Capítulo 5 — Recuerdos que no se van
16 de febrero de 2021
Mi cumpleaños había pasado hace unos días, y como siempre, mi corazón esperaba un mensaje suyo. Solo un pequeño “feliz cumpleaños” hubiera bastado, pero nunca llegó.
Mientras revisaba el celular, apareció su nombre en la pantalla. El corazón me dio un vuelco. Hablamos de cosas triviales, reímos un poco, y luego dejamos de hablar nuevamente. Una vez más, su ausencia se sintió como un peso dentro de mí. Mi corazón seguía latiendo descontrolado, recordándome que aunque él estuviera lejos, nunca se había ido del todo.
14 de agosto de 2021
Habían pasado algunos días desde mi graduación. Lo había querido invitar, pero me faltó valor. La invitación quedó solo en mi mente, un recuerdo de lo que pudo ser.
Esa tarde, mientras miraba videos en mi celular, uno en particular me hizo pensar en él. Sin pensarlo, lo envié. Pero enseguida sentí miedo y lo borré antes de que pudiera verlo.
Entonces llegó su mensaje:
 —¿Estás segura?
Solo eso. Ni un “hola”, ni una respuesta cariñosa. Solo esa pregunta breve que me dejó más confundida que nunca. Me desconecté, con un nudo en la garganta, deseando poder enviarle un mensaje más sincero: “Te extraño. Quiero volver a lo que teníamos antes.”
Septiembre de 2021
Una tarde, recibí un mensaje suyo de nuevo. Todos los días parecían iguales, pero esta vez era diferente. Él estaba en la playa con su familia, disfrutando del verano. Y algo dentro de mí volvió a moverse, como un viejo fuego que no se apaga.
—Hola, ¿qué haces? ¿Cómo estás? —escribí, nerviosa, con el corazón a mil por hora.
—Muy bien, aquí disfrutando de la playa. ¿Y tú?
—Acostada en mi cama… y como que en la playa, ya ves —respondí, con un toque de humor nervioso.
—Pues sí, en la playa un ratito —le escribí mientras me sentaba frente al mar, mirando el horizonte—. A ver, videollamada para creerte.
Cuando aceptó la llamada, verlo nuevamente hizo que mi corazón volara. El atardecer comenzaba a teñir el cielo de naranja y violeta, y no pude evitar girar la cámara para mostrarle el paisaje. Era tan hermoso que hice una captura, y él también lo miraba con esa mirada profunda, penetrante y oscura que siempre me había hecho perderme en él.
Desde aquel día, no volvimos a hablar. Ni él me buscó, ni yo a él. Seguíamos con nuestras vidas, distantes, pero algo permanecía: la sensación de que algo faltaba dentro de mí.
A veces revisaba si estaba conectado, y aunque no me escribiera, sabía que se había quedado en mi ser, un recuerdo que me acompañaría siempre. Pensaba que quizá era así la vida, que algunas personas llegan para quedarse solo en tu memoria, enseñándote que incluso en la distancia, el corazón no olvida.