Capítulo 18 — Primeros latidos
Agosto de 2023
El embarazo comenzó a sentirse real cuando escuché los primeros latidos.
 Sentada en la clínica, mi mamá apretaba mi mano con ternura, y yo no podía contener las lágrimas. No eran de tristeza, sino de asombro y miedo, de alegría y de responsabilidad al mismo tiempo.
—Mamá… —susurré, mientras el monitor mostraba ese pequeño parpadeo constante—. Es real… está ahí.
—Sí, hija —respondió ella, con la voz temblorosa—. Y vamos a salir adelante. Juntas. Siempre.
Salí de la clínica con un extraño cóctel de emociones: miedo, ilusión, incertidumbre… pero también fuerza. Cada paso que daba me recordaba que tenía que cuidar de mí y de este pequeño ser que ya estaba cambiando mi vida.
Adam no estaba presente. No me llamaba, no preguntaba. Pero su ausencia empezó a pesarle también a él, aunque no lo demostrara. Por primera vez, sentí que algo estaba cambiando en su interior, que estaba consciente de que había dejado pasar algo importante.
En casa, mi mamá y yo organizábamos todo. Preparábamos mi habitación, revisábamos mi alimentación, hablábamos sobre cómo sería nuestra vida de ahora en adelante. Ella se convirtió en mi brújula, la que me guiaba cuando yo dudaba de mí misma.
—Ayleen —me dijo una tarde mientras preparábamos ropa de bebé—. No importa cómo sucedieron las cosas. Lo importante es que eres fuerte, que vas a salir adelante y que este bebé tendrá lo mejor de nosotras.
Sentí una mezcla de gratitud y orgullo. Incluso en la ausencia de Adam, estaba aprendiendo algo valioso: la vida no espera, y tú tampoco debes detenerte.
Poco a poco, fui aceptando los cambios en mi cuerpo, los síntomas y la rutina del embarazo. Cada ultrasonido, cada movimiento pequeño dentro de mí, era un recordatorio de que estaba creando vida y que ese amor no dependía de nadie más.
Sin embargo, había días en que mi mente volvía a él. Pensaba en Adam, en lo que pudo ser y en lo que no fue. Pero también entendía que ahora la prioridad era yo y mi hijo, y que el tiempo le mostraría a él lo que había perdido y lo que aún podía intentar recuperar.
Esa noche, mientras me recostaba y sentía los primeros movimientos de mi bebé, cerré los ojos y susurré:
 —No importa lo que pase… mamá y yo estaremos contigo, siempre.
Y así comenzó mi nueva vida: con miedo y alegría, con incertidumbre y amor, pero sobre todo, con la certeza de que podía seguir adelante, y ser feliz, sin depender de nadie más que de mi fuerza y de mi familia.