A veces me quejo con que la suerte no está conmigo, otras veces, en cambio, lo compruebo.
Aún no puedo creer cómo es que hay personas que les guste hacer todo esto solo por ridículas órdenes.
He tenido que aguantar dos días más donde todos, de alguna forma, aparecían cuando me encontraba en soledad nada más que para reírse en mi cara.
Y a pesar de que sé por qué lo hacen... sigue causando mucho en mí.
"Tonta, June. Vuelve a prescolar"
Sus burlas aún resuenan en mi interior y... vamos, siempre lograron hacerme sentir patética, sobre todo por las ganas de llorar que solía atravesar en mi garganta.
El tercer día de burlas no lo aguanté más y tuve que huir en busca de ayuda. No, no de esa manera, solo busqué refugiarme bajo la mirada de alguno de mis amigos.
Nunca más me permití estar sola, éramos Clau y yo, o Natele, o Zachar o hasta Omar. Solo quería pasar toda la mañana al lado de alguien para que no pudieran llegar personas con tantas palabras hirientes a mí.
Al parecer lo único que tenía que hacer para que eso no pasase era esconderme en la sombra de alguien, justo como siempre lo había hecho.
Así que, cuando no estaba en mi escondite, buscaba como una endemoniada el lado de uno de mis amigo. Así fue el resto de la semana.
Siempre me ha gustado tener un poco de espacio, algo para mí en los días de clase. Pero todo indica que eso no ocurrirá este año.
Tampoco he querido decirle nada a nadie... ni siquiera a August. No lo sé... tal vez, solo no me atrevo a hablar de eso.
Hoy es lunes, nuevo inicio de semana. Día en que tendré que empezar con el club de música y... ver a Bradley Elliat de nuevo.
Jamás volvimos a cruzar palabras —tampoco es que lo habíamos hecho mucho, que digamos—, y su voz no volvió a aparecer en mi escondite, tal vez fue porque yo ya sabía de quién se trataba, o también solo porque no quería volver a acercarse a mí, quién sabe.
En fin, como siempre, ahora mismo estoy despidiéndome de mi hermano y bajando del auto a toda marcha, mientras busco con la mirada a alguno de mis amigos, a quien sea. August sigue su camino y lo único que puedo escuchar es al auto rechinar.
Mi corazón parece latir desbocado mientras mis ojos escudriñan con rapidez a la multitud de estudiantes, tengo que ser veloz antes que puedan notar mi soledad.
Cuando por fin puedo ver una cabellera marrona casi lloro de la alegría y voy corriendo hasta él.
—¡Omar! —bramo en cuanto llego a su lado, tratando que note mi presencia.
Omar Casquin, último año de preparatoria. Siempre he pensado que nos parecemos poco por nuestras completamente distintas formas de ser. Él siempre tiene algo por lo que reír, ama ser atrevido y sociable. Lo único que nos iguala un poco es nuestro promedio institucional. El suficiente para ser aceptados... buenos.
Ah, sí. Él también participa en el equipo de fútbol americano en el que Gibbson es capitán. Como corredor, sea lo que signifique eso.
—Casey, hola —me saluda con su típica sonrisa de oreja a oreja.
Está solo, bastante extraño en él ya que se la pasa rodeado ya sea de personas del equipo o hasta de nuestro grupo de amigos -ya que tenemos el mismo-.
—¿Has visto a Clau o... Natele?
—Las vi, estaban ambas caminando de un lado a otro mientras cotilleaban. Lo típico de ellas —niega con la cabeza—. Pero luego vi llegar a Zachar... y lo más probable es que hayan empezado a pelear entre los tres porque ninguno quiere estar solo pero nada más quieren ser dos. Los mismo que han echo estos últimos días.
Es verdad, ya que al parecer Natele y Zachar han empezado alguna clase de relación —que me sorprendió que no hubiera acabado el primer día—, son peleas constantes en las que Clau y Zachar pelean por tener la atención de Natele. Parece un poco frustrante por lo que Omar y yo solo nos disponemos a observar.
—En fin, ¿quieres mi muy demandada compañía? —alza las cejas en un pequeño gesto que me hace reír.
—Si tus fans locas no me quitan la cabeza en cuanto me vean a tu lado, creo que sí me vendría bien.
Siempre hacemos estas clases de bromas. A Omar le encanta pensar que tiene miles de fans gracias a tener un puesto en el equipo de fútbol y a mi me gusta hacérselo creer.
Empezamos nuestra caminata, él me pregunta qué clase tengo ahora y le respondo apenas. Estoy demasiado pendiente de las personas a mi alrededor, hay muchas mirándome y sé que no es por estar con Omar.
—¿Entraste a algún club? —decido alejar las inseguridades.
—No tengo tiempo para clubs, Casey —me recuerda—. Y gracias al cielo, son una tortura.
Por lo poco que sé, Omar estuvo en un club el primer año de preparatoria. Ajedrez, a pesar de que no sabía un pepino sobre el juego.
—¿Y tú?
—Lastimosamente para mí, sí lo hice. Música —no puedo evitar rodar los ojos—. No quería pero tenía que entrar a alguno, y eran ese o el de ajedrez.
—Jamás entres al club de ajedrez —negó él de inmediato—. Esos frikis están dementes.
Vuelvo a reír, no puedo evitarlo, Omar sabe sacarme sonrisas sin siquiera buscarlo.
—Bueno, Casey. Aquí tu clase. Fue un gusto hacerte compañía.
—Gracias, adiós.
Entro al aula sin esperar alguna despedida, siento demasiadas miradas sobre mí como para seguir aguantando un poco más en aquel lugar.
Pero me doy cuenta que tampoco quiero estar aquí.
De inmediato mi vista cae en la cabellera roja, casi zanahoria, al final del salón. Quedo fría en mi posición en cuanto mis ojos ven a Madeline, nada más y nada menos que sobre el regazo de Bradley Elliat. Ellos. Solos en el salón. Con sus rostros demasiado juntos.
Demonios, demonios, demonios. ¡Demonios!
Claro que en el momento en que escuchan mis pasos los dos levantan la vista hasta mí, provocando demasiada incomodidad repentina y las ganas de huir alojarse, pero mis piernas ahora no quieren moverse.