Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 10

Capítulo 10—Tardes frías con compañías cálidas.

Estaba acostada con mi computadora sobre mis piernas cuando el sonido del timbre llegó a mis oídos. Fruncí el ceño. Nunca nadie nos visitaba; la familia solía juntarse en casa de mi tío, los amigos de mis padres no iban sin antes llamar, Ross me acababa de decir que iba a dormirse un rato y Elliot entraba sin tocar, como de costumbre.

¿Quién podría ser? Me pregunté al bajar las escaleras, no sin antes aventarle una almohada a mi hermana por haber fingido no escuchar el timbre. Cuando abrí la puerta no pude esconder mi expresión de sorpresa al encontrarme con Trist ahí, en la entrada de mi casa, luciendo tímido.

De alguna forma, con esa camisa de manga larga, con sus jeans, su cabello revuelto y su expresión tímida, me pareció adorablemente atractivo.

—Hola— saludó.

Sonreí.

—Hola, pasa— me hice a un lado, pero él no entró, en cambio, arqueó una ceja.

—¿No me preguntarás por qué estoy aquí?

—Claro, pero primero pasa. No te dejaré ahí fuera con el frío que hace— hice un ademán con la cabeza para que pasara, y así lo hizo.

Entró al lugar con incomodidad, mirando su entorno con cautela. Era como si no quisiera moverse o hacer mucho ruido para que nadie supiera que estaba ahí.

—¿Qué haces aquí?

Él me miró y se quitó la mochila de los hombros. Ni siquiera había notado que la llevaba. Sacó unos papeles de ahí y me los entregó.

—Los apuntes de ayer.

Lo miré sorprendida. Sinceramente no pensé que en realidad fuera a traerme los apuntes. Y tampoco me hubiese molestado si no lo hubiera hecho, lo conocía un poco y sabía que ese no era su estilo. Los tomé, sin dejar de mirarlo.

—Gracias, Trist, de verdad— le sonreí agradecida.

Él se encogió de hombros y pasó sus dedos por su cabello, despeinándolo un poco más.

—No fue nada— respondió con indiferencia.

Pese a su tono, sonreí más.

Caminé a una mesita y dejé los papeles ahí.

—¿Cómo los conseguiste? —le pregunté caminando a la cocina, con una seña le indiqué que me siguiera.

Trist caminó con duda.

—Solo hice que Isaac se los pidiera a un chico de ahí— se encogió de hombros.

Lo miré divertida.

—Te aprovechas de su amistad— bromeé.

Bufó y rodó los ojos.

—Si alguno de los dos se aprovecha de la amistad del otro es él. Soy yo el que tiene que ir a su casa a altas horas de la noche para dejarle condones cuando quiere follar y no tiene— rodó los ojos irritado.

Reí alto y él me miró fijamente, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Eso es… tienen una amistad extraña— negué aun riendo, abriendo un gabinete.

—Ya, lo sé— se detuvo a mi lado—. Aunque no me quejo, él también hace cosas por mí que no cualquiera haría.

Lo miré curiosa, tomando el chocolate en polvo.

—¿Como qué?

—Como ir hasta la ciudad para traerme dulces que solo ahí se consiguen— sonrió.

—¿Qué dulces son esos? —ladeé la cabeza.

—Unos ácidos que saben muy bien— dijo, pero no pude saber de cuáles hablaba, por lo que sacó su teléfono y me enseñó una foto.

—¡Oh, esos saben deliciosos! —exclamé mirando la pantalla.

Él se alejó, asintiendo.

—Lo sé— hizo una mueca—. Ya no tengo, tendré que decirle a Isaac que compre más.

Pensé en que tal vez podría comprárselos yo, pero muy pocas veces iba a la ciudad, por lo que se me hacía casi imposible conseguirlos.

—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad al mirarme calentar leche.

—Chocolate caliente— dije, mirando cómo la leche comenzaba a hervir—. Solo… no se me da eso de la cocina, te advierto. No esperes mucho.

Él frunció el ceño.

—¿Quieres que me quede?

Asentí, mirándolo con una sonrisa.

—Claro. ¿por qué no querría?

Trist solo se encogió de hombros.

Minutos después comencé a preparar el chocolate. Trist se ofreció a ayudarme al verme batallar con las cantidades, pero no lo dejé. Quería hacer el chocolate y demostrarme a mí misma que podía hacerlo.

Mientras vertía azúcar, ambos platicábamos tranquilamente sobre la escuela, una noticia que salió aquella mañana, las tareas, entre otras cosas. Pude notar que Trist se sentía más cómodo conforme pasaba el tiempo, y comprendí que él era el tipo de persona que le incomodaba estar en lugares nuevos.

Minutos después el chocolate estuvo listo, y con una sonrisa triunfante lo serví en dos tazas y le entregué una a Trist, quien se encontraba sentado en una silla alta frente a la barra.




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