Cuando la nieve cae

Un par de ojos lumínicos

El frío me helaba los huesos. Podía escuchar el sonido del viento al entrar por mi ventana, casi como si gritara; era increíble, como si hiciera gala de su libertad. Las mantas de mi cama, al igual que las cortinas de los ventanales parecían tener vida propia por las vividas corrientes de aire que no dudaban en entrar. Sentía como si flotara en un espacio vacío, como un cuento que leí cuando era niño.

Desperté en mitad de la noche asustado por los ruidos de la naturaleza, había uno en particular que me causaba especial temor: un sonido en “uh”, seguido de un aleteo. No podía descifrar aquel sonido que me acompañaba incluso en mis sueños. Cruzando las llanuras humeantes justo después de escapar de Ciudad nunca me encontré con un sonido similar; mucho menos en un lugar como Ciudad, donde los sonidos de la naturaleza están prácticamente relegados al sonido de la maquinaría al moverse, los silbatos de las fábricas, el humo de las chimeneas saliendo y dándole un aspecto verduzco al cielo. Pero ahí, en medio del bosque donde el aire se respiraba frío y por las noches no había luz alguna, el mundo era completamente desconocido.

Salí de la cama y tomé una linterna de la pequeña mochila raída que llevaba conmigo. Eché un vistazo fuera de la ventana, el mundo se observaba del color del alquitrán. Numerosos murmullos y silbidos podían escucharse al momento que se percibían movimientos en las ramas de los altos árboles. Árboles, aún recuerdo la primera vez que vi uno en un libro de botánica antigua, y ahí estaba rodeado de ellos. Encendí la linterna y apunté a las sombras. No había nada fuera de lo normal. Unos cuantos insectos junto con una polilla se acercaron a la luz que emanaba de la linterna, al contrario de lo que podrían pensar los insectos eran animales que abundan en Ciudad, así que nos encontramos cómodos entre nosotros. De repente el sonido volvió a aparecer, esta vez a mi izquierda. Un par de ojos me miraban en las alturas, dos ojos color esputo. Las nubes dejaron en paz a la pobre luna y esta con su luz plateada delineó el contorno de aquel ser que me observaba, placido.

Sus ojos se hacían cada vez más grandes, y el sonido se incrustaba más en mi mente. Su cabeza se movía en direcciones anormales. Graznó y el sonido creció, el ambiente se hizo pesado y el aire cesó. Hacía incluso más frío. Los ojos me veían, y ahora ya no eran ojos. Cámaras. Me seguían. Ahora ya no estaba en medio del bosque, volvía a Ciudad y me encontraba en la habitación 62. No podía respirar, mis pulmones se detenían, se compactaban y explotaban. Volvía al vientre de mi madre, a esa madre que nunca conocí. Mis células se volvían una sola y me mecía dentro del líquido del éxtasis.

Y despertaba.

Los cálidos rayos de sol atravesaron el cristal de la ventana, trazando un pequeño arcoíris en la pared que tenía a un lado de mi cama. Sentí que llevaba dormido más tiempo del que debería, como si hubiera pasado una semana completa. No recordaba que tras lo sucedido por la noche me durmiera de nuevo, pero lo hice. Me senté en el borde de la cama, tratando en vano de quitarme la sensación de pesadez de los ojos; sentía el aliento como de agua de alcantarilla. Fui al tocador que se encontraba justo al abrir la puerta de mi habitación, ahí me dispuse a arreglar el desastre que era.

Después de comer algo en el comedor de abajo decidí salir a dar un paseo, sabía que tenía que salir pronto de ahí (porque no era bienvenido), pero necesitaba conseguir un par de respuestas. Salí de los límites del pueblo y me adentré en el denso bosque; y debo decir que no se llama El bosque negro por nada. Un ligero cosquilleo me recorrió la espalda, el vello de mi cuello se erizó hasta tal punto en que comencé a preocuparme. No podía dejar de pestañear. Estaba seguro, alguien me seguía. Cerca del lugar donde me encontraba, guiándome por los mapas que había robado de la biblioteca municipal de Ciudad, estaba un gran desfiladero; ¿pensaban llevarme hasta ese lugar y después tirarme sin el mínimo reparo? No podía dejar que eso sucediera, no después de todo lo que había pasado.

Caminé un poco más rápido y con reflejos de gato me oculté en un árbol, miré hacia todas partes, de arriba abajo y no encontré nada. ¿Cómo era posible? Mi intuición no se equivocaba. Nunca.

—Qué raro, podría jurar que alguie…

—¿Alguien?

Alguien tocaba mi hombro, lo que hizo que me sobresaltara de tal modo que casi me golpeará contra el árbol. Casi.

—No vuelvas a hacer eso, por favor — dije mientras trataba de calmar el latido de mi corazón. Se trataba de una chica.

—Descuida. No creí que te asustaras tan fácil, no pareces una persona tan frágil- dijo la chica.



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En el texto hay: depresion, ficciongeneral, drama

Editado: 10.04.2018

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