No puedo tener la culpa de todo, ¿no es así?
¿...verdad?
No puedo creer que en verdad he aceptado.
No aceptaste, Clau te ha tendido una emboscada con mamá.
Trato de no hacer alguna tonta expresión que pueda delatarme en cuanto lo recuerdo. Ayer Clau llamó a mamá cuando me colgó y le pidió permiso para salir —obvio que solo fue una ridícula excusa para obligarme a ir—, y mamá, claro, aceptó encantada.
Así que aquí estoy, en el centro comercial con Clau... y Natele quien parece igual de emocionada que yo por estar aquí.
—Sigo sin ver el punto de todo esto —se queja Nat en un susurro, Clau está en los vestidores probandose casi toda la tienda —, ¿se supone que somos la clase de chicas de salen de compras?, ¡pero si jamás lo hemos hecho!
—¡Te estoy escuchando, Nutella! —chilla Clau aún desde el probador.
Natele hace una mueca al escuchar su nombre mal dicho, pero no comenta nada.
Pues tiene razón, no somos la clase de chicas que salen de compras cada fin de semana, en realidad preferimos hacer pijamadas mientras vemos películas de terror, o qué se yo.
—Y, para responder tu duda —vuelve a hablar Clau, ahora saliendo del probador con un vestido plateado ceñido—, a veces hay que salir de nuestra zona de confort.
—Eso no responde nada —vuelve a quejarse.
—June, ¿cómo me queda? —se dirige a mí, ignorando a la chica a mi lado.
—De maravilla —me sincero—. Pero..., ¿es lo que llevarás a la fiesta?
—¿Qué tiene de malo?
—¿Además de todo? —esta ha sido Natele.
Clau suspira y da media vuelta para verse en el espejo. El vestido le llega mucho más arriba de las rodillas y tiene un escote súper pronunciado que..., bueno, no deja mucho a la imaginación.
No creo que quiera ir así a una fiesta de adolescentes hormonales.
—Dios, parece que tienen ochenta años, qué exageradas —dice sin quitar la vista del espejo—. Yo lo veo de maravilla.
Natele me observa de reojo y yo solo puedo hundirme de hombros, pero no decimos nada más.
—Bien, ¡ahora ustedes!
En cuanto empiezo a negar, la risa de la chica a mi lado se hace más fuerte.
—Clau, no voy a hacer eso. —la señala
—¿Qué cosa? —brama ella, a la defensiva.
—No voy a fingir que estoy de acuerdo con esta salida solo para no hacerte sentir mal. Mucho menos dejar que me pongas todo lo que se te cruce. Ni siquiera iré a la tonta fiesta.
—Oh, ya lo creo que irás. —Clau se cruza de brazos.
—¿Tú me obligarás?
—Y Zach.
Esas dos palabras son suficientes para que a Natele parezca palidecer.
—Él no siquiera irá a la estúpida fiesta.
—¿Segura?
—A-además, si así fuera, igual no podría obligarme a asistir.
—Ajammm. —Clau no parece prestarle mucha atención a sus excusas ya que se observa en el espejo de nuevo—. Vas a ir, amiga. Me encargaré de eso.
Natele parece querer protestar, pero para mi sorpresa, no lo hace.
Yo niego con la cabeza un poco y saco mi celular. En cuanto lo desbloqueo siento un pequeño escalofrío al darme cuenta que está abierto el chat de Bradley.
Cierto que no le he reprochado a Clau al respecto.
Pienso en hacerlo justo cuando llega un mensaje. De él, de Bradley.
Sí, bien. Anoche no pude hacer más que contestarle. No iba a ignorar el mensaje, por más que hubiera querido.
La realidad es que sí quería hablar con él.
Bradley Elliat:
¿Entonces irás?
Me muerdo el labio inferior mientras leo el mensaje y pienso en una respuesta. Estamos hablando del partido de mañana, al cual aún no sé si quiera aparecer.
Llevo mis pulgares al teclado, lista para dar una patética respuesta, pero un chillido a mi lado me detiene.
—¡Sabía que había sido una grandiosa idea!
En cuanto levanto la vista observo a Clau a mi lado intercalando la mirada entre mi teléfono y yo.
Siento mi frente arrugarse algo confusa.
—¿Cuál? ¿La de darle mi número, sin mi permiso, a Bradley Elliat y, por si no fuera poco, obligarle a escribirme? —suelto a la defensiva.
—Oh, eso no lo sabía. —escucho la voz de Natele, pero estoy demasiado concentrada en asesinar con la mirada a mi amiga como para verla.
Parece que ha llegado el momento.
La enorme sonrisa de Clau se evapora de a poco hasta convertirse en una incómoda mueca.
—Sí..., sé que no fue la mejor idea... Pero juraba que ambos tenían el número del otro.
—¿Y si no era así qué?
De un momento me levanto del asiento en el que estaba tan cómoda hace tan solo segundos y la observo.
—Pues..., ¿no era algo... raro?
Siento mis labios curvarse en algo como una sonrisa amarga y, aunque trato de evitarlo, mi boca se apresura en soltar:
—No, Clau. No lo era. Por si lo olvidas Bradley posiblemente me ha estado soltando mentiras desde que me conoció y tal vez ha querido hacer algo igual a Nathan —tengo que tomar algo de aire para no dejar que la rabia que empiezo a sentir me domine—. No le tengo la suficiente confianza como para compartirle siquiera mi número de teléfono, ¿acaso no pensaste en ello? ¿eh?
—Bueno... —ella busca cómo defenderse, pero parece costarle.
Por primera vez la he dejado sin palabras.
—¿Qué pensabas que iba a pasar? —sigo yo, ya que ella parece muda—, ¿que de pronto Bradley y yo volvamos a estar bien de un día para otro solo porque le obligaste a escribir?
—¡Pues ayer parecían...!
—¡Ayer! —la interrumpo—, ayer estaba distraída y desmotivada por la pelea que tuve con mamá, y si cualquiera me hablaba, hasta el mismísimo Diablo, le iba a contestar delicadamente. Se supone que eso lo sabes porque... porque me conoces.
Esta vez ella no hace ademán de abrir la boca, solo me observa con algo que no puedo explicar.
—Pero solo estás enfocada en hacer que hagamos lo que quieras. Natele no quiere ir a la fiesta, yo tampoco, ¿por qué tendrías que obligarnos?