La calle Magnolia era un lugar próspero para vivir si estás en un lugar adecuado de la escala social, con buena ubicación, calles limpias, hermosos arreglos florales en cada esquina y grandes cristaleras con artículos de lujo que probablemente tenían varios ceros de más solo por el nombre de la marca delante.
En otras palabras, era una calle dominada por los comerciantes que se habían adaptado a los tiempos actuales.
Si soy sincera conmigo misma, esperaba que más pronto que tarde mi nombre estuviera escrito bajo el flamante logo de mi marca promocionando el último producto que había lanzado al mercado.
—¿En qué piensas tanto, Hilda?
La voz de mi prima me sacó de mis pensamientos, pero rápidamente sonreí y miré los negocios que llenaban las cuadras de la primera avenida que atravesamos en el carruaje.
—Solo pensé por un momento que a mis padres les hubiera encantado verme lograr algo grande aquí, en la capital.
Tanya me miró con cierta lástima, de esa que aunque no es malintencionada llega a incomodar más que los malos comentarios, pero rápidamente me eché a reír y le quité importancia al tema.
No me gustaba que me dieran un trato de víctima por haber perdido a mis padres, estoy bastante segura de que a ellos no les gustaría que me justificara en su partida para hacer el mínimo esfuerzo.
Mi prima suspiró con preocupación, tal vez notando que me sentía incómoda.
Me acarició la mano con cariño antes de hablar, cómo la mayor de las dos, siempre había tratado de ser la más madura.
—No tienes que lograr nada grande para vivir cómodamente, mis padres y yo no te vamos a dejar sola.—mi prima me apartó el cabello de la cara con dulzura.—Mientras tanto invierte tu tiempo en conocer la capital, sal a divertirte, haz amigas y acompañame a muchas aburridas citas dobles organizadas por mamá. Tal vez tengas más suerte que yo.
Se echó a reír y me guiñó un ojo después de decirme eso, pero me limité a darle una sonrisa incómoda sin decirle mucho más.
No es que me desagraden las citas y salir con personas diferentes, pero realmente me preocupaba si la capital de un imperio podía ser más cerrada que un pequeño pueblo de pescadores en la frontera oeste.
Mi papá siempre quiso que hiciera nuestro pequeño proyecto realidad , pero a veces chocaba a la idea de que no había expectativas para mí en primer lugar más allá del matrimonio.
Mientras Tanya parloteaba por todo el camino, apreté con fuerza mi bolsa llena de granos de café molidos que por lo bien empaquetados que estaban, su aroma se encontraba tan bien contenido como mis deseos de gritar que estaban locos si pensaban que podía ser persuadida de trabajar duro por este sueño.
*****
—
¡Dios mío Hilda, no sabes lo contento que estoy de verte!—dijo mi tío Norman mientras me cargaba como a una niña y me dejaba en el suelo.
Bueno, para él, era como una niña.
Mi tío fácilmente superaba el metro ochenta e incluso Tanya y mi tía Augusta debían medir más de un metro setenta sin hacer uso de plataformas, pero yo necesitaba zapatos de tacón para superar el metro sesenta.
—Deberías haber venido desde hace mucho tiempo, anda, que tienes que instalarte—dijo mi tía Augusta—Deja que las criadas recojan tus maletas, Tanya, ocúpate del té, que tienes que practicar para cuando nos reunamos con tus futuros suegros.
Tanya puso los ojos en blanco pero luego me miró con complicidad antes de entrar detrás de la criada que cargaba mis maletas.
Deje que se llevara todo menos mi bolso de mano, de la que prefería no despegarme.
—Vamos cariño, tu tía y yo te vamos a enseñar la casa.—dijo mi tío mientras me animaba a entrar.—Tanya quiere mostrarte ella misma las habitaciones, pero no dijo nada del primer piso.
—No te sientas incómoda de preguntar nada.—agregó mi tía mientras me agarraba del brazo.
Traté de decir que iría directo a la habitación, porque aunque apreciaba su hospitalidad, el lujo de la casa de mis tíos me asfixiaba.
Mi tío supo aprovechar de primera mano la llegada de la industrialización e invirtió grandes cantidades en la industria ferroviaria.
Si todo iba bien, era probable que le dieran el título de barón en unos años, y esa abundancia la había sabido plasmar.
No era tan grande como la de las familias nobles ancestrales que hay en la capital y esparcidas por las provincias, pero tenía tres pisos, un extenso jardín lleno de decoraciones ostentosas, muros de mármol rosa y no hubo reparos en hacer uso de la más exquisita caoba para el piso.
Yo no estaba acostumbrada a este estilo de vida, aunque en casa no estábamos mal antes de que muriera papá, tampoco teníamos más de lo necesario.
Incluso cuando nos sentamos en su sala de estar, me sentí más pequeña de lo que era por sus cojines de terciopelo, el mantel con hilos de plata y hasta la porcelana fina con la que mi prima servía el té negro.
Miré mi falda un poco vieja y descolorida, los guantes estaban un poco deshilados por el uso diario e incluso me toqué sin darme cuenta el cabello recogido en un moño torpe mientras me comparaba con Tanya frente a mí.
Y lo acepto, me sentí avergonzado y consciente de algo que nunca me había importado antes.
Tanya era una mujer hermosa, de piel oliva, cabello lacio y rojo intenso, ojos oscuros, labios finos, alta y esbelta como un cisne.
Vestida de un rojo suave con encajes blancos y un recogido sencillo, si me dijeran que era una princesa de un país extranjero me lo hubiera creído sin pestañar.
Yo no era tan llamativa si me preguntaban mi, compartíamos el mismo color de piel exótico en el imperio, pero mi cabello ondulado era más cercano al castaño que al dorado, mis labios no eran finos, pero tampoco eran precisamente grandes.
Si de algo podía estar orgullosa era de mis ojos de un café muy claro, muy cercano a la miel, que sinceramente, era mi rasgo más llamativo.
Alejé esos pensamientos de mi cabeza rápidamente, siendo consciente de que esos pensamientos no eran precisamente buenos.