Cuando los camaleones sueñan

Capítulo 13

Actuaban tantos cantantes que me gustaban en aquella gala de Nochevieja… Y si las circunstancias hubieran sido diferentes, quizás habría podido disfrutar del privilegio que me brindaba mi amistad —¿Era amistad lo que seguía habiendo entre nosotros? Bueno, tampoco era cuestión de ponerme a pensar en eso ahora— con Pedro. Sin embargo, aquí me hallaba, a unos pocos metros del lugar, en una cafetería frecuentada habitualmente por rostros anónimos y no anónimos que trabajaban en esta cadena de televisión. No era el lugar que yo habría elegido para este encuentro con Aurora, pero, apelando, cómo no, otra vez a mi falta de criterio frente a su extensa sabiduría, no se me había dado opción.

En realidad, para ser exactos, mi cita no era con Aurora. Era con alguien “de su confianza” y que, según ella, debería pasar a ser también de la mía. La verdad era que me daba un poco igual. Tampoco es que Aurora para mí fuera mucho más que una desconocida. Lo importante era que había logrado dar con ella sin problemas y se había mostrado dispuesta a ayudarnos.

Mientras esperaba a quien debería estar a punto de llegar, intenté focalizar mis energías en algún pensamiento de utilidad; es decir, en un plan b por si el planteamiento del enviado de Aurora no nos convencía. Lo único que tenía, a mi parecer, alguna mínima posibilidad de funcionar era que nuestra telepatía se esfumase. Si no éramos telépatas, dejábamos de ser un objetivo apetecible. Al instante. De hecho, puede que no fuese tan mínima. ¿Por qué no? ¿Nos estaba beneficiando de algún modo ser telépatas? ¡En absoluto! ¡Era justo lo contrario! Seguí dándole vueltas. No, no encontraba ningún fallo en esa solución. ¡Hurra! Nos dejarían tranquilos. Nos dejarían tranquilos ya mismo. Pensémoslo un poco más. A ver… ¿cómo lo haríamos? Yo borro a Pedro o él me borra a mí… y entonces… Mmmm. Y entonces ¿qué? El otro se queda sin borrar y sin nadie dispuesto a hacerlo.

–Hola.

Oh, no. Ahora no. No aquí. Sabía que era una malísima idea que el encuentro fuera aquí, tan cerca del estudio de grabación. Pero ¿en qué estaba pensando Aurora? ¿Es que no me escuchaba cuando le dije que el Van se pondría en contacto con nosotros aquí? Bueno, no exactamente aquí, pero aquí al lado. Pero, claro, ella es tan lista… Y ahora ¿qué? Mierda.

El entrenador Van se sacó una libreta del bolsillo de su chaqueta.

Casi me dio por reír.

Con su habitual semblante serio, se puso a escribir algo mientras yo no sabía si sentir miedo, rabia o desesperación.

Tranquila, me envía A.

Tras leer el trozo de papel que me había pasado, levanté la vista y lo miré fijamente. Desconcertada primero y luego ojiplática. De repente, me di cuenta de que, instintivamente, mi cabeza se había quedado muda, como en estado de meditación, sin atreverme a hablar ni a pensar, por si era peligroso.

El Van me indicó con los ojos la libreta.

Mientras él deshacía en trocitos muy pequeñitos la nota anterior, yo escribí.

¿A. es…?

Lo miré y le enseñé la nota. Nada. Ni un gesto. Nada.

¿A quién te refieres? –añadí. No quería caer en una trampa desvelando información.

Au –escribió él en la misma nota. A continuación, la deshizo también en pedacitos.

Me costaba creerlo. Me costaba mucho creerlo. Pero a partir de ese momento, entablamos una conversación más fluida por medio, eso sí, de la libreta. Yo puse mis esperanzas en, conforme avanzáramos, averiguar si decía la verdad o no. Si era así y esto se estaba complicando aún más con dobles agentes… Ufff.

Se mostró reacio a darme información que no fuesen estrictamente las instrucciones de Aurora, pero, al final, tuvo que darme alguna, porque vio que, si no lo hacía, no iba a fiarme de él.

Según me explicó, había dado con el grupo de Aurora hacía bastante poco y estaba negociando la posibilidad de que ellos pusieran a su hermana a salvo. No me gustó nada que utilizara la palabra negociar, pero tampoco podía estar segura de que no se tratase más bien de una interpretación de él en base a sus experiencias previas con los Van.

¿Aquello que vi de tus padres en el coche… fue para reclutaros a vosotros, sus hijos?

Primero a ellos. Pero se negaron. Y entonces provocaron ese “accidente”. Así se aseguraban de que yo no dijera que no.




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