Cuando los camaleones sueñan

Capítulo 6

–Espérame, voy contigo. –Salté de la cama y fui al armario a por ropa. Él, claramente, no esperaba esta reacción de mí y, a pesar de la prisa, se quedó parado, atónito.

            –¿Lo sabes?

            Asentí. Él se salió del cuarto y cerró la puerta despacio, desconcertado pero sin tiempo para embarcarse en conversaciones. Yo tardé poco en estar lista.

            –¿Tienes idea de dónde está?

            De nuevo, se quedó perplejo. Estaba claro que no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que yo hubiera tenido el mismo sueño que él. No obstante, su urgencia por encontrarla lo llevó a ser práctico.

            –En Madrid Río.

            –¿Madrid Río? Pero eso es un parque ¿no? Yo he visto un bosque, un bosque oscuro.

            Pedro clavó su mirada en mí. Mis palabras eran clarificadoras de muchas, demasiadas cosas. Necesitó unos instantes para poner sus ideas en orden.

            –Tal vez… si no conoces el sitio… y no sabías… verdaderamente lo que estabas viendo… has alterado cosas llevada por tu imaginación… o sentimientos.

            Ahora era yo la sorprendida por su clarividencia.

            –Puede ser. Si crees que ése es el sitio, vamos, no perdamos tiempo.

            Nos montamos en su coche y emprendimos la marcha. Era de madrugada y hacía bastante frío. La calefacción tardó un poco en empezar a hacer efecto.

            Había leído algo sobre Madrid Río antes de mudarme a la capital. Tenía ganas de conocerlo y, si no estaba equivocada, no quedaba muy lejos de allí. Se trataba de un parque pensado para que la gente tuviera un lugar verde y agradable donde disfrutar de la realización de actividades al aire libre: correr, ir en bicicleta, pasear a los perros… Tenía, incluso, una pista para monopatines, muy popular entre los usuarios más jóvenes.

            –¿Qué viste exactamente… en tu sueño? –me preguntó Pedro cuando ya aparcamos.

            –Pues, había muchos árboles… y oscuridad. No recuerdo ninguna otra referencia que pudiera servirnos. Ella se sentó al pie de un árbol. Creo que estaba descalza.

            Descendimos por unos escalones hacia el parque. Sin duda, él había debido de captar algo más, porque escogió una dirección bastante decididamente.

            Seguí recordando datos de lo que había leído. “Salón de Pinos” era el nombre dado al espacio arbolado que se extendía por ambas márgenes del río Manzanares a lo largo de unos seis kilómetros. Eso no iba a facilitar mucho nuestra búsqueda.

            Reconocí, de las fotos, el restaurado puente de Segovia, del siglo XVI. Y, un rato más tarde, cruzamos la cónica pasarela Perrault.

            Pedro no sugirió que nos separáramos, de lo cual me alegré. El parque, que seguro albergaría a un montón de gente a otras horas, estaba ahora vacío y silencioso.

            Estuvimos bastante tiempo caminando. Pedro llevaba una linterna en el coche, que nos vino muy bien para las zonas menos iluminadas, pero también hizo que se nos acercaran un par de trabajadores de mantenimiento y vigilancia a preguntarnos por nuestra misión allí. Él decidió no decir la verdad, lo cual me pareció lógico. Imaginé que, si pasado un rato no la habíamos encontrado, optaría por pedir ayuda, y ya veríamos cómo inventarnos una explicación creíble. Así que les contamos que vivíamos cerca y que nuestro gato se había salido. Estábamos dando una vuelta por si lo veíamos por allí. Teniendo en cuenta a todos los árboles a los que se podía haber subido, nos miraron como diciendo “buena suerte, la vais a necesitar” y siguieron su camino. Afortunadamente, no reconocieron a Pedro; gracias también a que se había puesto unas gafas en lugar de sus habituales lentillas.



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En el texto hay: intriga, romance, poderes sobrenaturales

Editado: 16.01.2020

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