Cuando la muerte sea solo un sueño

Capítulo 22: Aquel primer amor...

La semana transcurrió con una rapidez que lo asombró, teniendo en cuenta que haber hablado con Skyler sobre la muerte de sus padres, le removió los recuerdos y sentimientos que mayormente intentaba camuflar. Los dos primeros días después de la conversación, le incomodaba mirarla y ver sus ojos acongojados. No estaba acostumbrado a que vieran su debilidad y le había contado tanto que le resultaba inútil intentar resarcirlo. Pese a eso, se contradecía a sí mismo, haciendo de todas formas el esfuerzo por ser lo que siempre ha sido.

Del tercer día en adelante, fue como si nada hubiera pasado, ya no se sentía incómodo y agradecía que Skyler había desistido de seguir con sus comportamientos de amiga compasiva. No habría soportado un día más con ella accediendo a todo lo que él quería o intentando hacerlo sonreír a como diera lugar. Le fatigaba.

Escaneó minuciosamente el dibujo frente a él y lo firmó en la esquina de la hoja. Al día siguiente, Annie podría salir del hospital y le daría el retrato que con tanta emoción le pidió. Estaba a la expectativa de entregarle su regalo y, por supuesto, de lo que le depararía esta nueva etapa a la pequeña.

—¿Listo para el fin de semana prometedor que nos espera? —indagó Christian, adentrándose en la habitación con un ruidoso Theo.

El pelinegro comía torpemente unas frituras, que producían estrepitosos sonidos en la habitación.

—Mi padre viajó ayer, así que mi casa está más que lista para la fiesta de celebración que prometí si ganábamos el bendito intercolegial —informó el norteamericano con la boca llena.

—¡Theo! Mastica y luego hablas —pidió él, haciendo un gesto de desagrado.

Cerró su cuaderno de bocetos y lo puso sobre su mesita de noche.

—¡Esta será una noche fenomenal! ¿Qué dices? ¿Otra competencia de shots tú y yo? —continuó diciendo el chico, luego de digerir las papitas.

Sonrió cuando recordó que gracias a esa “competencia” tuvo el valor suficiente para besar a chica cielo.

—¡No vamos a beber! Ha llegado alguien que nos colgaría de las orejas si hacemos eso —se entrometió Chris, despertando la curiosidad de ambos.

—¿De qué hablas? —preguntó, frunciendo su entrecejo.

—Ya lo verás —recibió en respuesta, con una sonrisa amplia por parte del rubio.

Tomó la maleta que dejó preparada desde horas atrás y salió con el par siguiéndole el paso, el equipaje de ellos estaba obstruyendo la puerta de entrada a la habitación.

Movió la cabeza como gesto para que despejaran el área y Theo se limpió las manos en el pantalón, haciendo bolita el empaque vacío de frituras y guardándolo en el bolsillo. Tanto él como Chris tomaron sus maletas y Logan se encargó de asegurar con llave la habitación.

—Habla, ¿Quién ha llegado con la suficiente autoridad para jalarme las orejas por beber?
—volvió a cuestionar, avanzando detrás de ellos.

—Adivina adivinador —canturreó el rubio con una expresión de diversión adornando su rostro.

—Déjate de rodeos, europeo, yo también quiero saber —apoyó Theo las palabras de Logan.

—No sé, ¿No te suena una chica mandona que nos obligó a cargar carteles frente a la oficina del alcalde toda una tarde porque si no, nos delataba por haber tomado alcohol por primera vez?

Ya se encontraban atravesando el jardín del internado, Logan se detuvo en seco cuando escuchó la pregunta que le hacía su mejor amigo.

Sabía perfectamente a quién se refería, la última vez que la vio fue hacía dos años y la recordaba con mucho amor y gratitud.

Sus ojos percibieron la presencia del vehículo de los Henderson, y allí estaba ella, sonriendo de pie frente al capote del auto.

—¡Mabel! —pronunció con emoción, envolviéndola en un fuerte y anhelado abrazo.

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En la mansión de la familia Henderson, la felicidad era palpable. Tanto los empleados como los jefes, compartían la beatitud de volver a reencontrarse con Mabel, la niña de la casa, la primogénita. Mabel se había marchado del país años atrás, con la meta de especializarse como pediatra en Francia y ya lo había conseguido. Los dos últimos años, a diferencia de los primeros, no había podido viajar a visitar a su familia, pero ahora que por fin culminó sus estudios, tenía la libertad de venir y prepararlos para el acontecimiento tan importante que estaba cerca de ocurrir en su vida.

—¿Y qué tal ha estado el internado? ¿Ya tengo cuñadas o cuñados? —preguntó la recién llegada, recogiendo su cabello en una coleta desprolija.

No estaba segura de que los gustos de Logan y Christian se limitaran únicamente al género femenino, así que no quiso dejar de lado la posibilidad del masculino.

Su mirada barrió con detenimiento las expresiones negativas de los jóvenes.

Mabel era muy similar a su madre, heredó sus ojos verdes y su cabello castaño claro. Verla a ella, era como viajar en el pasado y reencontrarse con una versión de Abril joven.

—Nuestro afecto está concentrado en las féminas, hermana, así que no, no tendrás un cuñado nunca —aclaró Christian—. Sin embargo, aún no tienes cuñadas tampoco.

—No creemos que se tarden mucho en tener novias, ¿No es así, señora Abril? —inquirió la nonna de Logan, recordando la presencia de Skyler como la de la primera muchachita que él llevaba a casa y el enamoramiento que la señora Henderson le había comentado sobre su hijo con una de las alumnas del internado.

—¿Por qué lo dices, nana? —replicó Mabel mirando a Aryanna.

—Bueno, hace una semana Logan llevó a alguien a nuestra casa.

—¡No es nada! —refutó el castaño.

—Y Christian sigue babeando por la mayor de los Bright —continuó Abril, originando que su hijo se sonrojara.

—¡Ey! —se quejó Christian, avergonzado.

—¡Oh, mis pequeños se han enamorado!
—exclamó Mabel, pellizcando las mejillas de los dos.




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