Cuando los camaleones sueñan

Capítulo 1

Saqué las últimas cosas del coche y, en cuanto emprendí otra vez el camino hacia mi nuevo hogar, lo vi: Pedro García, uno de los artistas de más éxito del momento. Cantautor y excelente pianista, acababa de sacar un single con una de las últimas promesas salidas de un concurso musical de televisión. Y, según me habían informado —y yo misma había podido comprobar con mis propios ojos el día anterior—, mi nuevo vecino. De barrio, al menos. Yo en uno de los edificios más viejos y estropeados, lo que explicaba que pudiera permitirme pagar el alquiler —de una habitación en un piso compartido— y él dos calles más allá en una preciosa urbanización de reciente construcción. Aun así, se esperaba que en cualquier momento se mudara a alguna zona de más alto postín, como era habitual en artistas de su nivel.

            Pero, de momento, ahí estaba, a unos metros de mí, bajo la capucha de una sudadera, sonriente, hablando con alguien.

            Con un poco de suerte, esta vez no me vería. El día anterior, durante el primer capítulo de mi mudanza, también me había cruzado con él. A mis treinta y cuatro años, una esperaría haber superado la fase en la que se puede ser víctima de embobamiento ante una persona famosa. Y era bastante probable que así fuera. Pero lo que no esperaba era que él se me quedara mirando. Nunca he sido alguien a quien la gente se quede mirando. Afortunadamente; porque tampoco me habría gustado serlo. Pero él, justamente él, lo hizo. Y, claro, lo que pensé es que debía de haberme cagado un pájaro en la cabeza o el viento me habría levantado el pelo de alguna manera especialmente catastrófica. Sin embargo, el primer reflejo de cristal que tuve a mi alcance me hizo ver que no.

            En realidad, con todas las cosas que tenía en la cabeza, me fue fácil no darle más vueltas. Pero, hoy, con sólo atisbarlo por el rabillo del ojo, me había puesto estúpidamente tensa.

            No tenía tiempo para estas tonterías de adolescente. Además, las bolsas pesaban bastante, y estaba deseando llegar al destino y soltarlas. Así que crucé por el paso de cebra y pasé por su lado justo cuando él ya se había despedido de su interlocutor.

            Bien. Misión cumplida. Momento terminado. Lo más probable era que, en una ciudad con tanta gente, no volviéramos a coincidir en la calle más. A ver, sólo era alguien famoso y yo, por edad y por personalidad, no iba a dejar que algo así me afectara en absoluto. Lo de ayer, mi instante de acaloramiento en las mejillas y ganas de salir corriendo, había sido una idiotez mía. Vale, sí, era humana. Vale, sí, me imponía ver a un cantante famoso en persona. Ya está. Fin. No se piensa más en ello. Pedro García no sabía ni de mi existencia. Y yo contenta de que así fuera.

            De repente, noté que mi propio abrigo no me permitía avanzar. Se había enganchado en algo.

            Volví la cabeza y vi dónde se había enganchado: en la mano de Pedro García.

            Él me miraba y sonreía, como quien le sonríe a un conocido. Yo me quedé esperando durante unos segundos una explicación, que finalmente no llegó.

            Levanté las cejas y bajé la frente, con el típico gesto de perdona, pero qué narices estás haciendo y él siguió sin soltar el abrigo.

            Tras otros tres o cuatro —eternos— segundos así, me dijo: “Te acompaño”.

            Los brazos me dolían por el peso de las bolsas y estaba empezando a sudar. No hacía frío suficiente para llevar abrigo, pero me lo había puesto con tal de no tener que cargar con él en el brazo.

            –No, gracias –le contesté.

            Él soltó el pico de tela que tenía agarrado, yo proseguí mi marcha y él me siguió detrás. Me di cuenta cuando ya casi había llegado al portal.

            –¿Vives aquí? –preguntó, mirando el edificio.

            Se había convertido en una situación en la que yo, realmente, no sabía cómo reaccionar. ¿Le pedía que se fuera? ¿Me presentaba? ¿Le pedía un autógrafo? ¿Chillaba? ¿Lo invitaba a subir? ¿Fingía que no sabía quién era? ¿Dejaba que la atracción que me estaba golpeando como una ola inesperada se asentara en mí? No, no, no. Primero, se trata de un famoso. La gente pierde la  cabeza con ellos. Lamentablemente, a pesar de lo que pensabas, es posible que no estés por encima de eso. Y, segundo, tu trayectoria sentimental ha evidenciado una y otra vez que eres demasiado enamoradiza. Que cuando alguien muestra interés por ti, lo idealizas y no eres capaz de ver a la persona que realmente tienes enfrente. Piensas no puede ser que sólo quiera acostarse conmigo, no soy el típico pibón, si le atraigo será por otra cosa, será algo más profundo, llevará otro tipo de intenciones. Y, zas, ya, hasta que no te dejan como un despojo sin autoestima, no despiertas.




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