Capítulo 16 — Silencios que duelen
25 de junio del 2023
Esa mañana el silencio pesaba más de lo normal.
 La prueba seguía ahí, sobre la mesa, con esas dos líneas que habían cambiado todo. Dos líneas diminutas, pero capaces de transformar mi vida entera.
No sabía qué hacer. No sabía si llorar, gritar o simplemente quedarme quieta.
 Mi corazón latía con fuerza, y en mi cabeza solo había una pregunta: ¿y ahora qué?
Pasaron horas antes de reunir el valor para decírselo a Adam. Cuando lo hice, su rostro cambió por completo. No dijo nada durante unos segundos, solo me miró con una mezcla de sorpresa, miedo y desconcierto.
—¿Estás segura? —fue lo primero que salió de su boca.
—Sí —le respondí, con la voz temblorosa—. Me hice la prueba… y salió positiva.
Él se pasó las manos por el cabello, se alejó unos pasos y respiró hondo.
 —No sé si estoy listo para esto, Ayleen… —dijo, sin mirarme—. Apenas estoy terminando la licenciatura, no tengo nada estable aún.
Sus palabras me dolieron más de lo que imaginé.
 Yo también tenía miedo, pero en ese instante me sentí completamente sola. No hubo abrazo, ni palabras de aliento, ni promesas. Solo silencio. Un silencio que dolía más que cualquier discusión.
Esa noche no dormí. Me encerré en mi habitación y lloré hasta quedarme sin lágrimas. Pensé en todo lo que habíamos vivido, en las promesas que alguna vez me hizo, en los “pase lo que pase, estoy contigo”… y entendí que no siempre las promesas sobreviven al miedo.
Días después, le conté a mi tía. Ella me escuchó en silencio, con esa mirada firme pero llena de cariño.
 —Ayleen —me dijo—, la vida no se detiene por un error ni por un tropiezo. Se trata de seguir, aunque duela.
Sus palabras me dieron un poco de fuerza, pero el vacío seguía ahí.
 Adam no volvió a buscarme durante días. Me sentía rota, confundida, perdida entre lo que fue y lo que ahora debía enfrentar sola.
Esa semana miré mis antiguos apuntes de la universidad. Recordé lo mucho que me costó llegar hasta donde estoy y lo que había soñado para mí. No podía dejar que todo se derrumbara.
Así que me levanté, limpié mis lágrimas y me prometí una sola cosa:
 no iba a rendirme.
Tal vez él no estaba, pero yo sí. Y aunque el miedo me temblaba por dentro, también sentía algo nuevo… una fuerza que no sabía que tenía.
Porque a veces, cuando todo se derrumba, es cuando descubres de qué estás realmente hecha.