Dicen que, después de una gran guerra, el silencio es un estreno.
Y en el mundo nuevo, ese silencio se volvió un refugio.
Habían pasado meses desde que Lumera fue liberada.
El cielo ya no crujía con grietas azules, los magos ya no temían al amanecer, y el Vínculo Primordial había dejado de temblar como una herida abierta.
Ahora latía… como un corazón.
Mairen caminaba descalza por el borde del bosque.
El aire olía a tierra tibia, a hojas verdes recién nacidas, a un tipo de esperanza que jamás había conocido en su vida.
El viento soplaba suave, casi tímido, como si el universo estuviera aprendiendo nuevamente a moverse.
Élian llegó detrás de ella sin hacer ruido, aunque ella siempre sabía cuándo estaba cerca.
Su presencia era una estrella acercándose: uno no la ve, pero la siente.
—¿Dormiste bien? —murió Élian, rodeándola con los brazos.
—Dormí… en paz —respondió ella, dejando caer su cabeza sobre su pecho—.
No sé si alguna vez en mi vida había sentido algo así.
Élian respiró el perfume de su cabello.
—La paz es un idioma nuevo para todos —dijo.
El bosque envuelto en luz azul respondía como un animal vivo, respirando, expandiéndose, ofreciéndoles un hogar.
No el hogar al que estaban destinados,
sino el hogar que eligieron.
La magia seguía ahí, claro que sí.
Pero ya no imponía.
No reclamaba.
No hería.
Era una magia que observaba.
Que acompañaba.
Que despertaba de a poco.
Como si tomara nota del ejemplo que ellos habían dado.
—A veces pienso —dijo Mairen, acariciando una hoja luminosa— que la magia también tuvo que aprender a amarnos.
Élian sonrió.
—Creo que todos tuvimos que aprender.
El silencio volvió, pero un silencio cálido.
Un silencio que no vaciaba: llenaba.
Entonces, algo pequeño ocurrió.
Pequeño, pero suficiente para que los dos se miraran.
Una chispa azul flotó frente a ellos.
Una sola.
Pequeña.
Temblorosa.
Parecía indecisa.
Mairen extendió su mano.
La chispa se posó sobre su palma, y de pronto… se expandió en un suave destello que iluminó el bosque entero.
Élian rió, incrédulo.
—¿Es un saludo?
¿Una señal?
Mairen negó con la cabeza, pero sus ojos brillaban con emoción.
—No.
Es un agradecimiento.
Y la chispa se deshizo en el aire, convirtiéndose en polvo luminoso que cayó sobre ambos como un rocío sagrado.
Élian la tomó del rostro, despacio.
Como si todo el tiempo del mundo fuera suyo.
—Te eligió la magia —susurró él.
Mairen rozó su pecho con la punta de los dedos.
—Pero vos me elegiste a mí.
Y en ese abrazo, en ese instante que suspendió la respiración del mundo, entendieron la verdad final:
La magia puede pronunciar un nombre.
Pero solo el amor puede darle sentido.
No había destino escrito.
No había una historia predeterminada.
No había profecías empujándolos hacia adelante.
Había una vida.
Una simple y hermosa vida, esperando ser vivida.
Juntos caminaron hacia la casa, de la mano.
La puerta se cerró detrás de ellos con un susurro.
El sol subía.
El mundo renacía.
Y en alguna parte, donde la magia se esconde para observar…
pronunció sus nombres una última vez.
No para cambiarlos.
No para reclamarlos.
No para guiarlos.
Sino para honrarlos.
Porque, después de todo lo vivido,
cuando la magia pronunció sus nombres…
el mundo entendió el verdadero significado del amor.
FIN.