Puertas y Sombras
El día después de la invitación al Museo Rosenveil, Laura se encontraba de vuelta en su estudio en Italia, pero algo dentro de ella no parecía estar en paz. La imagen de Alexander Wexford persistía en su mente como un fantasma del que no podía deshacerse. Las palabras que había pronunciado, su presencia imponente, todo en él la intrigaba y, al mismo tiempo, la perturbaba.
En su estudio, los pinceles descansaban sobre la mesa, sin haber tocado el lienzo desde la mañana anterior. Los colores en la paleta parecían llamar a su atención, pero Laura no lograba concentrarse. Pensaba en la propuesta de Alexander, en la misteriosa empresa, en las inversiones que tenía en la Fórmula 1, en sus conexiones con el arte y la tecnología. Se preguntaba qué tipo de hombre era realmente. ¿Qué quería de ella?
Mientras luchaba con sus pensamientos, su teléfono vibró sobre la mesa. Al principio, pensó que sería una notificación cualquiera, pero al ver el nombre en la pantalla, su pulso se aceleró.
—Devan —susurró.
Devan Cassander, el mejor amigo de Alexander. Había oído mucho sobre él, pero nunca lo había conocido en persona. Decidió contestar. La voz al otro lado de la línea era familiar, pero también extraña, como si un aire de misterio se filtrara entre sus palabras.
—Laura, ¿cómo estás? Soy Devan, ¿recuerdas? —su tono era cálido, pero había algo en su voz que le daba una sensación inquietante, como si supiera más de lo que decía.
—Sí, claro, Devan. Es un placer hablar contigo —respondió Laura, tratando de sonar tranquila, aunque la curiosidad sobre la razón de su llamada se apoderaba de ella.
—Escucha, te llamo porque Alexander me habló mucho de ti. Le gustó tu exposición en el Rosenveil, y… bueno, digamos que tienes algo que él está buscando. Pero no se trata solo de arte. Hay algo más. Algo que va más allá de lo que podrías imaginar.
Laura frunció el ceño, el corazón latiendo un poco más rápido.
—¿A qué te refieres exactamente? —preguntó, sin poder evitar sentirse intrigada y al mismo tiempo un tanto desconcertada.
Devan rió suavemente, casi como si estuviera disfrutando del desconcierto de Laura.
—No quiero asustarte, pero Alexander tiene una forma de ver las cosas que a veces nos deja a todos preguntándonos si estamos jugando en el mismo campo. Él ve el arte de manera diferente. Lo que crea, lo que pinta, lo que es capaz de transmitir con su pincel… no es solo una representación de la realidad. Es una forma de abrir puertas. Y creo que tú tienes la llave para algunas de esas puertas, Laura.
Un escalofrío recorrió la espalda de Laura. Algo en las palabras de Devan resonó en su mente, pero no lograba entenderlo del todo.
—¿Qué tipo de puertas? —su voz salió más baja de lo que esperaba.
—De puertas que conectan el arte con el poder, con la tecnología, con el futuro mismo. Y las inversiones de Alexander… bueno, esas son solo una parte de un plan mucho mayor. Lo que él busca no es solo que pintes a sus pilotos, o que sigas creando bellas obras. Él quiere que seas parte de algo más grande. Algo que podría cambiar no solo el arte, sino todo lo que conocemos. Y si aceptas su oferta, ya no habrá vuelta atrás, Laura.
Las palabras de Devan flotaron en el aire como un eco extraño. El silencio que siguió a su explicación se hizo pesado, como si algo estuviera a punto de suceder.
—¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó Laura, sintiendo una mezcla de miedo y emoción. ¿Qué había detrás de esta propuesta tan misteriosa?
—Lo que hace falta es que aceptes la invitación de Alexander. Él no es un hombre que se quede con las manos vacías. Las oportunidades que te ofrece no son comunes. Son una única vez en la vida, y si decides dar el paso, descubrirás que el mundo que conoces no es nada comparado con lo que te espera.
Laura cerró los ojos, sintiendo la tensión acumulada en su pecho. El sonido de su respiración era lo único que podía oírse por unos momentos. Sabía que, de alguna manera, lo que había comenzado en el Rosenveil no iba a ser algo sencillo. Pero también sentía que no podía resistirse a la tentación de conocer lo que estaba detrás de todo esto.
—Lo pensaré —respondió finalmente, y colgó la llamada.
El teléfono permaneció en su mano por un momento, y la ansiedad que había dejado la conversación aún la envolvía como una niebla espesa. ¿Era esto lo que quería? ¿Entrar en el mundo de Alexander? En el fondo, Laura sabía que no podía alejarse de la atracción que él ejercía sobre ella. Algo en él la llamaba, la invitaba a entrar en un mundo donde el arte y el poder se entrelazaban de formas que ella aún no entendía.
Mientras tanto, en Londres, Alexander Wexford terminaba una reunión con un grupo de ejecutivos de su empresa, Eidolon Corp. La luz tenue de la oficina reflejaba sombras extrañas sobre su rostro, y la mirada distante de sus ojos grises parecía más absorta en algo que estaba fuera del alcance de los demás.
Devan, su amigo de toda la vida, entró en la oficina sin hacer ruido, como si supiera exactamente en qué momento debía aparecer. Había algo casi místico en su presencia, algo que hacía que su entrada no fuera solo una interrupción, sino una presencia que marcaba el ritmo de lo que estaba por venir.
—¿Lo hiciste? —preguntó Alexander sin volverse.
—Sí —respondió Devan, su tono grave y calculador—. Ya lo sabe. Ahora solo queda esperar.
Alexander asintió lentamente, sin mostrar ninguna emoción en su rostro.
—¿Crees que lo conseguiremos? —preguntó Devan, una ligera sonrisa en los labios, pero con una sombra de duda en su voz.
—Lo conseguiremos —respondió Alexander con una seguridad inquietante—. Porque lo que ella ve cuando pinta no es lo que el resto ve. Lo que ella crea… es un portal. Y el arte es solo el comienzo.
Devan lo miró fijamente, reconociendo en las palabras de Alexander una determinación tan fuerte como una amenaza.
Editado: 13.05.2025