Capítulo 19 — Mensajes entre la culpa y el deseo
Septiembre de 2023
El embarazo avanzaba y yo empezaba a acostumbrarme a la rutina de mi nueva vida. Mi mamá seguía siendo mi sostén, mi refugio y mi guía. Cada ultrasonido, cada movimiento de mi bebé, me recordaba que tenía una vida que proteger y cuidar.
Pero no todo era paz.
 Adam seguía presente, de una forma inesperada: mensajes.
 Mensajes que llegaban a cualquier hora del día, cargados de preocupación, de palabras suaves, de recuerdos compartidos. Pero había un problema que no podía ignorar: él tenía pareja.
—No entiendo por qué me escribe todavía —confesé una tarde a mi mamá, mostrando la pantalla de mi teléfono.
—Porque siente algo por ti —dijo ella con firmeza, mientras me abrazaba—. Pero recuerda, Ayleen, él tiene una vida aparte y tú debes cuidar la tuya y la de tu hijo.
Y así eran los días: mensajes que me hacían reír, suspirar, incluso llorar, seguidos de un recordatorio cruel de la realidad: Adam no estaba disponible para mí.
 —Espero que estés bien —decía uno de sus mensajes—. Sé que estoy lejos y que hay cosas que no puedo controlar, pero… no puedo dejar de pensar en ti.
Cada mensaje me llenaba de nostalgia y confusión. Quería responder, quería que él entendiera que no estaba sola, pero también sabía que no podía depender de alguien que no podía comprometerse.
Mi mamá siempre estaba allí, recordándome que debía poner límites, que el bebé y yo éramos la prioridad.
 —Puedes contestarle, pero recuerda tu lugar, hija. No olvides lo que mereces.
A veces lo ignoraba, a veces respondía con prudencia. Cada mensaje era un equilibrio entre deseo, amor y cautela, una lucha interna que me enseñaba a proteger mi corazón mientras seguía adelante con mi vida.
Esa etapa fue dura, porque veía en sus palabras lo que podía haber sido, lo que alguna vez soñamos y ahora solo existía en fragmentos. Pero también me fortaleció, porque me enseñó que el amor no siempre es suficiente si no viene acompañado de compromiso y respeto.
Y mientras acariciaba mi vientre, sintiendo los primeros movimientos del bebé, comprendí algo fundamental:
 —No importa lo que él haga o diga… ahora mi prioridad eres tú —susurré—. Y eso me hace invencible.