Cuando La Magia PronunciÓ Tu Nombre

CAPÍTULO 20 — El Final que la Magia Nos Debía

El universo estaba en silencio.

No un silencio normal, sino uno que parecía cosido por una aguja gigante, tensando cada hilo de realidad como si todo —absolutamente todo— dependiera de lo que ocurriera en los próximos segundos.

Mairen abrió los ojos primero.

No sabía dónde estaba.

No sabía quién era la figura arrodillada frente a ella, con las manos temblando como si contuvieran el peso de un mundo entero.

No sabía por qué el aire olía a electricidad y ceniza, ni por qué la luz alrededor parecía respirar.

Pero había algo que sí sabía.

El corazón que tenía enfrente…

latía igual que el suyo.

—Mairen… —susurró Élian, con la voz quebrada en mil pedazos—. ¿Me reconocés?

Ella parpadeó.

Lo observó con una confusión tan profunda que a Élian le dolió respirar.

—¿Quién… sos?

Élian cerró los ojos.

Era la peor respuesta posible.

La que había temido desde que el destello final de la Frontera lo arrancó de todo lo que conocía.

Él había sido el elegido.

Él había perdido el vínculo.

No ella.

Mairen seguía sintiéndolo todo.

Cada fragmento.

Cada promesa.

Cada latido compartido.

Pero Élian…

Él había pagado el precio.

El Custodio apareció a unos pasos, su silueta flotando entre el polvo dorado que aún caía del cielo cuarteado.

—El sacrificio fue pronunciado simultáneamente —informó, sin emoción alguna—.

El destino eligió al corazón más dispuesto a romperse.

Élian tragó saliva.

—¿Y no hay… nada… que lo revierta?

El Custodio inclinó la cabeza.

—No con fuerza. No con magia. No con poder.

Mairen dio un paso adelante.

Sus ojos brillaban con lágrimas, pero también con un fuego que el destino no había previsto.

—Entonces lo haremos con otra cosa.

Élian la miró sin reconocerla…

pero sintiendo una atracción que lo quemaba desde dentro.

Un hilo invisible.

Un tirón que no comprendía.

Una fuerza que no sabía nombrar.

—¿Con qué…? —preguntó él, con voz temblorosa.

Mairen levantó una mano y la apoyó en su pecho.

Elian inhaló como si ese toque fuera el primer aire real en siglos.

—Con esto —susurró ella—.

Con lo que siempre estuvo entre nosotros… antes de que la magia lo pronunciara.

Con lo que ninguna Frontera puede borrar.

Élian sintió algo moverse bajo su piel.

Algo tibio, suave, como un destello que quería recordar.

—No… —balbuceó, confundido—. Yo no…

No sé quién sos.

No sé qué fuimos.

No sé qué me estás pidiendo…

—No te pido nada —respondió Mairen, sonriendo entre lágrimas—.

Solo te pido que me mires.

El resto… lo hace el alma.

El Custodio observó en silencio.

Era la primera vez —en toda la historia de la Frontera— que veía a alguien intentar desafiar la pérdida no con magia, sino con amor.

Y por primera vez, algo parecido a duda se reflejó en sus ojos eternos.

Mairen tomó las manos de Élian.

Él las sintió… familiares.

Como si ya las hubiera sostenido antes, en miles de noches, bajo miles de cielos partidos o cicatrizados.

—Élian… —dijo ella, marcando cada sílaba como quien reza—.

Vos elegiste perderlo todo para que yo viviera.

Yo elijo devolverte todo para que vivamos juntos.

Cuando él alzó la mirada para verla…

un recuerdo chispeó.

Un destello mínimo.

Un fragmento tan diminuto que podría haberse confundido con un espejismo.

Una sonrisa suya.

Una tarde lluviosa.

Un abrazo bajo una tormenta azul.

Élian se llevó una mano al pecho.

—¿Qué… es eso?

—El principio —susurró Mairen—.

Tu corazón empujando contra el olvido.

El Custodio dio un paso adelante.

—No es posible. Ninguno ha logrado jamás recuperar lo que la Frontera arrebata.

Mairen no lo miró.

—Entonces seremos los primeros.

La luz alrededor comenzó a temblar.

El aire vibró.

Algo profundo —algo antiguo— comenzó a cambiar.

Y el Custodio finalmente entendió:

El destino no era una cadena.

Era un espejo.

Uno que ellos estaban rompiendo por primera vez.

Élian la miró otra vez.

Más recuerdos.

Más chispas.

Más fragmentos.

Su nombre, pronunciado con ternura.

La noche en que se conocieron.

La forma en que ella lo miraba como si el mundo hubiera sido construido para ese momento.

Élian cayó de rodillas.

—Mairen… —susurró, con la voz temblando—.

Creo que…

creo que te estoy encontrando.

Ella lo abrazó.

Y el universo respiró por primera vez en mucho tiempo.

Algo imposible acababa de suceder:

el mundo no colapsó.

El tejido del destino no se desgarró.

La Frontera no reaccionó con furia ni con castigo.

Simplemente…

cedió.

Como si por primera vez reconociera que había algo más fuerte que sus leyes.

El Custodio, cuyo rostro jamás había mostrado emoción, retrocedió un paso.

Su esencia parpadeó, como si la certeza del infinito se le hubiera fracturado.

—Esto… no puede ser —murmuró, incrédulo—.

La memoria arrancada por la Frontera es absoluta.

No retorna.

No evoluciona.

No responde…

Pero tuvo que callarse.

Porque Élian volvió a mirar a Mairen…

y esta vez la chispa no fue un fragmento perdido.

Fue una ola.

Una ola de recuerdos que se rompió de golpe, como si un océano entero hubiera estado contenido detrás de un muro que al fin se quebraba.

Élian jadeó.

Vio su primera noche juntos.

Vio la ciudad respirando hechizos.

Vio la Frontera brillando como un trueno azul.

Vio el primer beso robado que ella no sabía si debía permitirse.

Vio su risa, la forma en que inclinaba la cabeza, el pequeño gesto que hacía con las manos cuando estaba nerviosa.

Y vio la última mirada antes del sacrificio.



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En el texto hay: mundo fantastico, romance magico

Editado: 25.11.2025

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