Cuando las palabras ya no dejen heridas

Capítulo 25

Incredulidad pura, extrema e innegable. Pero es que... ¿por qué?

Mi mano cae en la manilla del auto, pero no la muevo, solo la observo con los nervios a mil.

—Creo que bajar sería lo más normal… —empieza August, pero no dice más.

—¿Verdad? —la pregunta sale casi en un susurro, sigo sin moverme. No quiero.

Escucho un suspiro por parte de mi hermano, quien no tarda en volver a hablar:

—Hermana, entiendo. Ayer le hablaste súper mal a mamá, pero…

—No estás ayudando.

—…cuando hablé con ella, porque yo sí que estaba furioso —lo observo de reojo, y él busca las palabras—. Me dio a entender que no le molestaba. Que, en cierto modo, te entendía. Así que no, June. Mamá no está enfadada contigo.

Guardo silencio, aún con mi mano en la manilla de la puerta pensando en qué hacer.

—Pero yo sí lo estoy conmigo —termino de dar media vuelta a August, ahora lo observo de frente—. Le dije todo eso cuando ella vino para estar con nosotros que… Dios, soy una hija horrible.

Él hace una mueca, pero no sé bien a qué se debe.

—Sí, bueno… ella no lo piensa así —admite—. Y yo tampoco.

En cuanto termina de hablar siento como si me hubiera quitado un enorme peso de encima que ni siquiera sabía que tenía.

—Vamos, baja. No te dejaré sola en mi auto.

Ruedo los ojos. Busco de nuevo la manija del auto y la muevo para abrir la puerta. Tan rápido como mis pies tocan el suelo aparece la figura de August a mi lado.

Tomo otra porción de aire, ahora un dos por ciento más preparada para lo que pasará a continuación. Mi mente no deja de mostrar imágenes mías al final de la conversación que me espera, y en todas termino con lágrimas en los ojos, ya sea por felicidad o tristeza.

August ni siquiera se digna a esperarme cuando camina a la entrada de la casa, no le digo nada ya que tampoco creía que hiciera algo como tal. Pero sí me apresuro a llegar a la puerta ya que me está esperando con esta abierta, y no parece tener cara de buenos amigos.

Al principio creo que estoy preparada, pero cuando mis pies pisan la familiar madera del suelo siento el terror volver a mí.

¿Y si de verdad está furiosa y no quiere hablarme?

¿Y si me recrimina lo malagradecida hija que soy?

¿Y si…?

—¡Buenas tardes, mis cielos!

Mis pensamientos quedan en blanco en el momento en que visualizo la mesa cerca de la cocina, llena de comida. Hay un pastel de durazno en una esquina y pollo asado en otra, una bebida color rosa que puedo adivinar es de fresa y tres platos con sus respectivos cubiertos al frente de tres sillas.

Mamá camina hasta nosotros, una sonrisa en su rostro es todo lo que veo en el momento en que nos encierra a August y a mí en un abrazo.

¿De verdad esto está pasando?

—¿Y esto…? —empiezo a preguntar, pero mamá se apresura.

—August me dijo que sus cenas no eran las más encantadoras, así que me pasé toda la tarde cocinando algo para recordarles lo que era comer bien. —en su voz hay demasiada calma, demasiada felicidad.

¿Entonces realmente no está molesta?

No me atrevo a preguntarlo, no cuando parece estar tan feliz. Siento una gran mano empujarme por la espalda y a August aparecer después. Ambos caminamos a la mesa, mi hermano parece tan sorprendido como yo, lo que me hace pensar que no estaba en casa antes de ir a buscarme.

Tomamos asiento, en cuanto mamá desaparece en la cocina me dirijo a mi hermano, que está observando los platos con un silencio increíble.

—¿Y esto? —susurro, tratando de que mamá no pueda escuchar.

Él abre la boca, pero no tiene tiempo de responder porque ella aparece justo en este momento, logrando que August devuelva la vista a su plato.

¿Por qué parece tan…?

—Bueno, mis niños, aquí está —en la mesa, deja la comida con bastante cuidado.

Me quedo algo sorprendida por lo que es, hasta me tomo un momento en recordar desde cuándo no había comido algo tan saludable dentro de estas cuatro paredes.

August es el primero de los dos en llevar su mano a la cuchara y probar. Cierra los ojos cuando la comida entra en su boca, como si disfrutara del deleite de lo que tiene en frente.

—Está riquísimo, mamá.

Yo también me digno a probar, y puedo darle la razón en cuanto la comida llega a mi sistema gustativo. Es una mezcla entre dulce y salado que le da un toque divino.

—Vamos, ha pasado tanto desde que concuerdo con August en una cosa. —comento mientras me sirvo otro bocado.

Escucho la pequeña risa de mamá a pocos metros de nosotros, no se ha sentado en la mesa. Por el rabillo del ojo la veo buscar algo en la nevera.

No tarda en volver, ahora con vasos con hielo en ellos, sirve el jugo rosado y nos lo entrega, poniéndolos frente a cada uno. Gestiono un pequeño "gracias" al ver cómo pone el mío y ella me sonríe.

Sigo sin creer que de verdad me está sonriendo tan amena.

Mamá se sienta en la silla faltante y también empieza a comer, así pasamos varios minutos en silencio hasta que es August quien rompe el récord.

—Ehm… bueno, familia… —parece dubitativo al decir la última palabra—. Tengo una noticia que darles.

Mamá alza la vista, esperando por sus palabras mientras que yo solo como.

¿Desde cuándo no como un plato entero de algo?

—He conseguido trabajo.

Y es ahí cuando se me revuelve el estómago.

—¿Cómo? —es lo primero que sale de mí, aún con algo de comida en mi boca. Mamá no dice nada, solo lo observa… con una expresión que no puedo descifrar.

—Pues sí. A partir del lunes empezaré en Benny Shops. —sonríe, parece orgulloso de esto.

—¿El lugar de los batidos?

—Sep.

—¿El mismo lugar donde trabaja la chica que tanto te gusta?

Él abre la boca, observa a mamá de reojo y luego devuelve su vista a mí.

—¿Chica? No lo sé, June. Estaba muy pendiente de ser aceptado en algún trabajo como para estar al tanto de quienes estaban en él.




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