Me encantó el olor a café recién hecho que me llegó desde la cocina.
–Buenos días –me dijo sonriendo–. Tienes buena cara.
–Me siento bien. –Seguía lo suficientemente amodorrada como para que no me asaltaran los recuerdos, los miedos y las preocupaciones del día anterior. Sabía que inevitablemente —y pronto— vendrían, pero quería aferrarme a este agradable ambiente de relajación mañanera todo lo posible. O, al menos, hasta acabar el desayuno.
–He pasado varias veces a tu habitación para ver cómo estabas. Espero que no te moleste. Me tenías preocupado. Te quedaste dormida tan profundamente que no sabía si dejarte descansar o llevarte al hospital.
–Sí, la verdad es que no recuerdo nada después de la ducha. Afortunadamente, el analgésico hizo efecto pronto. ¿Tú estás bien? ¿No has tenido dolor de cabeza ni nada?
–Un poco. Pero no tan fuerte como el tuyo. Voy al baño. Dejaré que desayunes tranquilamente y, después, hablamos. Tenemos que decidir qué hacer –terminó, con tono casi de disculpa.
Era verdad. Había que analizar la nueva situación.
–¿Tienes idea de qué fue lo que pasó? –me preguntó cuando, al poco rato, nos sentamos en el salón. De repente, me dio por echar un vistazo a mi alrededor y recordar el momento —no hacía tanto— en el que había pisado por primera vez esa casa y visto por primera vez aquellos muebles–. No, pero sí se me ocurre una posibilidad.
–Soy todo oídos.
–Oí una voz un poco antes del… apagón. Creo que era el… Van entrenador, pero no estoy segura. Me avisó de que Juanma nos estaba mintiendo y me animó a usar mi telepatía para comprobarlo. –Pedro me escuchaba atento–. Lo hice. Y lo conseguí. Entré en su mente. Eso solo ya sería prueba suficiente de que nos mentía; al menos en lo de que todos somos camaleones. Está claro que él no si ni siquiera pudo ocultarse de mí, una novata. Pero hay más. Detecté lo necesario para que no me queden dudas. Mentía. En todo.
Pedro dedicó algo de tiempo a reflexionar acerca de lo que le había dicho.
–Entonces… ¿vuelves a creer lo que te contó tu tía?
–Supongo que sí. –Tampoco lo afirmé con mucha rotundidad. Seguía habiendo cosas ahí que no cuadraban.
–Tal vez, deberíamos intentar contactar con ella –sugirió.
–No sé, Pedro. La verdad es que estoy un poco molesta con ella. Por su comportamiento en el tren y por cómo me ha dejado colgada con esta situación que se me venía encima… y que ella fácilmente podía prever. Ha corrido para poner a salvo a Sara, es cierto, pero…
–No tanto para ponerte a salvo a ti.
No quería continuar la conversación por ahí, porque me hacía sentirme mal. Por una parte, me hacía sentirme egoísta, por no alegrarme de que mi hermana estuviera en un lugar seguro. Y, en realidad, no era cierto. Es decir, sí que me alegraba. Pero también era verdad que, aunque se me había brindado la oportunidad de irme con ella, no se me había ofrecido ningún tipo de asistencia si, por la razón que fuera, decidía quedarme, como así había sido. El peligro que había acechado a Sara en su momento no podía ser mayor que en el que Pedro y yo nos encontrábamos ahora.
–Pero no tenemos muchas más salidas –insistió, procurando poner el mayor tacto posible en su tono.
Respiré hondo.
–Lo sé.
Los dos nos quedamos en silencio, pensando.
–¡Y hoy es la grabación de la gala! –recordé de repente.
–Pues sí –respondió Pedro, sin el menor ápice de entusiasmo.
–Tienes que ir. Tienes que seguir con tu vida.
–Harán daño a Irene. –Su rostro volvió a teñirse de preocupación.
–Necesitamos saber qué ha pasado con Juanma. Si el entrenador vino anoche, si fue eso lo que pasó, tal vez él mismo se encargara de borrar a Juanma y, entonces, problema resuelto. Ese problema, al menos. Tenemos que informarnos. ¿Tienes forma de contactar con él?
–Quedamos en que sería él quien lo haría.
–¿No tienes su teléfono ni nada?
–No, pero… tal vez pueda establecer comunicación igualmente.