Capítulo 8–Paisaje de paz y palabras de corazón.
Lo esperé sentada en el sofá, preguntándome por qué carajos nos habíamos peleado. Fue una tontería. El problema fue que Trist explotaba muy rápido, y yo no sabía cuándo detenerme.
Éramos opuestos, aún sin conocerlo del todo lo sabía. Esa era razón suficiente para irme y no hablarle más, pero había algo en él que me impedía hacerlo.
Todo él me llenaba de curiosidad.
Nunca había sufrido en mi vida. Claro, esta no era perfecta; mis padres peleaban de vez en cuando, mi hermana y yo discutíamos, la familia solía dejarse de hablar algunos días por una disputa, pero nada más allá de eso. En ese entonces, todo era perfecto. No me había pasado nada que causara que viera la vida de otro sentido.
Y yo sabía que él sí.
Sabía que Trist había sufrido mucho; su mirada lo delataba. Y me pregunté qué clase de cosa pudo haber pasado como para que esa tristeza atormentara el bonito color de sus ojos. Y no solo la tristeza, sino también la furia e ira que dominaba cualquier otra emoción dentro de él.
Trist me daba curiosidad. Lo peor: quería ayudarlo. Salvarlo.
Mi madre siempre dijo que yo era una niña incapaz de ver una injusticia y quedarse de brazos cruzados. Dijo que yo siempre tuve ese instinto de proteger y salvar a las personas. En ese entonces yo creía que era algo bueno, no me veía a mí misma dejando a alguien solo sufriendo. Después aprendí que, a veces, no podía evitar el dolor de las personas.
Aprendí que, por más que quisiera hacerlo, no podía interferir con los planes que la vida tenía para esas personas.
Mi madre siempre aplaudió mi empatía y la simpleza con la que ayudaba a la gente, pero eso era algo que también le preocupaba de mí. Dijo que yo tenía tanta empatía, que sufría junto con esa persona, y me permitía marchitarme junto con ellos.
Tal vez solo debí de dejarlo en su dolor. Pero esa no era la Allegra que vivía en mí. No podía dejarlo; por más desconocido que sea, por más gruñón y grosero, decidí que no me iría. Y fue ahí donde predicó el error.
O tal vez no lo fue. Tal vez no fue un error. Tal vez todo aquello hubiese pasado de igual manera si hubiera decidido irme la primera vez que tuve la oportunidad de hacerlo.
Algo que también aprendí fue que cuando algo está escrito, no hay fuerza ni poder en el mundo que pueda cambiarlo o evitarlo.
Cuando Trist se plantó frente a mí, con su rostro serio y su mandíbula tensa, esperando a que lo siguiera, me levanté y lo miré a los ojos. Ya estaba más tranquila.
—No me iré— dije firme.
Él lució sorprendido e irritado.
Sí, podía ser un grano en el culo cuando me lo proponía.
—Es mi casa, si te digo que te vayas lo haces.
Negué.
—No hoy— aseguré—. Ahora mismo quiero que hablemos.
Él suspiró.
—¿Eres la menor de tu familia, o qué?
Fruncí el ceño.
—¿Qué tiene que ver eso?
—Que eres una chiflada, normalmente los menores son así— por sus ojos pasó una emoción diferente a la tristeza. Fue efímera, pero la vi.
Melancolía.
Ignoré mi descubrimiento y abrí la boca, ofendida.
—Yo no soy chiflada— chillé.
Él rodó los ojos.
—Apuesto a que siempre consigues lo que quieres. Y, si no es así, haces un berrinche, ¿verdad?
Tenía razón en la parte de que siempre solía conseguir lo que quería, pero no se lo hice saber.
—Estás equivocado— él alzó una ceja—. No me mires así, no soy chiflada. Tengo una hermana menor y…
—¿Ella es más madura que tú? —se burló.
Me di cuenta de que él quería hacerme explotar. Trist sabía que, si me hacía explotar, tendría una excusa para echarme de su casa y yo cedería con tal de no pelear. No le iba a dar el gusto.
Me puse seria y lo miré con disculpa.
—Lo siento, Trist. No debí de haber dicho eso, así como tampoco debí de invadir tu privacidad. Entiendo que seas una persona reservada y no hables de nada con nadie, y no lo respeté. Lo siento por eso— confesé, él me miró entre sorprendido e incómodo—. Pero… entiéndeme un poco, ¿sí? Te encontré golpeado dentro de un casillero, te encontré nuevamente golpeado en la fiesta, y te encontré otra vez golpeado hoy. Pareces un saco de boxeo a este punto, no sé cómo una persona puede aguantar tantos golpes, de verdad. Es algo muy interesante, si me lo preguntas. Pero bueno, ese no es el punto. Lo que quiero decir es que me preocupo…
—¿Por qué? —me interrumpió—. ¿Por qué te preocupas?
Mordí mi labio.
—Así soy yo, Trist. Me preocupo por la gente así no la conozca. Y las ayudaría sin dudarlo, así no me den nada a cambio, o luego me den una puñalada por la espalda. Así soy yo— me encogí de hombros—. Y quiero ayudarte, pero entiendo que a veces hay gente que no quiere ser ayudada… por más que me cueste ignorar tu sufrimiento físico y emocional, me iré si así lo deseas. Espera, aún no digas nada. No quiero que pienses que eres un acto de caridad o que quiero repararte, solo quiero ser tu amiga y… no sé, ser una clase de apoyo moral.
Editado: 28.11.2022