Capítulo 9—Beso con sabor a alegría.
Las miradas se hicieron presentes desde que entré en el edificio. Ya llevaban de esa manera varias semanas, y yo ya me empezaba a cansar. Al principio era fácil ignorarlas, puesto que todo se resumía a eso: miradas. Pero después los murmullos acompañaron a los pares de ojos.
Mientras caminaba podía escuchar las palabras «zorra» «fácil» y «puta».
Yo no hice nada de lo que se rumoreaba, pero, joder, no podía creer que llamaran de esa manera a las mujeres simplemente por disfrutar de su sexualidad. A los hombres siempre se les felicitaba por follar, mientras que a las mujeres nos insultaban y juzgaban.
Traté de guardar la calma, no quería hacer un escándalo. Lo mejor era ignorarlos. No me iba a poner a pelear por algo tan estúpido como eso. ¿Querían llamarme zorra? ¿Pensaban que había follado con muchos chicos? Que lo hicieran. Por mí todos se podían ir a la mierda. Sabía lo que valía, y sabía que no lo había hecho, era lo único que importaba.
Caminé con la barbilla en alto e ignorando las miradas curiosas de las personas; cuando llegué a mi casillero saludé a Ross, mi mejor amiga. Nunca fui una chica de amigos cercanos, normalmente me juntaba con muchas personas, platicaba e iba de fiesta con ellos, pero nunca tuve a alguien con quien compartir mis secretos, hasta que llegó Ross.
Ella me abrazó en cuanto llegué a su lado.
—No sabía de los rumores, Alle, lo siento— dijo y se veía apenada—. No pude hablar con nadie, ya sabes, mi abuela necesitaba toda mi atención. Me enteré en cuanto llegué.
Le sonreí.
—No te preocupes, Ross. No podías estar pegada al teléfono mientras cuidabas de ella. ¿Cómo está? —pregunté preocupada.
Ross suspiró, pude ver tristeza en sus ojos.
—Mal. Dicen que le queda poco— sonrió triste—. Lo acepté, ¿sabes? Entiendo que tenga que pasar, y no sabes cuánto me alegro de haber estado con ella este último mes, pero es difícil.
La abracé cuando sus ojos se humedecieron.
—No sabes cuánto lo siento, Ross— acaricié su espalda con suavidad—. Ella es tan fuerte, a pesar de todo siempre tiene una bella sonrisa en su rostro. Y tú también lo eres. Estarás bien.
Ella asintió contra mi hombro y se alejó, limpiando una lágrima que cayó por su mejilla.
—No quería ponerme así— rio—. Se supone que deberíamos de estar planeando lo que haríamos el fin de semana. Hace un mes que no nos veíamos.
Negué.
—No es necesario. No tienes por qué hacerlo si no te sientes bien.
—Quiero hacerlo. No me quedaré en cama llorando todo el día. Ella no querría eso para mí.
Reí.
—Ella querría que salieras de fiesta, te besaras con chicos y…
—Y tomara una botella de vodka por ella— ambas reímos—. Dios, esa mujer está loca— murmuró con una sonrisa, sus ojos reflejando el amor que tenía por ella.
La abuela de Ross era la mujer más amable, divertida e intrépida que alguna vez haya conocido. Era de ese tipo de persona que te contagiaba de su felicidad, no importa cuán enojado o triste estuvieras. Fui muy afortunada de conocerla.
Le sonreí.
—Todo estará bien.
Ella asintió.
—Lo sé— me devolvió la sonrisa—. Cambiando de tema, ¿qué carajos pasó?
Suspiré y rodé los ojos.
—No sé quién comenzó el rumor de que me había acostado con Liam— caminé a mi casillero y lo abrí—. Y después también dijeron que le había chupado la polla a Dylan y me había acostado con casi todos los del equipo.
Ross frunció el ceño.
—¿Por qué dirían una cosa así?
Me encogí de hombros y cerré la puerta de mi casillero cuando saqué mis libros.
—No tengo idea, pero ya me estoy cansando.
—¿Y Liam? ¿Dylan?
—Dylan es un imbécil, él está más que feliz de que todos piensen que el hice un oral. Y Liam simplemente no dijo nada. Cuando hablé con él me dijo que no le importaba que dijeran esas cosas de él.
Ross se molestó y su ceño se frunció más.
—Claro que no le molesta, nadie lo juzga o lo insulta por follar con alguien, a ti sí. Es tan injusto— murmuró lo último.
Asentí.
—Sí, pero lamentablemente no puedo hacer nada más que ignorarlos.
—¿Ignorarlos? Eso idiotas merecen una patada en los hue…
—Y el karma se las dará— la interrumpí con una risa—, créeme.
Ross no se vio satisfecha con mi respuesta, pero no dijo nada más. Así era ella: impulsiva. Quería hacer de todo sin antes pensarlo, como por ejemplo darle una patada en la entrepierna a esos chicos, lo cual no me molestaba, pero sabía que nos meteríamos en problemas.
—Vamos a clase, anda— la tomé del brazo y juntas caminamos al salón.
Editado: 28.11.2022