Cuando la ultima hoja caiga

Un cruel destino.

El sol brillaba sobre la plaza central de la pequeña ciudad de Raven Hill pero estaba lejos de estar en calma. Una columna de mármol se levantaba en el medio de la plaza y en ella un niño de no más de 12 años yacía encadenado. Los ciudadanos le lanzaban palos, piedras y todo tipo de cosas que tuvieran en la mano mientras le gritaban y maldecían.

 


-¡MATENLO! ¡Es un demonio! ¡Hijo de la oscuridad!-. Eran algunas de las cosas que se podían escuchar de la muchedumbre. 
El joven, con el rostro herido y sangrando, sin poder emitir palabra alguna, solo podía llorar. Aún era demasiado joven como para entender tanta crueldad, no sabía por qué la gente lo trataba de esa manera, no comprendía el porqué de sus acciones. Su único crimen fue el de jugar cerca del río en los límites del bosque. 
No muy lejos de la plaza, en el mercado. Una persona compraba algunas frutas frescas, tenía una capucha negra que cubría la mayor parte de su cara. 
-¿Qué es todo ese bullicio?-. Preguntó. 
-Una ejecución-. Respondió el encargado del puesto.- Dicen que se trata de un hijo de la oscuridad. 
-Mm… ya veo-. Musitó luego de dar la primera mordida a una manzana. No era la primera vez que escuchaba eso, ya había pasado por otras ciudades y aldeas donde se corrían rumores de la aparición de otros hijos de la oscuridad. Al final todos habían sido mentira. Asi que no le tomó importancia. 
-Calmaos todos-. Dijo un sacerdote en la plaza en un intento de calmar a la población.- Este niño, no. Este demonio maligno fue encontrado cerca del río haciendo sus maldiciones. Incluso ahora puedo sentir su repugnante poder oscuro. 
Todos parecieron dar un paso atrás, con tal de alejarse y no verse envueltos en el aura. 
-Acabemos con esto pronto-. Continuó.- Esta peste me está dando ganas de vomitar. 
Se apartó y cedió su lugar a un caballero, quien portaba una filosa espada plateada lista para dar fin con la pobre vida del niño. 
En un último intento desesperado, el joven suplicó, en lo más profundo de su ser que alguien pudiera escucharlo, salvarlo de este cruel destino. 
-Por favor, alguien. No quiero morir.  
Aquel susurro llegó a los oídos de la encapuchada, que estaba dispuesta a irse de aquella ciudad. Volvió su mirada hacia la plaza, esta vez no era un engaño. Era genuino, podía sentirlo. 
La hoja de la espada brillaba con los rayos del sol a la vez que se elevaba lentamente, la gente aclamaba que se dejase caer sobre el cuerpo del demonio lo más pronto posible, y asi sería. Un chasquido retumbó con fuerza, como un eco en medio de una habitación completamente vacía. El chico abrió sus ojos lentamente, confundido y asustado, la espada a solo centímetros de su cabeza no se movía, nadie en la plaza parecía hacerlo. Todos estaban congelados, como si el tiempo se hubiera detenido. Todos salvo una persona. 
-Pareces estar en problemas-. La encapuchada se acercaba lentamente hacia él.- Déjame ayudarte con eso. 
Con un solo toque de sus dedos las cadenas se volvieron polvo y él dejo caer todo su peso, no tenía fuerza ni para sostenerse por su cuenta. Ella lo sostuvo y cubrió con su capa. 
-Bebe esto, te hará sentir mejor-. Sacó un pequeño frasco de su bolso. 
-¿Quien…eres…?- Pronunció con dificultad, aquella poción había aliviado un poco su garganta y ahora podía hablar. 
-Solo digamos que te escuché pedir ayuda-. Miró a su alrededor.- Por ahora, debemos irnos de aquí. Ya hablaremos después-. El tiempo volvió a fluir y la espada chocó contra el suelo. Las miradas perplejas de todos se preguntaban qué había pasado. El hijo de la oscuridad desapareció sin dejar rastro alguno. 
Abrió sus ojos somnolientos, lo primero que sus pupilas color azul vieron fue un colgante de madera con cristales y piedras preciosas de colores que reflejaban los rayos del sol que entraban por un tragaluz de alguna parte de la pared. La más mínima brisa hacia que el colgante girara, creando un hermoso espectáculo de luces. Era un vals de arcoíris. 
A un lado de la cama, en la mesita de noche, un vaso de agua. Lo bebió con ansias y desesperación. Como si sus labios no hubieran tocado el agua en días. Después de inspeccionar rápidamente la habitación se dispuso a salir. Su cuerpo ya estaba recuperado, no sabía cómo, pero en su rostro no quedaba marca alguna de lo que le había sucedido anteriormente. 
La madera crujía bajo sus pies con cada paso que daba. Al abrir la puerta, se topó con una sala, una mesa de madera, estantes con libros y muchas otras cosas más, miró arriba de sí. No había un techo, era como un abismo profundo y oscuro que se extendía. 
-Veo que has despertado-. Una mujer atravesó un marco de puerta. Ella era hermosa como la luna. Su cabello plateado, ondulado hasta la cadera, su piel blanca y su perfecta heterocromia.- Justo a tiempo-. Continuó.- El desayuno está listo. 
Colocó dos platos sobre la mesa y le hizo el gesto para que se sentara. Aquello parecía una sopa de verduras pero el olor que emitía era un poco extraño. Dudó, ¿estaba bien comer esto? 
-No te preocupes, no está envenenado.- Mencionó la mujer como si pudiera leer sus pensamientos. Tomó un bocado de su plato para mostrarle que no había peligro alguno. Luego de la demostración decidió arriesgarse. 
A la primera cucharada hizo una mueca de desagrado, bebió agua para deshacerse del horrible sabor de la comida. 
-Bueno… eh de admitir que no soy la mejor cocinera, pero tampoco está tan mal. Grosero-. Recargó su mejilla sobre su mano izquierda. 
-Lo lamento-. Dijo el chico por fin.- Tú eres quien me salvó. También… ¿me curaste? 
-Asi es, mi nombre es Vivian, ¿y tú eres? 
-Lindel. 
-Lindel-. Repitió.- Es un bonito nombre.- ¿Qué edad tienes? 
-12-. Se limitaba en sus palabras. Con la cara cabizbaja no se atrevía a mirarla a la cara. 
-No parece que hables mucho-. Vivian se levantó de la silla y recogió los platos.- Está bien si no quieres hablar, no pasa nada. 
-¿Por qué? –Murmuró antes de que ella se alejara más.- Esas personas me odiaban, decían que era un demonio. 
-¡Eso no es verdad!-. Exclamó con cierto enojo.- No escuches lo que digan. 
-¿Entonces qué es lo que soy?-. Vivian lo miró con compasión. Ella conocía muy bien ese sentimiento de confusión, de no saber que eres o a donde perteneces. 
-Ven, te mostraré-. Atravesaron la puerta principal y Lindel se sorprendió al ver que de lo que salió no era una casa si no un árbol. Un enorme y frondoso árbol que a simple vista no parece ser tan amplio como para permitir tener todas las cosas que había visto en su interior. ¿Esto era obra de la magia? 
-Ellos nos llaman hijos de la oscuridad-. Dijo Vivian sacándolo de sus pensamientos.- Pero no podrían estar más equivocados, observa bien Lindel. 
Puso sus manos en el suelo y la hierba comenzó a crecer con velocidad, Lindel quedó atónito ante tal demostración. Creyó que era el único que podía hacer cosas como esa. Cuando lo encontraron en el río estaba controlando el agua, encerraba a los peces en burbujas suspendidas en el aire. 
-En realidad-. Continuó.- Somos descendientes de los primeros magos. La magia en el mundo se debilita y cada vez hay menos de nosotros, es por eso que la gente nos teme. No pueden comprender aquello que es diferente de ellos. 
-¿Entonces hay más?-. Preguntó Lindel. 
-Había…-. Hizo una pausa.- No me he topado con otro mago en más de 62 años. 
-¡¿62 años?!-. La sorpresa de Lindel era predecible. La verdad es que Vivian no aparentaba más de 25 años de edad, su piel tersa y blanca y los dos lunares alineados perfectamente bajo su ojo derecho, le daban una apariencia joven y fresca. 
-¿Sorprendido? Era de esperarse, las apariencias pueden engañar, no olvides eso. 
-Entonces… ¿Qué edad tienes?-. No pudo evitar preguntar, tenía mucha curiosidad. 
-Que grosero, esas cosas nunca se le preguntan a una mujer-.  Lindel apretó los labios y Vivian soltó una carcajada. 
-Descuida, solo estoy bromeando. Pero escucha Lindel-. Su rostro se volvió serio de repente.- Una de las razones por las que ya no hay más magos es debido a las maldiciones. 
-¿Maldiciones? 
-El poder que poseemos tiene consecuencias, no es completamente nuestro. Como todo, hay un precio que pagar. Esas son las maldiciones, y es diferente para cada uno. En mi caso…-. Miró sus manos antes de continuar.- Es la inmortalidad. He vivido mucho más tiempo del que querría y no importa lo que haga no puedo morir. Estoy condenada a vivir con esta apariencia por toda la eternidad. 
Lindel se quedó sin palabras ante la confesión. Pero reunió el coraje suficiente para preguntar algo más.- Entonces… ¿Cuál es mi maldición? 
-Lo averiguaremos con el tiempo, por ahora no te preocupes por eso-. Vivian acarició su cabeza con ternura.- Yo te enseñaré, a controlar tus poderes y muchas otras cosas más. 
El chico asintió con una sonrisa y con un abrazo ambos sellaron su pacto imaginario. 


Han pasado 10 años desde que Vivian salvó a Lindel de su muerte. Ahora tiene 22 años y se ha vuelto un hombre muy apuesto. Sus ojos azules y su cabello dorado le dan la apariencia de un príncipe.  Vivian no podía estar más feliz de ver el cómo ha crecido, aunque es más alto que ella y suele molestarla por eso. 
-Esto sabe bastante bien-. Dijo al probar la comida que Lindel había hecho. 
-Por supuesto que sabe bien. 
-Realmente mejoraste en esto-. Lindel no tuvo muchas opciones en realidad, dado que la comida que preparaba Vivian no era comestible, se vio obligado a aprender a cocinar. 
-Esta noche habrá luna llena, hay que salir-. Dijo Lindel emocionado. Las noches de luna llena eran sus favoritas, no siempre podían dar paseos nocturnos por evitar ser vistos por las personas. Vivian aceptó y esperaron a que la luna estuviera en su punto. 
Caminaban juntos por el bosque, tomados de la mano. Vivian decía que la magia natural más pura era la de la luz de luna y tenía razón. Pero no por eso le gustaban tanto a Lindel. Lo que más disfrutaba era ver a Vivian bajo su luz, su cabello plateado brillaba más que la luna misma y sus ojos, uno verde esmeralda y el otro violeta. Solía perderse en ellos. No recordaba el momento en que se había enamorado de ella. 
El frío viento otoñal los obligó a volver más pronto de lo que hubieran querido, las noches eran cada vez más frías pues el invierno se acercaba y con él, el fin. 
La mañana siguiente Lindel estaba en cama, no podía levantarse. Su maldición deterioraba su cuerpo con cada día que pasaba, desde que lo descubrieron la primera vez que tosió sangre, sabían que solo era cuestión de tiempo. 
-Te he traído esto-. Vivian entró a la habitación con un pequeño frasco. Lindel esbozó una sonrisa. Esto le traía recuerdos de la primera vez que se conocieron. Pero ahora era diferente, la poción no le haría ningún efecto, la maldición no lo permitiría. 
-Eso no funcionará. Ya no más-. Hizo un esfuerzo para tomar la mano de Vivian. 
Ella lo sabía, lo sabía bien. Ni la magia más poderosa podría detener una maldición. Las emociones fueron demasiado y las lágrimas corrieron por sus mejillas. 
-Vamos, no llores. Sabíamos que este momento llegaría-. Lindel acarició su mejilla en un intento de limpiar sus lágrimas. 
-Si… si pudiera darte mi inmortalidad-. Tenía un nudo en la garganta, sentía como si algo le estrujara el corazón.- No quiero perderte. Yo… te amo Lindel. 
Su mirada reflejó sorpresa. 
-Creí que jamás lo dirías. Ahora puedo irme sabiendo que soy correspondido. Gracias Vivian, de no ser por ti habría muerto y nunca hubiera conocido este hermoso sentimiento. 
La tomó del cuello con delicadeza y la acercó hacia él hasta juntar sus labios con los suyos en un tierno y apasionado, primer y último beso. 
-Tambien te amo-. Fueron sus últimas palabras antes de cerrar sus ojos para siempre.  
Ella se tomó su tiempo para llorar, aquel beso que en un inicio era dulce, ahora le sabia amargo. Por esta razón nunca había querido enamorarse, pero ahora estaba agradecida de haberlo hecho de alguien tan maravilloso. Ella seguiría viviendo hasta el fin de los tiempos, pero su corazón le pertenecería completamente a un solo hombre. Pues aun cuando la última hoja caiga, lo recordará por siempre. 
 




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