Cuando los camaleones sueñan

Capítulo 11

Negro absoluto. No veía ni oía nada. Tras unos segundos, empecé a oír el fuerte sonido de una respiración. Me pareció que se oía tan alto en contraste con la ausencia total de cualquier otro sonido. Después, comencé a ver un ligero resplandor por abajo. Entonces me di cuenta de que mis pies estaban al borde de un escalón.

Me encontraba en una escalera con los peldaños iluminados tenuemente. Una escalera que descendía bastante empinada y cuyo fondo no alcanzaba a verse. Todo lo demás era oscuridad.

Noté una sensación como de vértigo. Intenté apoyarme en una pared a mi espalda, pero no había pared. Sólo estaba la escalera.

Poco a poco fui sintiendo un gran mareo, miedo y claustrofobia por el vacío que había a mi alrededor. Me pasé la mano por la frente y el sonido del roce de mi piel me molestó. Los únicos sonidos que se oían eran los que yo misma provocaba y en ese vacío resultaban desagradables.

Me entraron ganas de llorar.

–¿Ha…? –Mi voz sonó extremadamente fuerte y con mucho eco? Me resultó insoportable y por eso cerré la boca y no terminé la frase–. «Pedro.»

 

Un atardecer. Un campo llano y enorme. Allí, en medio del campo, su piano. Se acerca y acaricia las teclas en el silencio. No se oye nada. Sólo mi voz en su cabeza. «Pedro.»

 

Regresé a mi oscuridad.

«Sofi, Sofi, escúchame. Estoy aquí, a tu lado. Mírame.»

Lo intenté, pero, al no conseguirlo, me rendí a las lágrimas.

«No puedo verte.»

«A tu izquierda, Sofi. Olvídate de lo demás y piensa en mí. Claro que puedes verme, si estoy aquí, junto a ti.»

Cerré los ojos, un par de segundos, y volví a abrirlos. Seguía viendo la oscuridad y la escalera. Me desesperé y sollocé un poco. Apreté los dientes y cerré los ojos de nuevo con fuerza. Los abrí. Nada.

Entonces, noté que alguien me cogía la mano. No me sobresaltó.

Cerré los ojos otra vez, un poco más relajada. Los abrí y vi a Pedro sentado en el suelo a mi lado. Estaba sudando, sudando como no había sudado en mi vida. La cabeza empezó a dolerme una barbaridad.

Estábamos solos. Tras comprobar que yo bien no estaba, pero sobreviviría, Pedro miró en todas las habitaciones. Ni rastro de Juanma.

–Necesito una ducha. Y un analgésico. Y acostarme.

De lo que pasó el resto de la noche no recuerdo nada en absoluto; pero el agua caliente, la pastilla y el agotamiento tan grande que tenía debieron de conjugarse para que cayera en un sueño profundo y reparador, porque el viernes me desperté sintiéndome tremendamente descansada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.