Capítulo 7—Golpes de un corazón doliente.
Algunas personas se quejan por no tener nada especial. Por no poseer algo material que ellos creen que vale mucho, cuando en realidad todos tenemos algo preciado. Siempre está con nosotros. Lo tenemos a un lado. Está presente, pero algunos decidimos simplemente mirarlo como un algo más. Algo que creemos que siempre estará ahí. Algo que creemos que nunca perderemos. Que podremos tomar cuando queramos.
Ese algo es el tiempo.
Todos lo tenemos. Ahora mismo yo tengo tiempo, tú lo tienes, y seguro que tu vecino, amiga, amigo, novio, novia… lo tienen. Entonces, ¿por qué no aprovecharlo? ¿Por qué desperdiciarlo quejándose, lamentándose y odiando?
El tiempo es el regalo más preciado que alguna vez nos pudieron dar. Lo malo es que es tan efímero que si no lo aprovechamos nunca más podremos usarlo de nuevo.
Me alegro haber pasado mi tiempo con él.
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Cuando lo miré pensé que estaba alucinando, algo tonto, lo sé. Mi mente no podía aceptar lo que mis ojos veían.
Trist no estaba enfermo. No le había dado la gripe, mucho menos algún virus, de otro modo no hubiese estado ahí. Lo que Trist tenía era un rostro lleno de morados, hinchado y con cortadas que todavía no sanaban. No podía ver la piel debajo de su sudadera, pero por la manera en la que se encorvaba pude deducir que le habían golpeado el torso con fuerza.
Lo primero que se vino a mi mente es que vivía con una familia abusadora. Tal vez que su padre o madre lo golpeaba. No podía pensar en otro cosa más que esa.
No me moví por un instante debido a la sorpresa, pero cuando me recompuse fui inmediatamente con él.
—Ey…—toqué su brazo con delicadeza.
Él alejó su brazo con brusquedad, dejándome sorprendida.
—No, Allegra— murmuró con tono duro.
No sabía por qué se comportaba de esa manera conmigo, yo solo quería ayudar.
—Solo quiero ayudar— le respondí en voz baja, sin tocarlo. No quería incomodarlo.
—No necesito tu ayuda— espetó sin mirarme.
—Trist estás golpeado, quiero ayudarte.
Negó y se alejó de mí.
—Ya te lo he dicho muchas veces, Allegra, no quiero tu ayuda. No la necesito. No sé qué tengo que decirte para que lo entiendas— dijo con dureza, ahora con sus ojos color café mirándome directamente.
Su tono se sintió como un golpe, pues nadie me había hablado de esa manera cuando ofrecía mi ayuda. No entendía por qué era tan difícil para él dejarme acercarme. No quería hacerle daño, no tenía malas intenciones, y pensaba que para ese punto él ya lo sabría. En parte eso me hizo sentir irritada, pero entendí que la única forma de acercarme a él sin que se pusiera a la defensiva era poco a poco.
Claro que eso no fue lo que hice.
Apreté mis labios en una fina línea. Sabía que él no aceptaría mi ayuda. En eso no.
Algo que Trist no sabía de mí en aquel entonces es que era muy terca, siempre conseguía lo que quería, y que las personas no se podían deshacer de mí tan fácil.
Ideé un plan rápido en mi mente y lo llevé a cabo.
—De acuerdo— di pasos atrás—. Está bien.
Él asintió, un poco sorprendido, y se dio la vuelta.
No lo seguí, en su lugar fui a pagar a una caja diferente a la que él estaba y esperé a que saliera de la tienda. Cuando lo hizo salí de ahí y justo cuando él se subió a un coche gris yo corrí para subirme al lado del copiloto. Así, sin más.
Cerré la puerta rápidamente y me giré a él con una sonrisa.
—¡¿Pero qué carajos haces?!
—Te dije que quería ayudarte— me encogí de hombros, tratando de no lucir afectada por mirar su rostro lleno de moretones.
—Y yo te dije que no necesitaba tu ayuda— estaba muy molesto. Bien, demasiado molesto.
—Tú lo que no quieres es que te vea de esta manera. En realidad, no te molesta mi ayuda o mi presencia, ¿cierto? —alcé una ceja.
Llegué a esa estúpida conclusión en menos de un segundo. Y me arrepentí de haber abierto la boca.
Frunció el ceño y apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Cuando pasaron los minutos y él siguió sin hablar, un sentimiento de culpa se asentó sobre mis hombros. No debí de haber hecho eso. No debí de haberme metido en su vida y privacidad. Debí de haberme ido, como él dijo, y ahorrarle ese momento de incomodidad. Además, ¿qué tal si su padre sí lo golpeaba? No quería que él se sintiese forzado a contarme y que se sintiera mal.
Mi problema era que no sabía cuándo parar. Cuando detenerme. En mi mente no entendía que una persona sí que puede seguir adelante sin mi ayuda, o la de alguien más. No entendía nada de eso, y por más que me esforzaba por hacerlo no podía. Para mí era algo muy natural aceptar la ayuda de quien me la ofrecía, fue por esa misma razón que no me alejé como Trist me lo pidió; pensaba que, a la larga, él la aceptaría.
En ese momento me di cuenta que, en lugar de ayudarlo como era mi intención, lo único que estaba haciendo era incomodarlo y causarle un mal rato. No quería eso.
Editado: 28.11.2022