Cuando la muerte sea solo un sueño

Capítulo 13: Liberar

Experimentar amor es una de las sensaciones más complejas y satisfactorias. Comienza con ilusiones, fantasías, planes a futuro donde te visualizas con la persona que ocupa cada uno de tus pensamientos y que se adueña de una sección de tu corazón; te sientes en la cima del mundo y piensas que lo malo empieza a perder fuerza, que la luz renace nuevamente, distorsionando la oscuridad que, en muchas ocasiones, sientes que te destruye. Pero, olvidas por completo un detalle que, más que fatalista, es realista: Los sentimientos en algún momento se acaban y el amor se extingue. Todo se convierte en un ciclo y no puedes evitar que llegue a su fin. La cima en la que te encontrabas, te expulsa de nuevo a la realidad, donde tienes que enfrentarte a la aflicción de la perdida y del olvido. Es momento de liberarte y liberar.

A sus dieciocho años, Logan podía afirmar que había descubierto lo que significaba sentirse enamorado. No había sido el amor más perfecto, porque, a fin de cuentas, encontrar la perfección en un sentimiento tan indescifrable, era una noción inverosímil. Sin embargo, había sido un amor profundo, de aquellos que, aunque tengan un abrupto final, te dejan una marca imborrable y enseñanzas que te hacen crecer como persona.

Conoció lo que era sentirse querido, importante, dolido, ilusionado, desamparado... supo qué se sentía acaparar un todo en la vida de alguien más. Y, sobre todo, comprendió que incluso las sensaciones más sublimes, traían consigo su antítesis. No podía haber felicidad, sin llegar a experimentar tristeza. No podía haber vida, sin que existiera muerte.

La noche anterior su mente no paraba de evocar lo ocurrido con Emilia. Pensó por milésima vez en cómo la vida podía cambiarte en cuestión de días, horas, e inclusive segundos. Rememoró cada detalle, cada acción, cada palabra. Debía admitir que le dolía que hubiera terminado de ese modo, porque de alguna manera se engañó a sí mismo creyendo que el final sería distinto. No obstante, terminó llegando a la conclusión de que esa relación no tenía esperanza alguna. Lo había sabido desde que Marcelo comenzó a pretender a Emilia y ella en lugar de cortar con el coqueteo, permitió que creciera y creciera. Lo había sabido cuando quiso presentarla ante su familia y ella inventó miles de excusas, restándole importancia a lo que aquello representaba. Lo terminó de comprender cuando Marcelo le refregó en su cara, días atrás, que la había besado y que Emilia no se apartó, al contrario le correspondió. Ella por supuesto hizo un completo drama, negando que hubiera querido ese beso y justificando sus actos con cumplir la voluntad de su padre. Excusas y más excusas era lo que Emilia le brindaba y él en su incapacidad para abandonarla, terminaba accediendo y aceptando las disculpas que tan patéticas le resultaban. Permitió lo que no debía y ese había sido su error principal.

Mientras se encontraba en casa de los Bright, intentando disfrutar de la parrillada, se planteaba a sí mismo si Emilia sería capaz de darle punto final a lo que él no terminaba de liberar. Tenía pleno conocimiento de que Marcelo iría a cenar con los padres de ella y que tal encuentro familiar sería lo que necesitaba para esclarecer qué tan real seguían siendo los sentimientos de ambos. Él mismo ya dudaba de que el cariño que sentía siguiera siendo parte del enamoramiento que alguna vez experimentó hacia ella y pensaba que, tal vez, las sensaciones en su interior eran solo parte de un querer que se tiene hacia alguien que te dedicó años importantes de su vida y te ayudó en el momento en que sentías que simplemente no podías continuar.

Al final, sí se trataba de una relación más por agradecimiento, que por amor.

Emilia tenía expectativas que él no cumplía y Logan entendió que ella no era lo que él verdaderamente necesitaba y anhelaba en una persona. Todo era claro, aunque ellos lo convertían en algo confuso... y, cuando Emilia tomó la decisión de formalizar una relación con Marcelo, sin saberlo, Logan ya la había dejado ir.

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—¿Quieres probar mis galletas? —la pregunta de la pequeña Rachel lo distrajo de su espera. Volvió su mirada hacia ella, sonriendo al ver lo tierna y hermosa que era aquella niña que tanto adoraba.

Se levantó del sofá y se dirigió al comedor donde ella estaba sentada, con sus cuadernos y libros de estudio esparcidos por la mesa. Rachel tenía cuatro años y estaba aprendiendo a leer y a escribir, los últimos días Logan había estado muy dedicado ayudándole a comprender con mayor facilidad las letras y las diferentes formas en que se podían combinar; y la cuidaba cuando su tía Darla, madre de Rachel, partía a su trabajo, en la casa de los Henderson.

Aryanna Benedetti, la nonna de Logan, trabajaba como cocinera y empleada doméstica en casa de los Henderson desde hacía varios años. Era una mujer de ascendencia Italiana y Colombiana, que tenía un increíble don en la cocina. Sus manos preparaban verdaderas delicias culinarias y conocía la forma de realización de muchos platos típicos debido a la diversidad de su origen familiar. Su sueño eterno era ser una gran chef y contar con un restaurante propio, no obstante, la falta de oportunidades económicas se lo impidió, resignándose a trabajar como ama de llaves de diferentes familias. Cuando Abril Henderson la conoció, no dudó un segundo en contratarla, sus hijos estaban muy pequeños, motivo por el que Aryanna se convirtió en una segunda abuela para ellos y consiguió ganarse el gran aprecio y confianza de toda la familia. Tiempo después, su hija Darla de igual manera se unió a su labor como trabajadora doméstica de la familia. Los Benedetti se sentían muy agradecidos con los Henderson por su generosidad y buen trato, ya que a pesar de ser sus empleados, no se dirigían a ellos de forma despectiva, al contrario, los hacían sentir como parte de su hogar.

—Mamá dice que tengo futuro como repostera —prosiguió la niña, cuando Logan tomó la galleta, probándola gustosamente.




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