian ya sabía.
—Los Custodios —susurró—. Los que guardan la frontera entre los mundos. Los que sellaron el Pacto.
Y… los que lo rompen, si algo sale mal.
La voz habló otra vez, envolviéndolos como una neblina consciente:
“DOS CORAZONES QUE DESAFÍAN EL ORDEN.
DOS ALMAS QUE FORJARON LO QUE NO DEBÍA EXISTIR.”
La grieta se convirtió en un resplandor vertical, como una puerta a punto de no contener más lo que había dentro.
Élian tomó la mano de Mairen. No para protegerla: para sostenerse él.
—Esto es por mí —dijo él, temblando—. Soy yo el que provocó el desequilibrio. Soy yo el que rompió el límite.
A mí me quieren.
—No —respondió Mairen, su voz encendida, quebrada de miedo y decisión—. No vinieron por vos. Vinieron por nosotros.
Porque fuimos dos los que elegimos.
La grieta brilló con más fuerza, respondiendo a sus palabras como si las hubiera escuchado.
“PARA PRESERVAR EL TEJIDO DEL DESTINO,
UNO DEBE SER OFRECIDO.
UNO DEBE CRUZAR.”
Mairen sintió que el mundo se inclinaba bajo sus pies.
—¿Ofrecido? —preguntó, sin reconocer su propia voz—. ¿Cruzar… a dónde?
Élian cerró los ojos un instante, y cuando los abrió estaban llenos de una calma terrible.
—A la Frontera —susurró—. Al espacio entre los mundos.
Un lugar del que nadie vuelve igual… si es que vuelve.
La luz descendió un metro más, acercándose como un dedo divino marcando a su elegido.
Mairen no se movió.
Élian sí.
Y dio un paso adelante.
—Me iré yo —dijo, con voz firme aunque las manos le temblaban—. Mi magia causó el desequilibrio. Mi poder abrió la grieta.
Si alguien debe pagar este precio… soy yo.
—¡Élian, no! —rompió Mairen, atrapando su brazo—. No vas a ofrecerte. No ahora. No después de todo lo que sobrevivimos. ¡No después de casi perderte dos veces!
La luz tembló. Parecía dudar. Parecía escuchar.
“EL DESTINO NO ADMITE ELECCIONES
CUANDO EL BALANCE HA SIDO ROTO.”
Élian tragó saliva.
—Mairen… —y cuando la miró, ella supo que ese “Mairen” era un adiós escondido.
Pero ella no aceptaría un adiós.
Ni siquiera uno disfrazado de sacrificio.
—Élian, mírame —dijo, con una fuerza que no sabía que tenía—. No te vas a ir a ningún lado.
Porque esto… esto no lo causaste vos solo.
Y si ellos quieren llevarse a uno…
Ella apretó su mano.
Él sintió el pulso de su magia mezclándose con la suya, como un latido común.
—…van a tener que llevarse a los dos.
Élian se quedó inmóvil.
Atónito.
Roto y entero al mismo tiempo.
El cielo rugió.
La grieta creció.
“DOS NO PUEDEN CRUZAR.
UNO DEBE SER ELEGIDO.”
Y entonces, desde la grieta, una figura emergió.
Alta.
Translúcida.
Con ojos que no eran ojos, sino galaxias en suspensión.
Un Custodio.
El primero que había descendido a su mundo en siglos.
—Entonces elegiremos nosotros —dijo Mairen, clavándole la mirada.
El Custodio inclinó la cabeza, curioso.
Los humanos rara vez eran tan… desobedientes.
Élian tomó aire como si fuera a saltar de un acantilado.
—Entonces decidamos juntos… —susurró él, temblando ante la presencia del ser—
…¿a cuál de los dos intentarán arrebatarle el destino?
La luz del Custodio serpenteó entre ellos, leyendo sus corazones, midiendo sus almas, sopesando sus decisiones.
Y después, en un murmullo que no era sonido sino sentencia:
“LA PRUEBA HA COMENZADO.”
El suelo se quebró
El aire desapareció
La realidad se dobló
Y Mairen y Élian ya no estaban en la sala destruida.
Estaban en el centro de un espacio suspendido, infinito, una mezcla de arena, estrellas y sombras vivas…
La Frontera.
La última prueba.
La prueba donde uno de los dos perdería algo que cambiaría para siempre el destino de ambos.
El suelo —si podía llamarse suelo— era una planicie hecha de fragmentos de memoria: arena que brillaba como lágrimas, sombras que se desdoblaban alrededor de ellos, estrellas rotas suspendidas a baja altura, como faroles colgados del vacío.
La Frontera no era un lugar: era un juicio.
Un espejo de todas las decisiones que los dos habían tomado desde que sus almas se tocaron por primera vez.
Mairen apretó la mano de Élian, pero sus dedos atravesaron los de él como si fuesen humo.
—¿Qué…? —retrocedió, horrorizada—. ¡Élian!